jueves, 9 de julio de 2015

CRÍMENES II (1/3)

(2/3)  (3/3)

Robos. (1/3)

Introducciones lluviosas. 


Ah, la ciudad sin nombre otra vez.


 Sus oscuros callejones. Sus cegantes anuncios de neón en cada negocio. Sus mojadas calles por la incesante lluvia. Los pocos transeúntes en las calles con muy malas intenciones. Las ventanas y las puertas de los edificios cerradas a cal y canto. Las oxidadas escaleras de incendios. Los balcones con plantas a punto de ahogarse. Un frenar que chilla en un lugar lejano. Los faros traseros de un auto, distantes que dejan una estela roja. Más lejos aún, un arma se dispara. 


La ciudad parece una linda pintura, si no pudieras percibir todo eso. Eso es lo que pasa con lugares cómo este, no los conoces realmente hasta que creces y envejeces dentro de uno. Hasta que te vuelves parte de ella. Hasta que... 


Disculpa, un minuto. Me suena el celular. 


...


Suspiro bajo el pequeño techo de un portal. Me veo reflejada en una ventana a mi costado. Mi cabello pelirrojo suelto, opacado por la sombra; la chaqueta de cuero en la que siempre vivo y los pantalones (también de cuero, obviamente) que se ciñen a mí cómo una segunda piel. Las botas empiezan a romper charcos infinitos en el suelo.


La lluvia impacta como brazos de agua gigantes desde el cielo. Lanzó la colilla de cigarrillo a la oscuridad y me acercó unos pasos hasta el callejón dónde está mi moto. La enciendo y el motor empieza a rugir. Empieza a vibrar bajo mi peso. Sacó un impermeable azul oscuro y me lo pongo encima. 


Dios, amo el olor del smog a medianoche. 


Piso el pedal y salgo disparada a la negrura. Las calles se vuelven solo líneas. Mis costados son borrones. En mi periferia brillan a la luz de los rayos mis manos aferrándose a los puños de la motocicleta.  


Mi mente se deja ir y pienso en los cruces que ha tomado mi vida. 


Cómo ya dije, he vivido aquí desde que nací. Soy una adicta a la tranquilidad y al soñar despierta. Es verdad. Pero con esa descripción nunca me reconocerías en la calle. Ni aunque fueses mi madre. Y ella está muerta. 


Tranquilidad, qué no la maté yo. Se mato ella sola con las drogas y las calles. Nunca estaba en casa. Cuando era niña, solía creer que ella era un mal sueño. No llegó ni a verme a los diez. Eso derivó a que yo llevará mucho tiempo en las nubes, creando barreras mentales. 


Me crié en un lugar para niños desamparados. Curiosamente, estaba a un lado de la biblioteca municipal. Yo amaba los libros. Y lo sigo haciendo. Me leía desde como arreglar un horno hasta Moby Dick sin perderme una frase. De vez en cuando la encargada del refugio traía un libro para ella, en las noches yo lo robaba y lo leía de cabo a rabo. Sin dormir. La biblioteca no permitía entrar a niños qué no estudiasen en una escuela. 


Ahí empezó mi historia. Allí fue dónde conocí a Claude. La parte pragmática de C&C.


La biblioteca tenía ductos. Si sabias trepar las tuberías de la parte de atrás podías meterte por el ducto de la azotea y terminar en las rejillas de la pared de la sección de física tomando los giros correctos. 

Nadie pasaba nunca por allí así que era relativamente fácil meterse y leer libros escondida en un rincón. Aunque tenias que hacerlo en el día porque la biblioteca no tenía luces artificiales. 

Un día seguí mí rutina de siempre. Y me encontré unas piernas en pantalones elegantes, recorriendo las hileras de libros de física. Se le cayó uno enfrente de la rejilla por dónde yo miraba y a mí se me cayó el corazón. 


Un hombre joven y atractivo con rasgos algo duros me miro desde el otro lado, con sus ojos verdes. Me sonrió. 


—Hola, chiquilla. - Su voz sonaba profunda y calmada. Su aliento desprendía menta. - ¿No estas algo incomoda allí? 


Estaba muerta del miedo. Si le decía a la bibliotecaria ella le diría a la encargada del refugio y me caería un castigo. Y el próximo en la lista de los muchos que he recibido era ser dejada en la calle. 


—No. - Respondí con voz temblorosa. Me estaba tragando las lágrimas de la vergüenza. 


—Vamos, te saco. El polvo de allí es malo para tus pulmones. 


Sus fuertes brazos me sacaron del ducto cómo si fuese una muñeca. Lo miré desconcertada. Llevaba un traje negro elegante y olía a colonia cara, aunque no era capaz de determinar ese olor en ese momento. 


Note que habían leves cicatrices en su cara. Él se arrodillo a mí lado y me ofreció su mano enguantada en cuero negro.


—Me llamo Claude. Soy empresario. Me gusta la metafísica. ¿y tú eres? 


Estreché su mano tratando de seguirle la corriente, esperando lo peor. 


—Me llamo Layla. Soy huérfana. Me gustan las historias de barcos. 


No era del todo mentira. No sabía quién era mi padre. 


—Qué lindo nombre. ¿Sabias que Layla significa «Bella noche»? - Los ojos le sonreían. 


—N-no. - Apenas podia pronunciar palabra. 


— Hagamos algo. Dime qué libro quieres y te lo regalaré. 


Hasta este día aún guardo ese libro cómo si fuera mi alma. Guardo esos momentos. Y su sonrisa. Fue la primera que alguien me había dedicado con sinceridad. 


Empecé a ir por él. A veces tomaba mejor ropa de otras niñas e iba por el ducto para que me encontrara. Siempre me sonreía cómo si fuese hermosa, y así me sentía. 


Para hacer la historia corta, Claude aceptó adoptarme al pasar unos meses de nuestros encuentros. Dijo que había estado muy solo últimamente. Ahora suena algo raro, ¿no es así? 


Pasada una noche en el apartamento de Claude (que a mí me pareció una mansión en miniatura) él me despertó y me trajo el desayuno a la cama. Se sentó frente a mí en su traje de chaqueta, camisa y corbata, y me miró muy serio. Observándome mientras comía. 


—Layla, ¿te gusta tu nueva vida? - Me pregunto en una calma imperturbable. 


—¡Sí papi! - dije sonriendo con migas de pan en las comisuras de la boca. Estaba eufórica. Claude me sonrió otra vez.


—Puedes tener esto para siempre. Y mucho más. Pero necesitaré que hagas algo por mí. - lo miré asustada, parando de masticar.— Necesito que seas mi alumna para que trabajes conmigo. 


—¿Y de qué trabajas? 


Claude sonrió de nuevo. Pero esta sonrisa era nueva. De placer y seguridad. 


—Trabajo cómo un ladrón. 


De esa frase derivaron años de entrenamiento y trabajos en dónde estuve apunto de morir incontables veces. Pero Claude siempre estaba allí. Cuidándome. Viéndome madurar. Me volví una de las ladronas más eficaces del C&C. Junto a los asesinos y los otros ladrones. Todos eramos hijos de Claude y Creed. Todos reclutados o por elección propia. Todos...


Y ya he llegado a mí destino. Veo las hileras de rejas adelante, perforando la noche. Se ha acabado el tiempo de divagar. Los vidrios de toda la casa proyectan las luces encendidas dentro. Se oyen los murmullos de una multitud encendida a los alrededores de la casa. Hay una fiesta y yo no estoy invitada. 


Me detengo a una esquina de la mansión y saco unos binoculares de la guantera de la moto. Cuento cerca de 5 guardias en todas las entradas y algo cerca de 15 cubriendo los jardines. 


Tampoco es que me gusten las misiones fáciles. 


Dejo la moto escondida en un callejón y veo mis posibilidades de acercarme. Entre los rayos de la tormenta logró observar una escalera de incendios al punto de derrumbarse. Tomo un bote de basura, me subo y logró aferrarme. 


Después de varias «casi caídas» llegó a la azotea. Empieza a correr por los techos de los edificios, rodeando la mansión. La lluvia me dispara al cuerpo. El viento mojado azota mi cara. 


Pero mí objetivo es claro. Y ni siquiera un diluvio me detiene. 


Llego a un edificio cercano. Los guardias con tendencias de gorila se hablan entre sí con rifles y pistolas en mano. 


Mi concentración se intensifica. Y veo las luces de un rayo qué está a punto de caer. Del impermeable saco la granada «flashbang» y calculo el tiempo. Saco el seguro y la lanzó a los guardias al mismo tiempo que el rayo impacta en un lugar desconocido. 


Entre luces, confusión y gritos, solo yo me muevo en silencio por la oscuridad. 

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