viernes, 11 de noviembre de 2016

Noches en el laberinto. (I)

Las historias comienzan de muchas maneras.
En el rompimiento de un amor, en la llegada de alguien nuevo, al perder a alguien, cuando te dan un artefacto raro o luego de que ocurra un evento insignificante que haga un efecto de bola de nieve en donde ocurrirá todo.

Este...no comienza tan cotidianamente. O quizá sí, si lo vemos desde el punto de vista de nuestro dormido protagonista. Vamos a llamarlo... Nico. 

La alfombra se siente picosa contra su cara y tiene un olor extraño. Todo tiene un olor extraño. Nico es un obsesionado con la limpieza, y a partir de esta característica, es que siente que no está en su hogar.

Nico lentamente abre los ojos y lo primero que ve es una bombilla de color amarillo, colgando del techo, que está al borde de fundirse. La bombilla empieza a parpadear en intervalos de milisegundos, dando sus últimos minutos. El techo es de un color blanco amarillento, parece que nadie lo ha pintado en mucho tiempo; le han empezado a salir escamas. Nico recuerda dónde está y le molesta haberse quedado dormido.

“Al menos no manché el techo” piensa Nico, "Esa no me pasa siempre."  

Se frota los ojos, se apoya en su mano izquierda y se sienta en el suelo, que fue dónde despertó. Hacía calor y la bombilla aún trataba de aferrarse a la vida. Cuando miró hacía la puerta, el objetivo de su contrato estaba en el lugar donde lo había dejado, con una bala en la cabeza, sentado en la única silla decente del apartamento. Nico suspira en alivio, pero hay un borrón raro en su reojo. Hay algo más de lo que el sueño lo despista; gira la cabeza ante el borrón y casi, casi se asusta. La mujer, novia del objetivo, estaba de espaldas a unos metros de distancia de él. Una hemorragia bastante fea salía de la parte posterior de su cabeza. Si levantabas la mirada, verías algunas ráfagas de sangre en la pared, llevando a un punto singular ya seco; que era el punto de impacto de la hemorragia de la mujer.

Nico puso en orden los eventos que llevaron a esa pintoresca escena.

Eran las 8:00 PM cuando había dejado su casa y tardo 20 minutos en llegar allá. Había llegado a este edificio de mala muerte cuya recepción estaba totalmente vacía con un olor a cloro industrial. Uso el ruidoso ascensor para evitar encuentros,  forzó la puerta del apartamento 321 y encontró a su objetivo haciendo maletas. Trataba de escapar antes de ser encontrado. Lo miró como si hubiese visto al diablo mismo. Nico tomo la ventaja del factor sorpresa y lo aturdió antes de que pudiera responder. Lo echó en la silla, lo inmovilizó con un zapato en su entrepierna, y mientras cargaba la pistola lo oyo pedir disculpas y piedad a gritos. A Nico no le podía importar menos, porque sabía que este hombre había matado una familia de tres en un golpe a la casa de un ex-policía por unos billetes ensangrentados, el mismo que firmó contrato con él para no ensuciarse las manos. "Astuto, sí señor." reflexionó Nico. 

"¡Por favor! ¡Le devuelvo la plata, me entrego a la cárcel! ¡Pero no quiero mo-"

Un grito cortado a la mitad, un fogonazo silenciado y un cuerpo poniéndose tieso. Eso era todo. El trabajo estaba hecho. Nico bajo su pierna, lo miró unos segundos y suspiró cansado.

Pero escuchó el sonido de unos pies arrastrándose tras él y sabía que la noche iba a ser larga.

Se le echó encima, y es casi como si la hubiera dejado hacerlo. Solo por ver que pasaba. Logro quitársela de encima y vio que era una mujer de unos treintaytantos, con un montón de maquillaje. Cuando la lanzó al suelo de la cocina de ese apartamento tan pequeño, ella tomo un cuchillo y empezó a tratar de cortarlo. Nico retrocedía mientras le hacía cortecitos en los antebrazos. No fue hasta que se tropezó con una mesa que ella le abrió un tajo en la piel de las costillas, largo pero superficial; junto con los otros pequeños en sus brazos que sintió adoloridos al despertar. Nico cayó al suelo y ella se le lanzó otra vez.

Había tomado terreno e intentó una estocada a la carótida, arrodillada en la alfombra con Nico deteniendo su brazo y la punta de la hoja muy cerca de su cuello. Sus ojos eran de pura locura, pura rabia, eso le dio un repelús interno.Sintió el contacto entre su pie y el vientre de ella y la lanzó contra la pared con una patada.

Hay un tritono de sonidos secos y ella está boca abajo en el suelo y hay un punto ensangrentado que gotea por la pared. Solo quedan los resoplidos de Nico rompiendo el silencio, y es cuando se da cuenta de que ella no va a levantarse, que se acuesta en la alfombra. "Eso estuvo cerca" 

Dura con los ojos abiertos por 40 segundos nada más. Estaba tan cansado. Llevaba buscando a este tipo dos semanas enteras, tratando diferentes fuentes y lugares hasta que dio con él.

Tan...cansado.

El sueño sobre esa alfombra vino como una mujer en una noche gélida y sin luna. 

Ahí estaba el masivo punto rojo de sangre con sus gotas ya secas. Los cortes en la chaqueta y camisa de Nico, y aquel otro que comenzaba a molestar un poco demasiado en el tórax. No sabe qué hora es, pero igual no hay tiempo que perder. Pone su mano en la misma mesa que lo hizo caer.

Se levanta, mira a los cuerpos y se sacude las ropas. Pasa por encima de la mujer y enfrente del hombre.

El foco muere de repente. Oscuridad morada con la luz de luna que entra por la ventana de la cocina.

Y cuando iba a tocar el pomo de la puerta, al otro lado hubieron toquidos, o más bien intentos de derrumbar la puerta.

Nico no quería saber en absoluto.

Retrocedió y empezó a buscar otra salida. La ventana aleteaba sus cortinas con el viento hacia la oxidada escalera de incendios.

No era una salida glamorosa. Pero trabajas con lo que tienes.

/////

Pausa. 

Solo hay negro. El mundo es negro. 

Calidez en mi mente. Frío en mi cuerpo.

Hay frío. Y olor a tóner. Y un poco a mi saliva.

Espera, ¿qué?

Me... quedé dormida. Otra vez. La luz de la pantalla fríe mis ojos con ayuda de las del techo. Levanto la cara (con dificultad) y veo el documento que hice con una montaña de puras A porque dejé un dedo en el teclado. Un papel se me pega a la cara cuando me incorporo y mi aliento huele horrible. 

—¿Se despertó? - oigo la voz de Lila, la conserje de este piso. Me estiro y volteó mi silla hacia ella.

Ahí está, con su uniforme gris y el pelo recogido en una cola. Sus ojos jade brillan aún a la distancia.

— Sí, señora Lila. Disculpe hacerla preocupar. ¿Qué hora es? - respondo entre bostezos.
—Son casi las 11 niña. Deberías estar en casa. Tanto trabajo no hace bien a la mujer.
—Señora Lila, estamos las dos aquí a la misma hora, ¿y soy la que trabajo mucho?

—Ah, pero tú no te tomas descansos entre cada hora y te robas las donas de la sala de descanso.

—Bueno, resuelto el misterio del ladrón de chucherías.

Las dos nos reímos con fuerza. Veo el paso del tiempo en la cara de Lila y recuerdo que es la única que me ha tratado mejor que cualquier basura elitista/sexista en este edificio. Mejor que los se hacían mis amigos y disimuladamente me agarraban el culo. Si yo trabajara para ella, ni siquiera dudaría. 

—Tranquila, Lila. Primero muerta y sin maquillaje que a delatarla. Y sabemos que no hay micrófonos.

—Por ahora. Mija, en serio váyase a su casa. La calle no está para salir tan tarde y menos si no se divierte. Yo me iré detrás de usted cuando mi esposo me busque.

—Muy bien, suena justo. - recojo mis cosas mientras Lila pone las cosas en el cuarto de suministros más cercanos - Buenas noches, señora Lila.

-Buenas noches, Alexandra. Dios me la bendiga.

Camino al ascensor mientras la oigo tararear una canción y también deseo que mi esposo me viniera a buscar. Pero no tengo esposo. Ni vale la pena que me busquen.

Pongo la llave magnética para presionar el botón de estacionamiento y empiezo a descender. 

De alguna manera, la canción que tarareaba tiene un recuerdo que me agarra con dulzura. Es "Bésame Mucho" y recuerdo que fue la primera canción que baile con mi padre, parada encima de sus pies.

La bailé también en un evento de caridad con un chico lleno de acné y dos pies izquierdos. Tenía 15.

La última vez fue en mi matrimonio a los 24. Era joven, entusiasta y creía que si tenía alguien a mi lado todo iba a ser un éxito. Sus ojos azules me hablaban al alma y me decían que nunca me iban a abandonar.  Ni siquiera se inmutaron cuando firmaron el contrato de divorcio. O cuando les pedí que se quedarán, tantas veces. Que podía cambiar.

Tengo ahora 28 y lo recuerdo todo como si acabase de pasar. Y que no puedo cambiar. 
28 años y no he hecho más que trabajar desde los 25. Sin amigos, sin pareja a la que recurrir, y mi padre (mi único apoyo) se murió hace tres meses. Me deja sola, y sus últimas palabras fueron que necesitaba ser más feliz. Ni siquiera estuve cuando las dijo, y aunque sea la enfermera tenía buena memoria. Egoístamente, pienso que debí haber muerto yo y que alguien cargase con mi peso por una vez.

Ni siquiera sé para quién trabajo, y tampoco tengo el valor de suicidarme. O al menos no le veo el sentido por si la muerte es peor.

Sé que sueno cínica, pero tengo mis razones. No hay miseria como aquella de la que nadie sabe.
Y ya no puedo contenerme y me derrumbó a lágrimas en el elevador. No queda un alma en el edificio y bajo directo. Siempre es buena decisión usar maquillaje impermeable, decía mi tía. 

Me sorbo la nariz, me quito las lágrimas con mi manga izquierda y la puerta se abre en el estacionamiento. Me aferro a mi pequeña navaja en el bolsillo derecho del pantalón, aunque sé que no duraría ni un minuto forcejeando. Entró al auto y pienso que no quiero dormir aún. Solo quiero sumergirme en mi miseria, un poco más.

El motor ruge con la llave y me siento más intranquila a cada momento. Cometo un error.

Perdón señora Lila. Necesito esto.

///////

Nico estaba algo amargado.

Había caminado 10 cuadras y la verdad es que su rabia no había bajado por dormirse y dejarse de esa mujer. Era más profesional que eso y lo sabía. ¿Cansancio? ¿Un colega se salva de una viga en llamas al hacer una limpieza en un bar y él se queda dormido? ¿Qué dirían en la organización?

Revisa su celular. La aplicación de la policía no presenta anomalías en la zona del contrato. Parece que a nadie le importa, y menos a quién quería derribar la puerta. A lo mejor le hizo un favor. 

Se detuvo frente a una vidriera y miró a su reflejo. Tenía ojeras, y sus ojos estaban un poco inyectados. Su piel estaba pálida y su cabello revuelto. Se veía como basura.

No ayudó mucho que le cayera una gota en el ojo. Genial.

Corrió buscando algún local abierto en la tempestad por cinco minutos. Las luces de los semáforos parpadeaban en la penumbra, y sus zapatos en los charcos quebraban los silencios de la calle.

Nico se detuvo en seco (mojado) un momento.

Unas luces llegaban de un portal que leía "Laberinto, Bar" le llamo la atención el nombre y se dijo que al menos entraría en calor con un whisky. Tocó la puerta y un hombre entrado en años apareció. 

"¿Qué busca, forastero?" dijo el viejo. Nico se quedó algo confundido pero respondió a tiempo.

“Solo busco entrar en calor." 

"Ha venido al lugar correcto. Pero es noche popular y la entrada cuesta un poco más." 

Nico le pago sin problemas y entró. Era un lugar de luces bajadas de tono y conversaciones susurradas. Se escuchaba el jazz por unos altavoces en las paredes de madera. Nico estaba encantado y el viejo lo notó.  

"Es usted un hombre calmo." 

Nico se sienta en la barra y el hombre le sirve un whisky de marca como lo pidió. Doble. "Para los amantes de buenas bebidas y caras amigables, la primera es gratis." dice. Nico se apoya en la barra y el ardor entra en su garganta agusto. Su alma se asienta un poco.

Se permite mirar por el bar, y ve series de parejas, gente bebiendo sola y solo un grupo numeroso de jóvenes que hablan un poco fuerte para el lugar, pero están en una mesa lejana. El viejo es un sabio zorro. 

Pero la puerta se abre otra vez. Y Nico la ve por primera vez.

////////

— ¿Qué busca, forastera? — un anciano abre la puerta como si fuera un cuento Disney. No me da tiempo.

—¿Eh? 

Me cierra en la cara. Tocó de nuevo y vuelve con la misma pregunta.

—Me busco a mí misma en un vaso de cristal. — Toma eso, anciano de cuento.

—No se encontrará jamás. Pero aquí puede intentarlo. 

Le pago la entrada y me hace una seña a la barra. Mis tacones en el suelo de madera y tomó un banquillo para sentarme. Al final, veo que no soy la única en la barra. 

—¿En qué desea ahogar sus penas? —dice el anciano. Mierda, ni siquiera sé que tomar. 

—¿Qué recomienda usted? 

—Discúlpeme si me excedo, pero las almas solitarias como las de usted parecen adaptarse más al whisky. Ya lo comprobé.

El viejo apunta al hombre del final de la barra con un vaso de whisky. Por su expresión, lo está disfrutando. Tomo asiento y miro al anciano llenando el vaso de whisky, en menos de un minuto me lo hace doble y me guiña el ojo con una sonrisa sorprendentemente adorable. 

Maldita sea, este whisky sí está bueno. Excelente elección, hombre de la chaqueta negra. 

Y como si leyera mis pensamientos, mira en mi dirección. Se queda un rato estudiándome para hacer una media sonrisa y decir "Brindo" en silencio. Le respondo su brindo y ambos tomamos. La verdad es que es algo apuesto, pero me imagino que también se sumerge en su miseria. Siento esta extraña vibra de él, como si se ocultase de lo demás y lo dejo ser.
Miró a una de las mesas y hay otro muchacho poniéndome el ojo, por las razones equivocadas. 

Me siento incómoda y aparto la mirada a la ventana llena de lluvia.

En otra vida, había sido fotógrafa. Una toma así de simple no valdría nada, pero para mi las memorias de ventanas son lo más mágico que existe. Cómo podemos ver la vida más allá del marco, ver cómo en los pabellones de maternidad, a un mundo que respira constantemente, llora y hasta tiembla de terror por lo que le hagan.

Huelo mi bebida, y me la tomo hasta terminarla. Alexandra through the looking glass.

Alguien toca mi hombro, y presiento ya una conversación hipócrita de lo bella que soy me espera. Suspiro disimuladamente antes de voltearme.

Suenan los hielos del whisky. Y su mirada parece genuinamente interesada en la ventana. No se ve más viejo que yo y... ¿es que acaso está nervioso? El hielo tiembla un poco más de la cuenta. Oculta algo. Pero...

—Mi abuela... solía decir que puedes saber cómo es una persona por su actitud respecto a la lluvia. 

—¿Y cómo funciona? - se la juego un momento a ver qué pasa.

—Si les gusta, valen la pena. Si no...bueno, esa parte la dejaba así.

Sonrío y cuando tomo el vaso, veo que su chaqueta está rasgada en los antebrazos. Pero siento que no es momento de preguntar. Observo el asiento a mi lado y él coge la indirecta correctamente. Pero su cuello está tenso.

—¿Piensas que valgo la pena? — le comento.

—Pienso que necesitaré mucha suerte. —responde, y sus ojos marrones parecen brillar un poco al mirarme por fin— Pero al final, tengo una corazonada de que todo saldrá bien.



miércoles, 5 de octubre de 2016

Réquiem para ser olvidado

Contamos una historia
a traves del tacto de tu piel y la mía
una que va más alla de la comprensión.

Solamente figuras desdibujadas,
una luz que se difumina como el humo de una llamarada, 
cenizas que vuelan con nuestras lágrimas. 

La lluvia que cae hacía arriba, 
las leyes perdidas de la física.

Un campo magnético que se forma,
al cual nos entretiene llamar destino, 
una idea muerta, sin nacer.

Nuestro conflicto eterno sin sentido,
un cielo nublado que no conoce la luz, 
más sí el sonido del rugido de un trueno.

Las hojas ensangrentadas de ayer, hoy y mañana.
Las conciencias tan desconocidas entre sí,
tan ignorantes de qué es lo que tienen que proteger.

Un destello eléctrico,
un clic en la absoluta oscuridad,
tu mano tocando la mía,
tratando de sacarnos a ambos de este abismo interminable,
que nos hunde más con cada uno de sus respiros.

Por qué luchar,
por qué morir,
por qué vivir por algo que nunca lograremos alcanzar.

Ni en el jamás de los jamáses,
ni en la luz más enceguecedora,
ni en el túnel más negro, 
solo nuestra mano agarrando un pedazo más grande del vacío.

Hay otras historias,
sobre corazones perdidos en las profundidades del mar,
una memoria atrapada en un "continuará" abandonado,
flores ciegas que velan por un tacto 
y sentir...

El más mínimo susurro tuyo.

La respiración cálida de alguien más sobre tu cuello.

Veo tu sonrisa en el delirio de mis más febriles sueños.

En el reflejo de mis espejos internos.

Esperando una fantasía. 

Nado en el océano de la oscuridad.

Y en la orilla resuena una piedra con tu nombre. 

Y no sé si yo la debía encontrar.

Pero mientras vibra en mi mano, no me queda nada más qué decirnos. 



domingo, 11 de septiembre de 2016

Meta-jerarquía. Un ensayo.


Hola. Soy yo.

Sí, esto no es lo que esperabas, ¿verdad? 

Normalmente mi estilo de escribir es otro más poético y fantasioso. Pero esto es algo en lo que he pensado desde hace muchísimo tiempo, creo que desde empecé a darme cuenta que podía pensar.

Tranquilidad, no dejaré mi estilo usual, pero esto tengo que plasmarlo.  Puede parecer algo acelerado, pero solo es una fantasía que se haría muy larga de explicar en unos tweets o algo.

¿Te has preguntado cómo funciona tu mente? ¿Cómo reunir toda la información que has recopilado a lo largo de tu vida? ¿Cómo la categorizas? ¿Cómo sabes que este recuerdo no es una historia que alguien te dijo en el autobús, o que estas emociones no son más que una reacción replicada de las películas que has visto?  

Yo sí. He pasado toda mi vida, pensando en eso. Por algo no fui bueno en los deportes y jamás le he prestado una atención dedicada a la escuela. Por algo siempre dejo todas mis cosas regadas y es en lo que gasto el tiempo de viaje hasta mi universidad, que suele ser una hora.

Este ensayo, más que decir lo que pensamos, busca una imagen para identificar, para retratar esa abstracción inmediata que llamamos “mente”.

¿Quiere decir la existencia de este ensayo que he llegado a una conclusión? Oh, no. Ni por coñazo. Pero es una idea, una teoría. Algo que he considerado interesante poner en palabras.
Pero basta de introducciones. Entremos a lo poquito que sé.

La mente es este…vacío donde todo va de aquí y allá como pájaros asustados. Con este vacío procesamos lo que percibimos y tomamos en consideración eso mismo. Unas palabras, un sonido, una imagen. Música, luces, gestos y la lista es infinita.

Pero, ¿cómo se organiza? Si eres una persona centrada, podría decirse que todo lo que tu mente procesa se guarda en cajas con etiquetas. Recuerdos, sentimientos, lógica, conocimiento. Si eres un desastre, me remito a la metáfora de los pájaros.

Justo hoy me dijeron que no me concentro lo suficiente en lo que hago. Y vaya que tienen razón. Por algo nunca ganamos un juego de futbol a causa mía, porque me la paso perdido entre la nebulosa de mis pensamientos.

Pero estoy tratando de mantener más mi concentración, y es en la falta de la concentración, la organización y la estabilidad que está lo siguiente. A mí me gusta llamarlo…

El mar de las olas bipolares.

Si tienes televisión con cable, me imagino que alguna vez has puesto Discovery Channel con su programa dedicado a este tema o una película con esta escena.

Hay alguien naufragando en el mar, solo con un flotador, sin tener a donde nadar excepto hacia el infinito. En una tormenta, o en aguas serenas. Es aquí donde se encuentra el estado más común de la mente de un adolescente promedio con problemas promedio o de una persona que viva a diario con el “¡Siempre estás serio/a!”. “Oye, vuelve a la tierra.” Yo también estoy aquí, tratando de volver a la superficie.

¿Pero qué tiene que ver el mar con la manera de pensar?

Imagínate que estás varado en el mar, en un tira y afloja eterno a causa de las muchas corrientes. El agua representa todos tus pensamientos, recuerdos, emociones, etc. Puedes nadar sin problemas si estas calmado, tomar un pensamiento y darle forma, o es más, representarlo en la realidad.

Ahora imagina que alguien te hace enojar. Mucho. ¿Cómo se vería el mar?

Tormentoso, con unas corrientes que te podrían arrancar las extremidades de lo fuertes que son. No tienes flotador. Ahogándote de tus propios pensamientos movidos por la ira. Quizá hasta con un cielo de color rojo sangre si te gustan esas cosas.

El mar tormentoso no se da solo con la ira. La ansiedad y el miedo, hacen también de catalizadores. Pero diferentes sentimientos tienen diferentes efectos en las aguas. La tristeza por ejemplo, hace diferentes olas. Aquí todas vienen del tamaño de un edificio y debido a tu animo, te lanzas de cabeza hacia ellas, queriéndote ahogar en tu lastima (este también sería el tipo de mar de una persona con depresión al punto de que solo ve lógico dejarse llevar a las profundidades). La felicidad es algo parecido a ser un niño feliz estando en una piscina por primera vez, revoloteando sin ponerle atención a nada. La inseguridad, cuando todo está tranquilo pero crees que ves aletas de tiburón en tu periferia.
 
Es bueno que el mar viva cambiando, pero siempre es impredecible, un estado de mente para cuando no necesitas o no tienes que preocuparte de muchas cosas.

Es sano a veces también solo flotar y pasar de lo demás.

Pero, el siguiente estado le trae a uno más atributos, una mente más arreglada. Algo que se basa más es la rutina, la categorización, etc. Un punto medio, si quieres llamarlo así.

El bosque de voces escondidas.

Los nombres suenan rebuscados, pero aguántame esas.

El cambio de escenario de algo tan impredecible como el mar al bosque no es tanto un “upgrade” como es solo un estado más puro de tranquilidad, pero también de frialdad.

Aquí estás tú, en medio de un bosque. Los arboles son altísimos y no hay caminos.  Solo las voces de los animales que te rodean, un millón de aves (me gustan las aves, no sé) unos cientos de venados, uno que otro oso; más los peces de un río en un algún lado. No los puedes ver, ellos son las voces escondidas que se traducirían como tus pensamientos, sentimientos y conocimientos.

No hay mucha diferencia del mar, solo que estás seco. Hasta que caiga lluvia (ya vuelvo a eso). Pero hay una cosa que considerar ahora. Nadie puede conocer el mar, pero un cazador puede tener una percepción bastante amplia del bosque. Y si es más sabio, sabrá aislar los sonidos de modo que su presa no se escape, sepa encontrar un río o alejarse del territorio de un oso.

Así pues, en el nivel del bosque, significaría una manera de que se dejasen flotar los pensamientos pero con la habilidad de localizar lo que quiere considerar. Recordar lo que quiere recordar y hacer marcas en el suelo o en los arboles para que no se le olvide nada.

Esto deja a un margen los errores, ya que el cazador entra en un estado de concentración tal que calcula cada pisada o rastro que deja. Siempre alerta pero no deja lugar a la relajación total.

Las emociones tienen menos poder aquí en el bosque. O al menos, el cazador no se deja llevar tanto porque arruinaría su sistema. La ira sería un lapso al frente de la fogata tratando de buscar calma y una solución a sus problemas. La felicidad, un día soleado de esos de cuentos para niños. La tristeza, una lluvia bajo que la cual el cazador se sienta sin pensar nada, y sabe que le hace bien. La inseguridad, una noche muy oscura en donde busca puntos iluminados o un escondite de algo, soluciones rápidas a su problema.

Pero aquí, la calma mental tomaría tal vez el nombre de desolación. Cazar es una actividad lánguida y solitaria, de énfasis en cual es el siguiente movimiento.

Si el bosque llegase a llenarse de voces que ahogan todo como un torbellino, el cazador gritaría muy fuerte y pondría todo en silencio. Nada escapa de su control y el mismo no alteraría su calma con sus propios sentimientos.

¿Poner los sentimientos a un lado? ¿Es eso posible? Personalmente, no lo creo. Creo que como humanos estamos “condenados” a tener emociones, porque es lo que nos hace seres vivos, como los animales, porque no somos nada más que una especie que se siente superior a las demás.

Una pequeña anécdota mía para saltar al último estado que quiero tratar de explicar lo mejor posible.
Cuando era niño, era muy susceptible a historias de terror; a pesar de que aún hoy me encantan. Solía pasar noches sin fin tratando de dormir, creyendo que algo me miraba desde las sombras o algo me agarraría si bajaba la guardia. Cuando crecí un poco más y este trauma retrocedió, me vi en la misma situación de no poder dormir por haber comido mucha azúcar. Y como el cerebro tiene sus horas más activas antes de dormir, recordaba esos momentos de miedo. No sé cuando, ni en qué momento la inventé, pero desde entonces me ha servido bastante bien para dormir, pensar y calmarme.

La habitación blanca.

La habitación blanca es al mismo tiempo el lugar que más sentido tiene y el que más me cuesta explicar. Recurriré de nuevo a una escena.

Un personaje de algo, desea ir o viaja a un espacio que es lo que un dibujante o guionista vería como “la nada”. Un espacio infinito con solamente un fondo blanco. Así como un lienzo, o estas páginas virtuales en las que escribo sandeces.

Es un lugar donde nada importa. Un lugar donde puedes sacar cualquier pensamiento sin distracciones, desarrollar una idea o darle cuerda a una fantasía.

A diferencia de los otros dos, la habitación blanca no es un estado permanente, pero más zen. Que requiere más concentración. Es nuestro lugar feliz, nuestro santuario mental. Y la simplicidad está en que es la nada. El espacio sideral, un desierto, una carretera infinita.

Aquí, a diferencia del cazador, evaluamos nuestras emociones en vez de apartarlas para llegar a nuestra meta. Evaluándolas de diferentes ángulos. ¿Debería sentir esto? ¿Es correcto? ¿No lo confundo por otra sensación diferente que no puedo identificar ahora mismo?

Nuestras metas se toman con calma aquí, observando todas las posibilidades y resultados que puedan tomar lugar a partir de nuestras decisiones.

Aquí estoy mientras explico esto, dando vueltas de aquí a allá pensando en mi siguiente argumento, mi siguiente comentario.

Y es en este párrafo donde acaba su descripción porque no hay más que contar. Si has llegado a este estado o algo parecido, sabes de lo que hablo. Y si no lo has sentido, de verdad no puedo desarrollarlo más.

Mi propósito es que este ensayo sea otra ave en tu periferia mental, que si leiste esto, quieras considerarlo más y hagas tus propias conclusiones. Quizá lo consideres verdadero o erróneo, pero con meterte esta idea en la cabeza me basta.

Es posible que haga otro ensayo de esta naturaleza, sobre otros temas que he pensado hasta ahora
.

Pero por ahora; buenas noches, y buena suerte en tu travesía. 

viernes, 2 de septiembre de 2016

El desierto de los salvajes.

El viento sopla, en la inmesa soledad de este vasto desierto.

La arena se pega a la piel, cubriendo cada poro. Los bancos se hacen gigantes, como edificios de una ciudad fantasma.

Caminas sin detenerte, mientras te hundes más y más en este desierto. Tu capa ha perdido su color original para tomar uno del amarillo muy claro, algo naranja. Has aprendido a caminar y es como si olvidaste que alguna vez supiste hacerlo, con los pies hundidos hasta las rodillas.

No hay ni un alma en un radio de miles de kilómetros, y estás bastante seguro que la tuya no cuenta.

Solo tienes un propósito: seguir andando. Sin punto de inicio, sin destino. Solo extraviado en el tiempo, en los movimientos del sol y la luna que son tuss únicos testigos. Atrapado en brillos estelares, enrevesado en las luces que se desvanecen.

La oscuridad hace su aparición y estás obligado a descansar por ahora. Como dicta la tradición del viajero sin sentido.

Sacas las pocas ramas que has ido consiguiendo de tu bolsa, los últimos restos de los cadáveres que una vez quisieron ser árboles. Ves también la última pata de lo que sea que mataste para comer. Ya ni lo recuerdas, pero tiene carne.

El fuego chispea. Crip, crap. Y sentado frente a él, buscas respuestas. Buscas venganza contra el yo que la ha cagado tanto. 

¿Cual es tu último recuerdo? Andar. Solo andar.

Crip, crap. 

¿Qué hay de tu otra vida? Ya solo ves una parte de ese recuerdo, enterrado también en la arena. Y como masoquista empiezas a cavar en las heridas. Empiezas a desgastar tus uñas, abriendo otra vez tu tumba.

Hubo una ciudad, que no era fantasma. Una cultura, una civilización, o los vestigios de las mismas. Sobrevivías. Pasabas de las miradas que hay bajo las capuchas. Sin opinión, sin juicio alguno. 

Nada por lo que vivir o morir. Un no-muerto. Un no-vivo. Muy parecido a ahora, pero no estabas escapando de algo.

Ibas de cabeza hacia algo.

Algo falló. Hubo una anomalía. La hiedra en tu jardín.

Era tan hermosa. Como el primer brillo de un verdadero diamante en un mar de zirconita. Y te encontró a ti, el extraño. Andaba ella también, sin destino ni punto de inicio.

Te correspondía. Te correspondía como el día corresponde a la noche. La luz a la oscuridad. La vida a la muerte.

Sentiste en sus brazos una calidez inigualable, en tu alma. Algo que creías imposible. Y encendía algo en ti, un animal eléctrico que nunca supiste que existió.

El animal llegó con ellos.

Tratando de llevarse a tu diamante. Muchos de ellos. Pedazos de carbón que mancharon y arruinaron tu perfecto sistema.

Ensuciandolo, molestando a la bestia. Partiéndola a ella.

Y él... A él lo odiabas muchísimo más. Más que el sol odia al desierto al incinerarlo con su calor. 

Los hombres somos hienas. En el desierto de una tierra que creemos nuestra. Peleamos por supervivencia, por la oportunidad de que nos tomen en cuenta. Y nos reímos de nuestra propia estupidez.

Justo antes que cada uno trate de clavar sus colmillos en el cuello del otro. Y los tuyos se mancharon. Sentiste la sangre en la lengua, y te la tragaste.

Su manada corrió. Y eras el nuevo macho alfa.

Pero ella se perdió en la zirconita antes de que lo supiera. Pérdida, para no ser encontrada de nuevo.

Crip, crap.

Ahora entiendes. Y ya no importa cuanto tiempo ha pasado, en cuanto tarda la arena en caer de tus añejas manos.

Y el espíritu del desierto se para sobre el banco más alto, con una taza llena de arena.

Mira a la luna y su capa se mueve con el viento. Ya es solo esqueleto mezclado con la arena. 

En las cuencas de sus ojos están las almas de aquellos que vagan el desierto. Y también, muy en lo profundo, el débil destello de lo que parece un diamante.

Crip, crap del fuego. Solo andar. Como hienas.

domingo, 21 de agosto de 2016

Tuve un sueño una vez. De esos que son una vez cada luna nueva.

Salía de mi hogar, hacia un patio pobremente iluminado.

Y me movía pesado, como si el tiempo fuese muy espeso.

Tenía las llaves del candado de la puerta, sin un destino muy claro.

La penumbra me cernía, pero aún percibía luces amarillas 
en las alturas. 

El árbol al norte de mi casa bailaba con el soplo del viento lunar.

En sus hojas sentí una soledad infinita, que se calaba en una memoria desteñida.

Y ya tenía mis manos en el candado, aún cuestionando el propósito de su llavecita.

Oí el click de su anatomía y empujé el portón hacía la izquierda. 

Me sentía en una isla, que flotaba en la nada de mi muy escondida conciencia.

Donde recuerdo y olvido coexistían. En donde mis manos nunca llegarían a alcanzarlo de nuevo.

Su espectro me rozó. Así como cuando silbaba a las10:30.

Todos sabían quién era. Un corazón, una pega para los meros pedazos que aún permanezcan.

Lo vi caminando en el cuerpo de sus quince, cuarenta, y los cincuenta que desperdició. 

Corrí inútilmente a su encuentro. Queriendo recuperar otro diálogo más. 

Pero no tenía palabras que decirle. No las tuve entonces, nunca las tendré.

Aún así, para cuando llegó al vehículo de las fotografías en el armario, desapareció como polvo a la luz.

Como esa exhalación de mi primer cigarro, como el fósforo que desciende a su final.

Y mi alter ego lógico repetía y repetía:

"Él ya no volverá. Tú fuiste el primero en darte cuenta, y también sabes que esto no es real."

Pero desperté sintiendome en blanco otra vez. Entre mis sábanas y ese intento de frío artificial.

Años después leería a Kundera y hablaría de la lítost. Un ciclón de sentimientos fuertes, que alguna vez guardaste.

Y sentí la lítost en la fuerza con la que cerré mis mandíbulas muchas veces en el pasado.

Manteniendo una cara calmada y desinteresada. Escapando a una vacía realidad.

Quizás lo vuelva a ver en mis sueños, o a los límites de mi mañana. 

Y le diré todas las cosas enterradas en la lítost. 

Y me reiré en la cara de la realidad.

Pero de alguna manera, y siempre me lo dirá.

Que el que perdí fui yo.

lunes, 25 de julio de 2016

Postmeridiano.

Interferencias.

Estáticas.

Ruidos.

Palabras sin sentido.

Ráfagas eléctricas.

Jaquecas.

Malestar.

Gritos.

Recuerdos.

Olvido.

Quiero olvidar.

Todo. Quiero que todo desaparezca. En el soplo del viento. En la corriente del rio que lleva al mar. En los susurros que me han arrastrado a la oscuridad. En el crujir de sus gruesas garras.

Lo he visto todo en las esquinas de mi cabeza. Lo que me han contado las voces una y otra vez.

Lo he sentido en la flecha del tiempo, en el fulgor de las estrellas muertas. Ha traspasado mis barreras de piedra lisa, fría y negra.

Se ha escondido en signos. En huellas que no se dejan marcar, cambiando de forma siempre que las toca. Nunca vuelve a mí de la misma manera. No lo puedo matar.

Lo he acuchillado repetidas veces ya. Lo he cegado, ensordecido, y desvanecido toda manera en la que me pueda sentir. Lo he quemado al punto en que el infierno parece un paraíso. Lo he ahogado en las más oscuras aguas que había podido encontrar, allá con las leyendas del lago ceniza.

Pero nada parece funcionar.

No recuerdo el día en que llegó. Tampoco recuerdo si lo reconozco de una vida pasada. Me ha hecho olvidar las cosas que siempre guardé en mi corazón y que jamás recuperaré. Me ha hecho más daño que nadie, y lo más frustrante es que no me ha tocado ni una sola vez.

Hubo una época en donde él (o ella) no existía. Donde todo se reducía a esa vida simple que todos tratamos de alcanzar tan desesperadamente. Estuve allí, ese lugar hipócrita que tantos aman y aborrecen, llevado de los hilos por la mano invisible del destino.

Fui un cuello blanco. Un número más. Esa estadística en las muertes más comunes o parte de esas estúpidas encuestas sobre qué producto es mejor.

Uno de los recuerdos que aún permanecen pero que no dudo que destruirá es el primero que poseo. El de una mujer sentada al frente de un piano, tocando la melodía que me lanza a mi estado catatónico y surreal.

¿Era mi madre? ¿Alguien a quien conocí? Tal vez. Pero yo personalmente considero que esa mujer no tiene rostro, o que no soy digno de mirarlo. Ella es solo la que me dio conciencia, la que me dio sentido cuando todo era un blanco en los párrafos de mi vida.

Por lo más que puedo recordar, todo fue líneas de un dibujo casual, pintado con esos colores opacos que te hacen sentir cálido por dentro. El frío de un día gris de lluvia, o las hojas verdes en el verano azul.

La vida son recuerdos y sueños. Fotogramas distantes que no podemos retratar completamente. Una historia en la fogata o los desvaríos de un borrachito.

Nada de eso para mí tiene significado. No desde que llegó. Y parece que siempre estuvo allí, esperando su momento. La mala semilla, el reflejo del espejo, el golpe en el estomago que te ofrece el miedo.

La mujer aún permanece en lo más profundo de mi alma. Pero se difumina y empieza a desaparecer. Ella y yo sabemos la solución. Su debilidad. Pero soy demasiado cobarde para detenerle.

Tengo el corazón de piedra. Y el arma secreta en mi mano. Los astros se alinean. Los relojes marcan la hora del final.

Me mira con su semblante adusto y su rostro siempre-cambiante. Y se ríe, como lo ha hecho otras veces, mostrando al abrir su boca un vórtice infinito de verdades que me atormentan.

“No tienes el control. No existe nada parecido a eso. Solo caemos y caemos, buscando una grieta o anormalidad de donde sostenernos.” Me dice.

No respondo, absorto en la oscuridad. Dura. Estable. Ausente. El jamás de los jamáses.


“Debo tocar fondo.”

lunes, 27 de junio de 2016

Failing Light.

De niño, soñaba que era una estrella perdida.

Caído del cielo nocturno en un cometa, al duro pavimento de la realidad.

En donde todo parece gris, y sin muchas esperanzas.

La tierra, que era un lugar que existe y permanece por mera coincidencia.

Donde un fantasma en la maquina como yo sobrevivía, en los días duros de lluvia y la más aun palpable sequía.

Era una estrella, que escuchaba las historias que las paredes y el suelo tenían que contar, casi gritar, porque habían entendido el sufrimiento de ver la vida pasar por delante.

A veces dibujaban los humos de amores apagados, que una vez ardieron como el sol en la negrura del vasto espacio.

O cantaban las canciones de hombres con una misión, perdidos en la determinación de un chasquido de pistola.

Solían también relatarme cuentos de otras estrellas perdidas, y la estela especial que desprendían y que nadie más parecía notar.

Tal vez porque la realidad era demasiado abrumadora. Porque quizás todos se llenan de historias que no son las suyas para tener un medio de escapatoria.

Envejecí fuera del espacio, tratando de no perder mi brillo original. Pero este con cada año se opacaba más.

Aprendí a no dejarme morir por dentro, de ver aquellos colores que todos podían ver pero nadie se paraba a contemplar.

Escuchaba la música de las emociones, como otras estrellas brillaban con raros fulgores, con prismas que jamás llegué a imaginar más allá de mi sentidos.

Pero al mismo tiempo, todos parecían quedarse atrás y convertirse en rumores de lo que una vez eran. Y yo con ellos.

Me preguntaba si allá en el espacio todos nos iluminábamos de maneras diferentes, mostrando lo que en realidad somos.  

Antes de envejecer demasiado, me dijeron que las estrellas y también los humanos terminábamos muriendo. No fue mucho hasta que vi que era otra fuerte lección de la vida. 

Que todos perdíamos nuestra cosa especial en algún momento y desaparecíamos en el silencio que hay en el tic-tac.

Ese pensamiento se ha quedado conmigo hasta hoy. Que en lo fugaz de un viaje por campos verdes, en el abrazo de esa persona donde conseguías calor o en el sonido insignificante de estas letras siendo escritas… Todo podía terminar y no lo sabrías.

Nadie sabe que hay detrás de esa puerta que pintan de color negruzco, a la que llaman muerte. O al menos nadie se atreve hablar de ello.

A este momento, donde los granos de un reloj de arena corren por mi sangre, no sé qué pensar.

Pero me gusta creer que cuando termine desapareciendo, seré un destello en el espacio de nuevo. Que mi brillo perdurará por otras vidas y otras estrellas caídas me verán, a millones de años luz de distancia.

De niño, soñaba que era una estrella perdida.

Me dedicaba a imaginar despierto con un cristal entre mis dedos. Al ver al fuego crepitar con chispas en el silencio.

Que podía tomar el sol en mis manos y sentir la noche en sus frías caricias.

Arroparme en los mantos azules del cielo y sumergirme en los reflejos que hace el mar.

No es imposible. Que nada lo será mientras lo crea, como creo en las estelas que dejan las auras humanas.

Como creo en los corazones estelares, y la magia escondida. En las risas grabadas en las fotografías, y en las lagrimas de una historia sin contar.

Todas las estrellas tenemos una historia o más, en nuestras cicatrices que ya casi se desvanecen.

Esta es la mía.

La de la luz de un cometa que falla en la oscuridad.