Asesinatos: Parte I
La ciudad sin
nombre una vez más se levanta en la obscuridad, sus calles gritan solo
silencio, pero no está en calma.
Las calles en
el día se llenan de personas, todas con un objetivo, un lugar donde ir y qué
hacer allí, aunque hay algunos que solo deambulan como almas en pena,
observando con apatía.
El día pasa,
el bullicio que va aumentando hasta su punto máximo para después desvanecerse
en el aire. Aún en el ruido, si has vivido mucho tiempo aquí, sabrás cuando hay
silencio, y ahí, debes temer.
El olor de las
cloacas mezclado con el smog es la esencia natural del día. La de la noche es
cigarrillos mezclados con pólvora. El tintineo de las balas cayendo al suelo es
música para el miedo de los inocentes.
En la noche,
los negocios toman lugar, todo aquel que no trabaja de forma forzada y leal en
la luz, trabaja de manera gratificante y sucia en las noches.
A lo lejos,
lamentos resuenan indiferentes a la ciudad, ha visto tantas muertes que ya ni
siquiera importan.
Los habitantes
criminales toman el honor a su nombre con sus acciones despreciables, manchando
sus chaquetas y sacos de retribución, venganza, o simplemente, pura diversión.
— ¡Vamos,
dame otra oportunidad, prometo que te lo pagaré mañana! ¡Por favor, ten piedad!
– Dijo la victima asustada.
— Te
di otra oportunidad ayer, Tim. Han pasado tres días, y ya sabes cómo trabajo,
es ahora mismo o esto se acabó. –Dijo Neal con frialdad.
— ¡Por
favor, no! Tengo tres hijos y una esposa, ¡¿es que no tienes corazón?!
Neal
le lanzó una mirada envenenada de asco. No lo pensó dos veces.
— Debiste
pensar en ellos antes de hacer tratos con la compañía.
Disparó su
arma sin remordimiento, la bala impactó en la frente de Tim, matándolo al
instante.
El asesino
suspiro, se escuchaban a lo lejos cláxones y alarmas de autos que irrumpían en
la obscuridad. Lo menos que podías escuchar en esta ciudad eran animales
nocturnos, muchos olores y ruidos fuertes para ellos.
Mirando con
aburrimiento al cadáver, Neal empezó a registrarlo, consiguió un teléfono y una
billetera. Presiono el botón de menú y la pantalla se encendió, lo desbloqueó y
fue al registro de llamada.
— Quién
lo diría, el bastardo tenía refuerzos para llamar y lo hizo mientras
hablábamos. Ingenioso Tim, te subestime. – Neal comentó para sí mismo.- Debo
salir de aquí.
Tomó
gentilmente el saco del cadáver, y lo cubrió con él. Nuestro asesino siempre
fue un hombre pulcro y con clase desde pequeño; escondió su pistola en su
propia chaqueta y salió del callejón con paso apurado hacia su auto de color
plateado. No quiere que el trabajo se torne más sangriento de lo que ya lo es.
Con cierto
apuro presiono el acelerador, es mejor no encontrarse con los colegas de Tim,
pensó.
En el camino
de luces de faroles y anuncios de neón que se derramaban en el pavimento, los
callejones quedaban rellenos de obscuridad con ojos brillantes dentro de ellos,
nunca un animal más que el ser humano, despiadado desde tiempos inmemorables.
El auto
desmatrículado por el mismo dueño se lucía entre las calles; los rateros tenían
la costumbre de robar el auto que se les atravesaba tirando un cadáver ya
podrido encima del parabrisas, aprovechando la confusión del conductor, se lo
llevaban sin mediar palabra. Pero todos saben a quién pertenecía este auto, y
nadie se atrevía a cuestionar su fama.
Estacionando
su auto en el estacionamiento del edificio en donde se encontraba su
residencia, las nubes negras se agrupaban furiosamente en el cielo.
Neal se encaminó
tranquilamente hasta la entrada y dio un saludo al portero, lo conocía desde
hace cinco años y siempre le hacía regalos en ocasiones especiales, además de
una propina extra cuando el negocio daba frutos.
— ¡Buenas
noches, señor Winters! ¿Cómo está? –Dijo el portero cordialmente.
— Buenas
noches, Robert, estoy bien, gracias por preguntar, ¿Cómo está la familia?
— Están
muy bien, en casa; pareciera a que fuera a llover hoy ¿eh?
— Sí,
aunque no es raro en esta ciudad.
Aunque Robert
siempre fue un hombre de buena fé religiosa, nunca se atrevió a juzgar a nadie,
y menos a Neal, podría ser creyente pero no era tonto y siempre lo respetó y
temió cada vez que le saludaba.
Con otra pizca
de conversación minimalista con el hombre de mediana edad, Neal le dio la mano
y se despidió hasta su próximo turno.
Subió en el
ruidoso ascensor y esperó llegar al tercer piso. Salió y caminó a la última
puerta a la izquierda, el pasillo como siempre olía a gasolina, después de
vivir tanto tiempo, nunca quiso encender un cigarrillo ahí, por lo que más
fuera.
Sacó sus
llaves y con un rápido movimiento introdujo la correcta en la cerradura y la
giró.
El apartamento
con estilo de los años 50’ que él mismo había diseñado se alzaba con sus
sillones de cuero y ese olor a tabaco que siempre lo hizo sentir como en casa.
Paredes de tapiz rayado y ventanas con persianas de madera. Clásico. Sacó su
teléfono y marcó el discado rápido de su teléfono, número tres.
Una voz
femenina y cortés respondió al otro lado de la línea.
— Corporación
C&C ¿cómo puedo ayudarle?
— Tim
no tenía el dinero, Jean. –Explicó Neal.
— ¿Qué?
¿Cómo se lo explicaras al Jefe?
— No
lo haré, tomaré una siesta y después iré a ese bar de mala muerte en el que
trabajaba de asesino.
— ¿Lo
pintaras de rojo? –Preguntó Jean, con un hilo de diversión en su voz.
— Solo
si es necesario, casi no me ensucie las manos cuando acabé con él.
— Bueno…
¿Necesitas algo de aquí?
— Estaría
bien que los que están de guardia estuvieran listos por si los llamo. –Neal
estaba seguro que podía encargarse del asunto, pero prefería prevenir.- ¿Cómo
estás?
— Atareadísima,
esta noche va para larga – Respondió la recepcionista con un resoplido.
— Veré
si te puedo llevar un trago después de que termine aquí, o una cena de
medianoche.
— Eso
sería maravilloso. Buena suerte – Dijo Jean colgando el auricular.
Neal empezó a
desvestirse de arriba abajo, dejándose solo su camisa blanca y su ropa
interior; se derrumbó en la cama.
Cerró los ojos
analizando lo último ocurrido sumiéndose en un sueño de cansancio, oscuro, y
con el ruido del radiador de trasfondo.
Soñó con una
ciudad cristalina de agua en donde todos hablaban con miradas de felicidad,
tristeza y melancolía. El sol se representaba en grietas que se proyectaban con
cierta desmesura. La luna era símbolo de amor y música profunda. Todos bailaban
al son de la música de la noche cómo espejismos.
En su sueño
estaba la mujer a la que amaba, por primera vez en su reino mental inconsciente
hacia su aparición como un bello fantasma de cabellos rojos ondulantes, que
solo tenía ojos para Neal y viceversa. Nunca dejaba su lado y cada vez que se
decían que se amaban, el agua se hacía más clara y tibia, relajándolos en una
claridad silenciosa en la comodidad de una habitación victoriana.
Pero él
llevaba una pistola. Sin poder controlar su pulso tembloroso levantaba el arma
con rechazo mientras apuntaba a la mujer en la frente.
“Tenías que escoger ésta vida ¿No, Neal?
Siempre quisiste tener el control de todo, pero nunca tuviste el tuyo.” Dijo
ella, con voz transparente y sin mover los labios.
El arma quitó
el seguro automáticamente y la cámara se movió sola entornando su frente, con
el dedo del gatillo Neal sintió sus lágrimas de rabia en la cara y un sonido metálico
seguido de un ruido sordo se ejecutó en el interior del instrumento.
…
…