sábado, 20 de junio de 2015

Percepción (Dos de tres)

(Nota del autor:Me lamento a mi mismo que esto haya llevado tanto tiempo en ser publicado. La vida me ahogó un rato por así decirlo. Pero estamos aquí y es lo más importante. Otra vez, es una entrada bastante larga.)

II


Sus ojos deslumbran en el marco de la puerta. Su cuerpo en un vestido negro me quita el aire como un vórtice. Huele a la lluvia de medianoche en un sueño. 

«Feliz cumpleaños, octogenario.» 

«Nina...»

”No digas más. Sé que no me dijiste que era tu cumpleaños para que no gastara energías en venir. Pero me he acordado en el taxi una vez que vi tu cédula pagando un café. Y me dije que era un desperdicio no usar este vestido con alguien que me gustara que lo viera. Además, esta caja de vino grita que se la beban.»

Me asaltó la sospecha no infundada de que la razón que me hubiera dejado más temprano fuera el irse a arreglar para mí. Fue una sospecha agradable que no pude evitar sonreír más. 

«La verdad es que no recordaba que hoy era mi cumpleaños. Y si lo hubiera hecho, lo hubiera ignorado.» Entre cierto tartamudeo logré articular esas palabras. Aún aturdido de su repentina aparición. 

Entre cierto trasteo logré desempolvar unas copas que me dieron mis padres cuando me mudé. Me deshice de la botella antes de que la viera, pues no quería parecer más patético. 

«¿Tomas pastillas? » Su tono sonaba preocupado a mi espalda. 

No me di cuenta que aún el frasco sonaba en mi mano con cada movimiento como una maraca. Las deje en su lugar habitual y me volteé, tomando una botella de la caja que había tomado sin darme cuenta también.  

«Ah, sí. Son para el corazón. Tengo arritmia desde pequeño.»

«Ah. Lo siento.» Miró a otro lado, fingiendo no pensar que me gustaban los narcóticos. Fingiendo no estar avergonzada. No es la primera vez que piensan eso de mí.

«No tanto como yo. No puedo correr por mi vida, pero al menos nadie que haya encabronado me busca.» tratando de aligerar el ambiente, me fui en picada. 

Nina suspiro y dejó caer su mirada a la ventana. 

«Tienes un lindo lugar.» Le pasé una(recién lavada)copa de vino y se sentó en el sofá de cuero de la sala y se dio un tour visual por el cubículo noir que era mi sala de estar. La mesa solitaria con tres sillas, pegada a la pared. El sillón frente a la television disque-moderna. La cocina más limpia porque no la uso que por aseo. Y la ventana, que me parece es la atracción principal de mi hogar. 

Me senté en el otro extremo del sofá. Tragándome la incomodidad como si fueran hojillas bajando por mi garganta con el vino. 

«Sabes, estaba pensando en lo que dijiste hace unas horas. Lo de quedarse atrás.» Nina se dirigía a mí, pero desde otro punto de vista, pudo estar hablando con la noche llena de luces que se iban desvaneciendo. Se empezó a beber la copa.

«Ah, sí. Es algo tonto, a decir verdad.» Me sentí apenado, como si fuera algo que me hubiera guardado por mucho tiempo. 

«No... no es tonto. De hecho tiene mucho sentido. Siempre has estado calculandolo todo. Viéndolo todo como si fuera la primera vez. Para ti, la vida es un solo momento que debe ser contemplado con extremo cuidado.»

Me mantuve en silencio y deje que continuara. Extrañamente identificado. 

«Cuándo era pequeña, siempre me imaginaba haciendo algo exitoso, siendo alguien en un anuncio en Nueva York, llevando la cara de alguien que todos reconocerían; ahora pienso en lo qué diría la pequeña Nina de entonces si me viera hoy. Todos mis amigos han creado vida con pilares de piedra. Todos han encontrado el centro de su vida y yo ni siquiera he empezado a vislumbrar ese concepto. Todos me habían dejado atrás. Me pregunto si la pequeña yo estaría decepcionada. De una mujer que trabaja todo el día para volver a un apartamento con puertas que crujen, ventanas que son pinturas de lluvia y una cama que colecciona bufidos de cansancio por un sueldo. Me doy cuenta que... no me reconocería. Y me negaría a hacerlo. »

La miré con cierta tristeza. Nunca me imaginé que alguien cómo Nina guardará tales sentimientos tan desoladores. Todos solo parecen mantener todo en orden. 

«Kit... dime algo. » Nina no había volteado hasta ese momento para verme con esos azules ojos que me alegraban todas las tardes, si no la vida entera. 

«¿Por qué repetimos la misma rutina por tres meses? ¿Por qué después de tantos cafés, tan solo se ha limitado a eso? Ni siquiera tengo tu numero de teléfono. Averigüe tu dirección porque se lo pregunté al chico de las recados en la oficina. Y tuve que seducirlo a que me lo dijera.» Tomo otro sorbo de la copa y me clavo la mirada mientras lo hacia. No parecía enojada, sino más bien expectante. De lo que yo tuviera que decir, como si fuera un misterio que ella estaba por resolver. 

Me quedé sin palabras. A decir verdad yo tampoco lo sabía con certeza. Sin haberme dado cuenta estaba más cerca de ella y eso me puso algo nervioso. Me sentía como en primaria cuando la niña que me gustaba se sentaba en el pupitre a mi lado. 

Suspiré, buscando la respuesta en un fondo de mi mente que era obvio y que había ignorado. 

«Te quiero, Nina. Te he querido desde que te vi por primera vez. Y no he dejado de quererte. Todos los días a las 3 PM, yo entraba en un oasis. Un estado de paz dónde ya todo lo demás se volvía solo un sueño. Sin ti, todo era como estar pegado con cemento. Siempre sentía que el tiempo era una ola y yo no podía ser arrastrado. Todo se limitaba. Hasta que llegaste tú y ya no me importaban los tic-tacs. Eres mi obra de arte favorita y no quería involucrarte en mis colapsos internos. No quería que te sintieras como yo.» 

Fue como vomitar. Vomitar mi corazón. 

Sentí la mirada impresionada. Estaba seguro que ella sabía que la quería, pero nunca lo expresé hasta decir que era lo que realmente se alojaba en la punta de mi lengua cada vez que ella se despedía de mí. Ahora miraba al suelo y también temia mirarla y que no sintiera lo mismo. 

Jugué con la copa por un minuto o dos que me parecieron horas y me atreví a mirarle. Su cuello de porcelana se movió en mi dirección y con una mano me obligó a mirarla al rostro. Un rostro que parecía pintado. Un rostro que representaba soledad y curiosidad. Mi mano se posó en su perfil del rostro y lentamente se acercó y susurró dentro de mi ser completo. 

«Yo también te quiero, Kit. »

Mi mente se fue en blanco los próximos ciento veinte minutos. Una sensación intensa en mis labios. Un roce de cuerpos que se volvian una sola silueta en las sombras proyectadas en la pared. Un choque de alientos en una cama. Un formateo completo dominado por el sentir. Me sentía nuevo. Una dilatación de pares de pupilas que se miraban entre sí en miradas de éxtasis. Me sentía hecho. 

Me sentí completo por primera vez. 

Fui capaz de volver a pensar claramente a las tres de la mañana. Mirando su cuerpo inhalando y exhalando por lo que parecía una eternidad. Viéndola dormir tan plácidamente, como si supiera que debía de estar en el lugar correcto, en el momento correcto. No me hubiera dormido si pudiera, pero el cansancio me dio un gancho que me dejo noqueado y yo también caí en el sueño. 

Me desperté unas horas después. Observé el desastre de ropas que ahora era la habitación con mis pesados párpados. Me deshice de su abrazo sin que se diera cuenta, me vestí y salí a la calle a comprar algo de comer. Antes de irme me volví y la vi en el lecho. Todo se sentía correcto.

Caminé en las multitudes breves hasta una cafetería que frecuentaba cuando no me provocaba la idea de hacer nada con mis manos. El cielo era como un mar de cabeza y las nubes nadaban como peces ralentizados. El sol brillaba sobre mi rostro de manera refrescante. La gente parecía casi radiante. El aire se hacía una caricia de diosa. 

Llegué a la cafetería, uniendome a una fila de tres personas. Estaba tan perdido en mis pensamientos que perdí toda noción de tensión. 

Y con eso, una noción de tiempo. Había un reloj en una pared que pintaba las 11 a.m.

Cuando repare en la hora, levanté una ceja. Eran pasadas las 6 a.m y por una vez en mucho tiempo logré dormir de un tirón hasta tarde. Por una vez en mucho tiempo me sentía descansado. 

Pero eran las once de la mañana y pensé que el mundo se detenía por un segundo. 

No.

Por favor, no ahora. No me hagas esto. 

Como si mi cuerpo hubiese actuado a la vez que mis pensamientos, el pecho empezó a darme puntadas. Mis manos comenzaron a temblar y mi brazo izquierdo se entumeció de dolor. Comencé a correr por las aceras, ajeno al tembleque que llevaba en las piernas. Tenía que llegar al apartamento. 

Corrí por las calles y tomé mis riesgos. Resulta que mi chiste se había vuelto una tortura. Las manos me temblaban aún más a medida que me acercaba. El nerviosismo era como gasolina en un incendio. Avivando más las puntadas. Empujaba a cuanto conseguía y me lleve blasfemias de marinero. 

No importaba, no podía permitirlo. 

Subí las escaleras estrujando mi camisa mientras me agarraba el pecho.

Llegué al último rellano y me paré en seco. 

Pude oír mis rodillas impactar y mi cabeza encontrando el suelo. 

Empecé a respirar más entrecortadamente por la falta de oxígeno en mis pulmones. La sangre se empezaba a detener en mis venas. Mi respirar era muy lento para mi acelerado pulso. Sentí como si fuera a vomitar mi corazón. Literalmente, esta vez. 

Y luego se detuvo. Ya no lo escuchaba en mis oídos. Ya no tronaba en mi pecho. Si corría algo por mis venas se había parado por completo y solo quedaba terror. 

Moriría aquí. En un suelo frío. Como cualquier extra mal pagado. Como cualquier nombre en una lista de algo que nadie leerá nunca. Como cualquier corona de flores sobre una tumba de mármol. Como cualquier títere del destino. 

Malditas pastillas. 

Maldita arritmia. 

Maldito seas, Kit. 


Te trabaste y la noche ya alcanzó al tren de tu vida.