domingo, 27 de diciembre de 2015

Arrival

(Nota del autor: Esto fue producto de un reto pero diré que me he divertido haciéndolo. Alegró al escritor que sigue postergando, pero que no quiere irse.)

De veras, a veces no sé qué estoy haciendo. Es la misma rutina cada aniversario nuestro, cada cumpleaños de cada uno, cada momento extremadamente cálido que se ha quedado en los engranajes de mi mente y que por alguna tonta razón debo conmemorar. Siempre es lo mismo y siempre termino en nuestro auto (mío ahora, supongo), sola, triste y muy, pero muy cansada. 

Han pasado cuatro años ya. Y este camino de vuelta al cementerio a las afueras de la ciudad me recuerda cómo su vieja amiga.  La falta de luces y la total oscuridad ayudan a decorar mi humor. No me gusta pensar que él ha sido mi única luz, pero, siento también que yo escapo de la realidad. 

La vida se ha sentido como una carga estos últimos años. Solo trabajo, solo sonrisas tristes y la esencia de su recuerdo en mi piel. 

Pero en mí, justamente esta noche, ha surgido una nueva sensación. Algo que no puedo describir. Me cuesta concentrarme y salir del auto y esquivar las tumbas hasta la de él. He sentido como si todo estuviese desplazado un centímetro a la derecha. Cómo si se estuviera esperando algo. Algo que no pasa siempre. Hasta su fría placa se sentía un poco tibia. 

El camino está como la boca del lobo. Y miro a los dos lados antes de entrar de vuelta en el auto, cuándo mi mano se queda paralizada en la manija. Mi cuerpo entero se congela en el acto cuando me quedo mirando al cielo. Y lo veo como un sueño. 

Un destello. Una luz que alarga solo milímetros la silueta de mi sombra. Un viento que sopla rozando las 2 A.M con un silbido debil. Y no desaparece. Pero mi sombra se hace más alta y el punto blanco de luz más amplio. Tragándose la noche en el cielo, absorbiendo todas las estrellas y a la luna. El débil silbido ya se vuelve un zumbido en mis oídos. 

Y se detiene sobre mí. Me baño en el alba de aquella luz, lleno mi ser enteramente de aquella vibración que comienza en mi pecho, que se extiende por mis huesos y podría rompermelos todos.

Y ya no hay noche. Solo espacio. Ya no hay materia, ya no hay masa. Ya no hay nada por lo que la ciencia haya trabajado en toda la historia. Solo esta voz que no logra asimilar lo que está pasando. Esta voz que dice palabras que ahora perdieron todo significado. Una transición, una abducción a algún lugar.

Me cuesta despertar. Es difícil el solo sentir que vivo. Siento que me rozan y me observan. Pero no hay sombras ni luz. No hay oscuridad. No hay calor o frío que pertenezcan a los roces.

Sería incorrecto decir que oigo. Percibo algún tipo de comunicación. No entiendo ninguna cosa transmitida, siento que está más allá de mi compresión. Mierda, de la compresión humana.

Hasta que los roces se vuelven contacto.

Por lo que puedo traducir en mi primitivo pensamiento, uno de los contactos es cálido y de bienvenida. Noto como el mío es abrupto e incluso agresivo por una respuesta a estas nuevas sensaciones y la falta de otras.

El ser me tranquiliza. Me dice que no debo preocuparme, que no me harán daño. Y siento su honestidad y su inocencia. Su fascinación.

¿Quiénes son?, pregunté. Serenidad, desconcierto.

Me responde otro ser con la misma serenidad pero con un toque serio. Son un grupo de investigación. Unos buscadores. Pero al llegar, se han enterado de que han encontrado un lugar muy por detrás de ellos.

¿Al llegar adónde? les pregunto.

A la tierra.

Noto mi sentimiento de sorpresa violenta. Un escalofrío sin piel para sentirlo. Les pregunto de donde vienen. Y uno hace un plano en mi mente. No logro entenderlo del todo, pero veo lo que parece ser el sistema solar y los billones de estrellas. Y como al parecer, más allá de todo aquello, hay otra galaxia que comprende más vida de la que nunca nos imaginamos.

Aún mirando el mapa interestelar, me quedan muchas interrogantes y tal vez que nunca llegue a responder, una surge como una burbuja. El por qué.

¿Por qué yo? Desconcierto. Tristeza.

Y el primero que me contactó me responde con calma y que si los tuviera, ojos que me miran con consuelo. Me dice que no hay ninguna razón. Que no hay señal que los haya llevado hasta allí, ni la casualidad de que hayan pasado por el cementerio. Me dice que hay un paradigma universal que dictó que yo debía ser estudiada. Que necesitaba aquel despoje de masa y materia. Su único objetivo era llegar a mí. Aunque fuese un contacto mínimo que no percibiera.

Y sentí su abrazo y el de toda su especie. Que yo era la luz que ellos buscaban. Sentí la calidez en toda mi existencia y fui feliz.

Eternamente.

Qué ya no había necesidad de búsqueda ni tristeza.

Qué el paradigma estaba completo y no habría más que satisfacción.

Que ellos habían llegado.