lunes, 27 de junio de 2016

Failing Light.

De niño, soñaba que era una estrella perdida.

Caído del cielo nocturno en un cometa, al duro pavimento de la realidad.

En donde todo parece gris, y sin muchas esperanzas.

La tierra, que era un lugar que existe y permanece por mera coincidencia.

Donde un fantasma en la maquina como yo sobrevivía, en los días duros de lluvia y la más aun palpable sequía.

Era una estrella, que escuchaba las historias que las paredes y el suelo tenían que contar, casi gritar, porque habían entendido el sufrimiento de ver la vida pasar por delante.

A veces dibujaban los humos de amores apagados, que una vez ardieron como el sol en la negrura del vasto espacio.

O cantaban las canciones de hombres con una misión, perdidos en la determinación de un chasquido de pistola.

Solían también relatarme cuentos de otras estrellas perdidas, y la estela especial que desprendían y que nadie más parecía notar.

Tal vez porque la realidad era demasiado abrumadora. Porque quizás todos se llenan de historias que no son las suyas para tener un medio de escapatoria.

Envejecí fuera del espacio, tratando de no perder mi brillo original. Pero este con cada año se opacaba más.

Aprendí a no dejarme morir por dentro, de ver aquellos colores que todos podían ver pero nadie se paraba a contemplar.

Escuchaba la música de las emociones, como otras estrellas brillaban con raros fulgores, con prismas que jamás llegué a imaginar más allá de mi sentidos.

Pero al mismo tiempo, todos parecían quedarse atrás y convertirse en rumores de lo que una vez eran. Y yo con ellos.

Me preguntaba si allá en el espacio todos nos iluminábamos de maneras diferentes, mostrando lo que en realidad somos.  

Antes de envejecer demasiado, me dijeron que las estrellas y también los humanos terminábamos muriendo. No fue mucho hasta que vi que era otra fuerte lección de la vida. 

Que todos perdíamos nuestra cosa especial en algún momento y desaparecíamos en el silencio que hay en el tic-tac.

Ese pensamiento se ha quedado conmigo hasta hoy. Que en lo fugaz de un viaje por campos verdes, en el abrazo de esa persona donde conseguías calor o en el sonido insignificante de estas letras siendo escritas… Todo podía terminar y no lo sabrías.

Nadie sabe que hay detrás de esa puerta que pintan de color negruzco, a la que llaman muerte. O al menos nadie se atreve hablar de ello.

A este momento, donde los granos de un reloj de arena corren por mi sangre, no sé qué pensar.

Pero me gusta creer que cuando termine desapareciendo, seré un destello en el espacio de nuevo. Que mi brillo perdurará por otras vidas y otras estrellas caídas me verán, a millones de años luz de distancia.

De niño, soñaba que era una estrella perdida.

Me dedicaba a imaginar despierto con un cristal entre mis dedos. Al ver al fuego crepitar con chispas en el silencio.

Que podía tomar el sol en mis manos y sentir la noche en sus frías caricias.

Arroparme en los mantos azules del cielo y sumergirme en los reflejos que hace el mar.

No es imposible. Que nada lo será mientras lo crea, como creo en las estelas que dejan las auras humanas.

Como creo en los corazones estelares, y la magia escondida. En las risas grabadas en las fotografías, y en las lagrimas de una historia sin contar.

Todas las estrellas tenemos una historia o más, en nuestras cicatrices que ya casi se desvanecen.

Esta es la mía.

La de la luz de un cometa que falla en la oscuridad.




jueves, 2 de junio de 2016

Padre. (Una obra por 8bitfiction)

[Lo que estás a punto de leer no lo hice yo (JMG) sino que es una historia que me gustó tanto, que le hice una traducción porque sí. 8bitfiction hizo esto como una historia pequeña y todos los créditos van a él o ella. 
Twitter y Tumblr: @8bitfiction]

Respondí a través de los intercomunicadores antes de presionar el botón — el que no debía.

«Una lección de historia, Padre. En el año 5025, los Locust, habiendo desgastado los recursos de su mundo hogar, buscaron devorar un mundo del sistema estelar más próximo de Los Anillos del Rey. En este sistema, habían tres planetas.

»Rubí, un mundo arropado por furiosas flores rojas que florecían en el alto calor, se encontraba en una órbita más cercana a su estrella. Sus habitantes se quedaban bajo tierra en el día y trabajaban el suelo de noche. Zafiro, en la órbita más lejana, era un planeta acuático. Sus ciudades eran sostenidas por altos pilares construidos en montañas en el fondo del mar,  que pasaban la superficie, sin ser alterados por los furiosos mares y tormentas. Entre estos, estaba Esmeralda; un planeta rico en interminables bosques que sobrepasaban a la deforestación, creciendo más rápido de lo que podían ser cortados o quemados. Así pues, sus ciudades estaban escondidas bajo el manto de los imponentes árboles.

»De estos tres planetas, sólo dos estaban en el menú de los insectos. Sin uso alguno para un planeta de agua, los Locust se saltaron Zafiro y avanzaron hacía Esmeralda. Mientras la plaga se acercaba, los líderes de Rubí y Esmeralda discutían. ¿Por qué debería ayudar Rubí, que en cuyo caso era mejor y debía liderar la coalición? Esmeralda no cedió. A regañadientes, Rubí envió sus naves para auxiliar a sus vecinos. Pues ellos sabían, que si el planeta bosque perecía, los insectos estarían comiendo escarlata después. Estaban forzados a cooperar.

»Cuando el enemigo se acercó lo suficiente para ser observado, vieron una plaga tan masiva que la derrota no era ni una mínima posibilidad, sino una inevitabilidad. Cientos de las naves de hombres contra miles de millones. Su casa era de paja, y el lobo vino a tocar la puerta con un martillo de guerra.

»Ahora, aquí es dónde se pone interesante. Antes de que las flotas de Rubí y Esmeralda fueran abrumados por las naves vivientes de insectos de la plaga, llegó una transmisión. Era la armada Zafiro, con una fuerza de mil naves — eran un planeta de botes y océanos, después de todo — y venían a ayudar, como dijeron, a sus amigos.

»Al final, los insectos, flanqueados por un nuevo adversario; no siendo muy inteligentes y en falta del sentido común para no darse de cabeza con los misiles, la plaga fue repelida. Los Locust se fueron, las celebraciones tuvieron lugar, y todos vivieron felices por siempre.

»Ahora, Padre, en esta historia; yo siempre pensé que tal vez tú eras Rubí y yo era Esmeralda. Qué quizás una falta de decisión había infligido en ti, y tú eras una ternura por la que tenía que luchar para siquiera tener una pizca de ella. A medida fui haciéndome mayor, pensé que tal vez estaba equivocado; que tú eras Esmeralda y yo era Rubí. Yo, el hijo bastardo enojado, y tú un bosque que se negaba a ser cortado.

»Hoy, de lo qué eres, aún no estoy seguro. Sin embargo, de lo que estoy seguro es de lo que no eres. Tú nunca fuiste Zafiro. Tú nunca fuiste amigo, familia o aliado para mí en toda mi vida. Nunca fuiste un vecino  que me ayudo cuando estaba en necesidad. Simplemente compartíamos nombre, sangre y filiación.»

Presioné el botón, y el misil despegó.

«Te he amado, cómo me has amado a mí, Padre.»

«Adiós.»