domingo, 11 de octubre de 2015

CRÍMENES II (2/3)

(1/3)  (3/3)

Robos. (2/3)

Bajo reflectores.


¿Y ahora qué?


Escondida entre los arbustos y los puntos ciegos de los guardias alarmados por la flashbang, considero mis opciones a seguir. Para empezar, no podría mezclarme en la multitud, tengo un conjunto de combate puesto y puedo llamar la atención. ¿Robar un uniforme de los guardias? Son más grandes que un armario y se notaría mucho que no me queda.


Mientras cavilo comiendome las uñas, salen dos individuos de camisa blanca y pantalón de gabardina. Meseros, probablemente contratados para el servicio de bocadillos y bebidas. Un hombre joven y flaco y una mujer casi de la misma edad, más pequeña y esbelta. Salen de la casa entre gemidos y besos asfixiados, recorriendo a gran velocidad sus cuerpos con las manos bajo el porche.


Los miro sin hacer ruido y espero el descuido del chico, ya que las mujeres no haríamos lo que viene a continuación. La apoya a la pared frente a mí y empieza a quitarse los pantalones, mientras la mujer le desabotona la camisa con prisa, riendo y gimiendo de placer con cada botón hasta tirarla a un lado. Las embestidas del hombre y los gritos de placer de su compañera quedan ahogados por todo el bullicio de la fiesta adentro y afuera.


Con dos grandes zancadas tomo la camisa y me escondo en otro arbusto con un grito de trasfondo. Cambio la chaqueta por la camisa y la cuelgo en una rama con dolor material. Dejé mis cosas pero solo me regresarían. Minutos pasan y la pasión empieza a desvanecer de los gemidos, me muevo con paso apresurado a la puerta trasera de la casa y entro en la cocina de superficies de mármol blanco y negro que relucen en la proyección de los faros del techo. Los meseros se mueven con agilidad llevando platos y copas esquivando a sus compañeros sin dejar de moverse.


Alguien me toca el hombro y me volteo a esperar la señal para golpear en la quijada a alguien y salir pitando por los pasillos. Un hombre fornido y calvo me grita con una voz ronca:


—¿Por qué coño no llevas nada? ¿No ves que estamos contra el reloj aquí? ¡Carlo pasa una de champaña a esta vaga!— Un joven con acné trae una bandeja con copas y el calvo la empuja hacía mí, casi derramando el contenido en mi pecho— Ve a la sala y circula, si se te cae sales de la nómina. Pelirroja tonta.


Si no hubiera estado encubierta le hubiese partido con una patada esa estúpida calva.


Entro en la sala y analizo a la multitud de trajes y vestidos apretados, manos en culos y lenguas entrelazadas en un gusto a alcohol. Humo y cenizas de no solo tabaco llena el aire. Sonidos sin ningún rastro de música llenan la sala.


Me muevo con agilidad suficiente para que se me vacíe la bandeja de copas y llegar con unas cuantas hasta los pasillos que llevan al resto de salas en la casa. En mi caminar alguien me rodea con un brazo y pone una mano en uno de mis pechos. Huelo su aliento a whisky con desde antes que se acercara.


—Preciosa, ¿no te gustaría estar sirviendome whisky en mi habitación? Prometo que esté servicio especial no quedará ignorado. —el hombre grande y gordo me mira con un azules ojos ebrios y excitados mientras habla mostrando sus amarillos dientes— Te juro que nunca he visto una mesera con unas tetas tan buenas.


—Bueno, una chica tiene sus encantos. —dije, tragando vómito. La colonia que llevaba encima perforbaba como mortecina. Dejé la bandeja en una mesa y le agarre un brazo en caricia falsa— Se ve que un tipo grande cómo tú merece un trato especial.


Le tomo del brazo y empezamos a caminar por los pasillos de la mansión. Dejamos por detrás gemidos y gritos de ambos sexos en las habitaciones y actos que no llegaron a ellas. El hombre abre una puerta con naturalidad y entramos en una habitación de paredes rosas y una cama desordenada en el medio. Doy un paso adelante mientras el pone el cerrojo. O eso pienso yo cuando uno de sus brazos como vigas tira un puñetazo que logro esquivar por poco.


Empieza a lanzar ráfagas de ganchos a mi rostro a diestro y siniestro mientras los evado. Se cansa y embiste contra mí. Me agarra entre las vigas y me pone contra la pared con una mano en el cuello.


—¿Creías que me podías engañar, zorra? ¿Crees que no te vi tomar las ropas del muchacho por la ventana? Todos los otros podrán ser unos inútiles pero yo no. — me grita mientras se me empieza a acabar el oxígeno. Le escupo en un ojo pero no me deja ir— No le temo a los rasguños de una gata.


Lo bueno de los hombres es que se ponen en un pedestal tan alto que olvidan que hacen, aunque solo sea por un milisegundo. Afloja lo suficiente mi cuello para que pueda pensar e impacto una patada en su vientre, apuntando más abajo. Suficiente para que retroceda y contacte mi codo contra su hígado y caiga al suelo. Me toma por la pierna mientras voy saliendo y empieza a arrastrarme hacia él. Agarro algo que estaba debajo de la cama y le pego en los ojos. Es un látigo y agradezco a dios por los masoquistas.


Empiezo a correr por los pasillos buscando las escaleras a arriba. Dos guardias se paran a cada lado de ella mientras logro cubrirme antes de que volteen en mi dirección. Detrás de la pared oigo al guardia de la fiesta venir corriendo.


—¿Han visto a una perra pelirroja corriendo? —les grita adolorido, no oigo respuesta— ¿Tienen contacto? Pongan el estado de alerta. Esa maldita pelea demasiado limpio, no es cualquiera.


— Pendientes todos, Rafa dice que hay una tipa pelirroja escondida en la mansión y que parece ser una profesional. El que la agarre y se la lleve al jefe obtiene un ascenso. —dice uno de los centinelas en la escalera con un chasquido en el intercomunicador. Al menos mi cabeza tiene precio.


Reviso las ventanas sin éxito de que estén abiertas. Las puertas cerradas a cal y canto pasan a mi lado y no me entero cuando alguien me agarra del brazo y me jala a una.


El cuarto está a oscuras y es pequeño, como un cuarto de escobas. Aferro la mano que me toma del brazo y noto que es de una mujer. Recorro su brazo y me quedo pálida al ver su rostro. La reconozco pero no sé de dónde, pero ella no comparte la reacción.


—Shh. No hagas ruido o alguien saldrá a revisar. Están alerta porque te escapaste de Rafael. Si te agarran, preferirás estar muerta. — Su voz dulce huele a perfume caro y a maquillaje. En la oscuridad veo sus grandes ojos marrones reflejándose en los míos y su cabello bronce. Su brazo de piel morena sigue agarrándome.— Está bien, a mí tampoco me gusta, pero tenemos que trabajar y estoy segura que tienes tus razones.


—Yo no... —Me tapa la boca con una mano y oímos pasos pesados afuera. Una sombra pasa por la línea de luz del suelo hacia la izquierda y se desvanece entre nuestras respiraciones silenciosas.


Al quitarme la mano de la boca veo una cicatriz redonda en el dorso y los recuerdos me pegan como agua fría.


—¿...Sara...?—balbuceo y no se inmuta pero veo sus músculos tensarse. Se agacha y saca una llave de su prominente escote. Desempolva con la mano una puerta pequeña en la pared y la abre dejando salir una luz amarillenta. Me digo a mí misma que no tengo más opciones y me pongo en cuatro patas para seguirla. Como Alicia cayendo por la madriguera.


Al levantarme veo unas 20 mujeres en lo que parece ser un tocador. Desnudas, en lencería extravagantes o con vestidos ajustados pasan por nuestro lado yendo a quién sabe dónde. Es alguna clase de sala de preparación, con reflectores en los espejos y un olor a plástico.


Ella saca una llave y abre la puerta delante de nosotras. Dentro, una mujer mayor y llena de maquillaje me mira con cinismo. Empiezo a balbucear algo y me detiene con un gesto de la mano.


—Sé a qué vienes, niña, — su voz sonaba estirada e imponente, pero no me pareció que estuviese en mi contra— eres la de los mercenarios. Creed y yo ya hemos trabajado juntos antes. Lo que buscas está en la habitación de los portones en el tercer piso. Es imperdible.


—¿Por qué me ayudas? Claude me contó que quizá te vería, que proporcionabas la diversión sexual en la ciudad. Dudo que te beneficie en algo ayudarme, si no es que te daña. —La miré duramente mientras sus empleadas rodeaban la habitación como vigilantes. Ella era Van Helena. Era casi una leyenda del mundo de las prostitutas y el sexo anónimo. Aunque cada mes sin falta, al menos dos de sus empleadas eran encontradas muertas en unos callejones al azar. Me volteó la cara y sus arrugas se tensaron en el cuello.


—Chiquita, he hecho muchas cosas malas en mi vida. Creía que nunca volvería a tener una noción de moral. —Destilaba un olor a Chanel y sus labios se agrietaron en una señal de asco.— Hasta que empecé a ofrecer servicios a Durand. Paga como el demonio, pero no puedo dormir pensando en lo que pasa con la chica que siempre se lleva en privado a su cuarto en las fiestas. ¿Sabes que dos de mis chicas siempre mueren al mes? Al menos una siempre viene a renunciar y tiene ojeras, como si no hubiese dormido pero soñado demasiado. Pesadillas. Nunca he identificado sus cuerpos, pero que se me lave la cara con vinagre si esas chicas no tienen indicios de suicidio.

A este punto, las otras chicas se pusieron también tensas, algunas con miradas distantes, con miedo. Todas jóvenes, desesperadas y con mucho, mucho miedo. Apreté los dientes en solo pensar lo que hacia Durand. O lo que no hiciese.

—¿Cuál es tu nombre? — me preguntó.

—Layla.

—Layla..., lo que haya allá arriba no puede salir a la luz. Es demasiado repugnante. Pero tienes que acabar con él y recuperar las cintas. Por tus compañeras en la cuerda floja. Por la vanidad de ser mujer.

Asentí gravemente a la ahora derrumbada líder frente a mí. Y salí cuando una chica me había dado la chaqueta que había dejado fuera con las cosas que era un error que casi me costó la vida abandonarlas. Era Sara, que me acompañaba a la puerta trampilla de la pared de nuevo. Todas las otras mujeres me miraban con atención.

Antes de salir ella me detuvo por la muñeca.

—Danos un aviso que lo has hecho y saldremos pitando de aquí como ratones. Somos buenas en eso. — Era la que menos maquillaje llevaba y era más bella que las demás. Miré su quemadura y la garganta se me reseco al hablar.

—¿Aún te duele? — Me miró confundida.— Donde te aplastaba los cigarros.

Se vio la mano y parecía recordar algo. Pero no duró mucho.

—Yo no..., disculpa, ¿nos conocemos?

No aguanté más y la besé tomando su perfil. Sabía a memorias y cosas que no había sentido en años. No se resistió y cuando una lágrima bajaba por mi mejilla me solté.

—Solo me recuerdas a alguien. A alguien que nunca volví a ver. — Alguien había dejado una ventana abierta en el pasillo donde estaba el armario y olí el aire de la noche pesado por la abertura de la puerta. Corrí y me aferré a la cornisa debajo ya estando afuera, mojándome con la lluvia ahora más leve. Me agarre a una enredadera y comencé a trepar.

Subiendo por las oscuras cepas, la memoria de mi yo pasado no dejaba de acompañarme a cada paso.