lunes, 15 de diciembre de 2014

CRÍMENES (ULTIMA PARTE)



Asesinatos: Parte III  [Parte I] [Parte II]

En la presencia del fuerte olor de la lejía y otros químicos que Neal no llegó a reconocer, una maza que nuestro asesino notó al salir se encontraba a un lado de la puerta, ya era muy tarde para moverla, pero Neal no se preocupó por ello aún, ya habría tiempo, se dijo a sí mismo.

Neal considero sus opciones respecto a los dos hombres con rifles que se encontraban de espaldas frente a él; podría matar a uno y dejar al otro relativamente vivo y hacer más preguntas, pero eso causaría que sus compañeros se alarmaran y vinieran a por él. La otra alternativa era amenazarlos con el tubo de gas que tenían a su lado, disparando y liberando esa inflamabilidad que no tardaría en derretir sus caras, pero estaba la posibilidad de que no reaccionara al instante y en esa milésima de segundo le dieran un té y galletitas hechos con pólvora y balas. Neal tomó uno de cada uno.

El sonido del abandono del seguro de la pistola fue tragado por el golpe del mango de la maza en el suelo. Adiós ataque sorpresa, pensó Neal, apuntando antes de que pudieran voltearse.

 -  Un movimiento en falso y el gas se desprende, volviéndolos cena de navidad, muchachos. – Anunció Neal mientras se acercaba al ensordecedor y asfixiante calor de la llamarada de la pared.

Los hombres permanecían de espaldas, acatando la orden. Los dos sudaban como si estuvieran metidos en una olla.

 -   Se van a quedar muy quietos mientras responden a esto: ¿Cuánto material inflamable hay allá abajo? – Neal empezaba a sudar también. Deseaba haberle cobrado a una carnicería y que ese pasillo fuera un congelador. 

El hombre de la derecha trago saliva y respondió con un débil tartamudeo.

 -  Barriles de vino. Creo que diez o doce.

 -  Imagino que su jefe no tiene pensado pagarme esta noche, por el tamaño de esos ri--

Neal lo oyó como si estuviera lejos, pero el barrido del hierro en el tope de la maza contra el suelo fue claro. El silbido de algo pesado cayendo y el esfuerzo de unos músculos.

No hubo dolor ni ruido, solo obscuridad. Murmullos sonaron en su cabeza llevados de la mano con un aturdimiento negro.

Un poco de color empezó a llenar su visión, junto con unos recortes de siluetas hablando entre sí.

Neal sintió el impacto de una bola de demolición contra su mandíbula, luego un poco más arriba de ella, y luego en el pozo acido que tenía por estomago en el momento. Se hizo el inconsciente mientras los impactos seguían llegando. “Déjalos que se frustren y se cansen. Conseguirás que se vayan, de momento.” Se dijo Neal.

Pero la negrura se hacía más pesada y el más aletargado. Este era su final, por fin pagaría todas sus deudas en el infierno; sabía que acabaría así, en un trabajo cualquiera, acabado por unos matones en un edificio de contrachapado de los años de la guerra fría que olía a meados. Neal no sabía si lo observaban pero forzó una sonrisa destruida y se dejó llevar.



“Con tus cargos dudo que te asignen a un lugar tan cerca del cielo como el infierno, cariño.”

Verónica.

Neal dio un débil respingo y su corazón empezó a latir con más fuerza, obligó a sus parpados a que se abrieran y empezó a sopesar la situación.

Se encontraba solo en un cuarto con pared de ladrillos y una puerta de metal, sin candado. Principiantes. Sus manos y pies, estaban atados con una cuerda de alambre delgado a una silla de plástico con respaldo y todas sus pertenencias habían sido removidas a excepción de su ropa llena de sangre y bilis. Neal empezó a balancearse en la silla y logró caer de espaldas sobre el respaldo.

Empezó a forcejar con el alambre, dándose cuenta que la única manera de desembarazarse de él era rompiéndolo. Recordó haber leído en un artículo que la fuerza toma un aumento sobrehumano si se liga a sentimientos, como la rabia; decidió comprobarlo.

Había una sola cosa que le podría causar una ira como para hacer algo de tal magnitud.

Verónica.

Su casa destrozada, sus padres y su hermano descuartizados en el suelo de porcelana mientras ella sollozaba en un rincón de la habitación, desnuda y empapada en sangre.

Verónica.

Las veces que él trataba de apartarla de su oficio y las veces que los encontraban, culpándose a sí mismo por dejarla que le tuviera cariño.

Verónica.

Cuando se la llevaron y le hicieron cortes en los muslos mientras él observaba. La última vez cuando le sonrió y el cañón ladró en su sien. Su cuerpo inerte y los hombres riéndose como unas asquerosas hienas.

Neal rompió el alambre sin darse cuenta que tenía las muñecas ensangrentadas por el desgarramiento de su piel.

No tardó mucho en quitarse los de los tobillos; mientras se levantaba, la cabeza le pesaba diez veces más que cuando había empezado a caminar por primera vez. Examinó la parte de atrás, donde encontró barriles vacíos y botellas a medio terminar. Tomo una de whisky y se la bebió, mitigando el porvenir del desprendimiento de sus muelas y el dolor de los pedazos de su nariz esparcidos, sin mencionar los negros hematomas que saldrían pasado el mediodía.

Presionó la puerta para que no se oyera como rompía la botella contra el suelo, adhirió el oído y comprobó que los tipos estaban borrachos como cubas, hablando un sinsentido, pero llevando todavía sus armas, que tintineaban mientras se movían. Empezó a abrir la puerta y por la fisura avistó el bar con sus mesas y colección de bebidas, siendo eclipsadas por un hombre de una contextura parecida a la de un refrigerador de tres pisos.

En un movimiento lento y sigiloso se acercó al hombre, que se mantenía quieto y con una Uzi en la mano, Neal rogó para que estuviera lo suficientemente cargada.

  - ¡Gordo, cuidado! – Gritó un hombre al diagonal de él.

“Gordo” recibió las puntas de la botella en su yugular en lo que Neal arrancaba la Uzi de los panes redondos que tenía por manos. Neal se refugió en la ancha espalda de Gordo mientras la lluvia de plomo caía sobre él, solo dos o tres balas lograron traspasar el torso, rozando su chaqueta.

Los pasos del hombre que exclamó antes se acercaban, lanzando el cadáver de Gordo al hombre, Neal se lanzó encima de los dos, despidiendo una ráfaga de balas que impactaron en torsos, hombros y piernas. El hombre de más abajo se había asfixiado hace unos dos segundos en su vomito.

Neal se levantó con cierto hastío cuando noto aún un cañón que apuntaba a él.

  -   De verdad eres un profesional, Winters. Aguantar una paliza de esa magnitud y todavía querer seguir. Yo me hubiera dejado morir. – Comentó el hombre a su izquierda, Magnum en mano.

  -   Y yo que pensé que los altos jefes le dejaban el trabajo sucio a sus lacayos. Ser el héroe es un trabajo en solitario. – Respondió Neal con acidez al dueño y gerente del bar donde trabajaba Tim.

  -   No sé para qué te molestas por un montón de billetes del cual ni verás menos de la mitad.

  -   Podemos dejar esto así, Richards. Solo dame el dinero y me iré sin causar daños irreparables a tu recinto de mala muerte. Podemos olvidar el seguro dental que me debes.

Neal encendió un cigarrillo mientras el hombre apuntaba, su pistola no temblaba y sabía que aclararía todo antes de siquiera quitar el seguro. Un profesional, por supuesto.

  -  El que necesita irse eres tú, antes de que te llene esa bocaza de plomo. – Escupió Richards

  -   Yo que tú con el dinero que no me vas a pagar compraría un camión para llevar la mercancía en un solo viaje. – Dijo Neal calmadamente mientras miraba al vacío

  -   ¿Qué…?

Lo que Neal estaba viendo era en realidad un barril que había recibido un balazo y ahora chorreaba alcohol, lanzo un guiño a Richards y lanzó la colilla en dirección al suelo cercano a ese barril y los demás a su lado.

El fuego empezó a engullir los barriles uno por uno, se fue esparciendo rápidamente por la pared, en la que había sido derramada todo tipo de bebidas, y luego a la colección que ahora goteaba.

Neal fue a disparar la Uzi, la cual respondió con un clic vacío. Mientras Richards se reía, los disparos impactaron en el hombro derecho y abdomen de Neal.

Se lanzó detrás de la caja registradora que quedaba cerca de él donde los impactos infinitos de la Magnum resonaban en sus oídos. Busco respuestas, una salida que creyó que no existía.

Entonces oyó cómo se abría la cámara de balas.

Neal realizó una embestida hacia Richards, lanzándolo al suelo mientras este recargaba. Ningún profesional es perfecto.

El bar empezaba a despedazarse y el calor empezaba a asfixiar a Neal. Logró encajar dos puñetazos en su garganta antes de que el hombre fuera por la suya.

Los dos hombres se encontraban en un aferro por la vida de uno y la muerte del otro, cortándose sus respiraciones mientras sus uñas se clavaban dolorosamente en el cuello del otro.

No vieron la viga que estaba por abalanzarse sobre los dos.



Jean lanzó un último resoplido, habiendo terminado su turno por fin de secretaría nocturna, mientras bajaba por el solitario ascensor se abrigó en su gabardina violeta.

Empezó a sacar sus llaves mientras elaboraba su plan de comer algo e irse a dormir. La niebla del estacionamiento era bastante espesa pero podía divisar su Chevrolet en la distancia, caminó con prisa por su descanso y porque nunca sabes que te puedes encontrar a las 6 AM en esta ciudad.

Notó una silueta escondida en la niebla que la observaba, Jean desenfundo la pequeña pistola en su tobillo y apuntó a la niebla.

  -  No quieres robarme el auto amigo, te lo advierto. – Exhaló a la silueta.

Escucho una risa y avistó el punto naranja en la boca de la silueta que brillaba.

  - ¿Tienes hambre, querida? – Neal se adelantó con su rostro manchado de hollín y su chaqueta llena de sangre, ofreciendo una bolsa de un restaurante a Jean.

  - ¡Neal! ¿Qué te ha pasado? ¡Estás sangrando! Vamos, te llevo a mi casa, en un hospital harán muchas preguntas.

Jean tomó a Neal por el brazo y lo introdujo al auto, dio la vuelta rápidamente a la puerta del conductor, le puso su gabardina y encendió el motor.

  - No te atrevas a morirte aquí. – Dijo Jean con nerviosismo.
Neal tomó la cara de Jean y rozó sus labios con los de ella, mientras la abrazaba, susurró:

  - ¿Creo que necesitaré vacaciones después de esto, ¿te gustaría acompañarme?

Jean miró al camino y suspiró con cansancio:

  - Eres un idiota, Neal. – esta vez fue ella la que tomó su rostro.

La ciudad sin nombre se levanta una vez más, sus calles vacías al alba, y el sonido de unos cauchos contra el asfalto quiebra el silencio; la noche se deja olvidar y el día coloca una página nueva para ser derramada de sucesos.

Crímenes, específicamente.

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