miércoles, 13 de enero de 2016

De porqué me gustan las clínicas

Esto es no es un relato. Sólo un retrato de una rareza mía.

Siempre he sentido una clase de morbosa empatía hacia las clínicas. No sé qué tienen en el silencio de las consultas y las miradas llenas de expectativa de buenas o malas noticias. Sentado en una de esas incómodas sillas con el olor de cloro y desinfectante que se te mete en los poros, viendo todos aquellas personas esperando su turno metidos en sus propias vidas.

Y el silencio.

Por alguna razón el silencio lo encuentro muy calmante. Ahí en las clínicas en donde podemos ver a la gente en su esencia real. Esa sumisión o testarudez que es dónde el miedo a la vida reside. Un lugar donde ya no hay lugar para fachadas, donde esa máscara que nos ponemos a diario se cae al suelo como un ave herida.

Estaría loco al decir que amo las clínicas. Psicópata, como mucho. Ir a una clínica por alguien a quien quieres no tiene nada de agradable. Es donde tu máscara también cae movida por la angustia y el temor de perder al ser querido. Como con sólo con una fracción de segundo tu vida como la conoces puede perder a la vez uno de sus ejes. Es en ese momento que las clínicas y los hospitales son aquel lugar representado como hostil. Puedo entenderlo, y revivirlo en la memoria.

¿Por qué escribo esto? Yo qué sé. Solamente piezas de mi enfermiza niñez vienen a mi mente.

Estuve hospitalizado tres veces antes de los 11. Y recuerdo aquella calma que sentía allí, alejado de todo aquello que era malo. Por otro lado, podría decir en un aspecto bastante melodramático que era cuando mis problemas familiares desaparecían y todos parecían estar juntados por una causa: la mía. Y de alguna manera sentía un tipo de afecto y unión pérdidos entre esas cosas que nos preocupan al día a día. Pero también era un niño en ese entonces y podía darme el lujo de hacerme ajeno a los problemas de la vida real.

En una operación recuerdo haber pensado de camino a la sala que estaría un paso más cerca de la muerte. Y le tenía un miedo paralizante a ese paso. Aunque fue una operación de rutina y nunca estuve en un peligro directo. Pero en los ojos de niño todo parece más grande y más aterrador. Recuerdo a la anestesiologa hablándome en una voz calmada y como con la máscara todo parecía diluirse en su voz. Y una negrura cálida que vino en menos de un minuto. Eso me gustó y ahora que lo revivo virtualmente encuentro en esos momentos una belleza extraña y espeluznante. Llamenme loco.

Nunca hay razones para contar lo que pensamos o recordamos. Llevo siete años sin ser hospitalizado y por ninguna razón más que la torpe mención de la palabra “anestesia ” y también torpe idea de escribir estas experiencias pasadas, he relatado algo que hasta mi psicóloga puede encontrar inutil. Y algo raro.

Oh, bueno.