Lo primero que podría describir desde donde estoy parado es
el pálido sol que me mira a la expectativa entre más nubes que delgadas pinceladas
de azul cielo. Cómo el olor a grama recién regada flota por mi sentido del
olfato. Los graznidos leves de los pájaros a una distancia considerable,
creando a su misma manera un silencio pacífico y cálido.
Parado afuera de la casa de mi infancia, veo llegar un auto
para mí, un conductor con aspecto común y despreocupado me abre la puerta. Su
sonrisa es hasta reconfortante. Entro al auto, sin maletas, sin pertenencias y
sin expectativas. Los neumáticos aplastan pequeñas piedras bajo su peso y
empieza un viaje que solo me concierne a mí. Un viaje que no va hacia ninguna
parte en realidad.
Empiezo a acostumbrarme al movimiento del auto y miro por la
ventana en nostalgia de alguna cosa, cómo he hecho en muchos viajes ya.
Nostalgia de momentos que ya han ocurrido hace, lo que parece ya, mucho tiempo.
Exhaladas de imágenes en mi mente que quedan asentadas con persistencia.
En un momento determinado me dejo llevar por el casancio que
me brinda esta nostalgia y empiezo a soñar. En el sueño me veo a mí mismo haciendo
varias decisiones de mi vida, todas en pantallas multiples; todos los yo de en
esas pantallas dicen cosas diferentes a las que yo alguna vez dije, moviéndose diferente,
haciendo mis gestos de manera diferente. Todas las pantallas llevan a
escenarios diferentes de lo que pudo ser mi vida.
Mejor, peor, diferente.
Eso es lo divertido de las decisiones ya hechas, si pensarás
en volver a esos momentos y decir o hacer algo diferente, no serías tú. Sino
alguien diferente, preguntando cosas diferentes, llevándolo a resultados que no
son los tuyos ni nunca lo serán. La vida bajo el microscopio está llena de
giros y cruces inesperados, pero fuera de él es solo una línea recta de una
ramificación de muchas otras.
No sé por cuanto duermo pero parece una eternidad—tal vez lo
fue.
El conductor me mira desde el retrovisor y puedo ver en sus
ojos todas aquellas personas que amé y dejaron de existir. El conductor es
todos ellos y cuando me doy cuenta me brinda una sonrisa cálida y honesta.
El carro se detiene frente a una gran casa blanca rodeada de jardines llenos de vida. Mientras camino hasta el porche me pregunto
si todo el viaje fue en realidad una metáfora de mi vida y el conductor, aquel
personaje que parecí conocer toda mi existencia muy dentro de mi alma, es la
muerte.
Las preguntas se quedan en suspensión y la puerta de la gran
casa se abre con un chirrido de madera.
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