Hola. Soy yo.
Sí, esto no es lo que esperabas,
¿verdad?
Normalmente mi estilo de escribir es otro más poético y fantasioso. Pero esto es algo en lo que he pensado desde hace muchísimo tiempo, creo que desde empecé a darme cuenta que podía pensar.
Normalmente mi estilo de escribir es otro más poético y fantasioso. Pero esto es algo en lo que he pensado desde hace muchísimo tiempo, creo que desde empecé a darme cuenta que podía pensar.
Tranquilidad, no dejaré mi estilo
usual, pero esto tengo que plasmarlo.
Puede parecer algo acelerado, pero solo es una fantasía que se haría muy
larga de explicar en unos tweets o algo.
¿Te has preguntado cómo funciona
tu mente? ¿Cómo reunir toda la información que has recopilado a lo largo de tu
vida? ¿Cómo la categorizas? ¿Cómo sabes que este recuerdo no es una historia
que alguien te dijo en el autobús, o que estas emociones no son más que una reacción
replicada de las películas que has visto?
Yo sí. He pasado toda mi vida,
pensando en eso. Por algo no fui bueno en los deportes y jamás le he prestado
una atención dedicada a la escuela. Por algo siempre dejo todas mis cosas
regadas y es en lo que gasto el tiempo de viaje hasta mi universidad, que suele
ser una hora.
Este ensayo, más que decir lo que
pensamos, busca una imagen para identificar, para retratar esa abstracción inmediata
que llamamos “mente”.
¿Quiere decir la existencia de
este ensayo que he llegado a una conclusión? Oh, no. Ni por coñazo. Pero es una
idea, una teoría. Algo que he considerado interesante poner en palabras.
Pero basta de introducciones.
Entremos a lo poquito que sé.
La mente es este…vacío donde todo
va de aquí y allá como pájaros asustados. Con este vacío procesamos lo que
percibimos y tomamos en consideración eso mismo. Unas palabras, un sonido, una
imagen. Música, luces, gestos y la lista es infinita.
Pero, ¿cómo se organiza? Si eres
una persona centrada, podría decirse que todo lo que tu mente procesa se guarda
en cajas con etiquetas. Recuerdos, sentimientos, lógica, conocimiento. Si eres
un desastre, me remito a la metáfora de los pájaros.
Justo hoy me dijeron que no me
concentro lo suficiente en lo que hago. Y vaya que tienen razón. Por algo nunca
ganamos un juego de futbol a causa mía, porque me la paso perdido entre la
nebulosa de mis pensamientos.
Pero estoy tratando de mantener
más mi concentración, y es en la falta de la concentración, la organización y
la estabilidad que está lo siguiente. A mí me gusta llamarlo…
El mar de las olas
bipolares.
Si tienes televisión con cable,
me imagino que alguna vez has puesto Discovery Channel con su programa dedicado
a este tema o una película con esta escena.
Hay alguien naufragando en el
mar, solo con un flotador, sin tener a donde nadar excepto hacia el infinito. En
una tormenta, o en aguas serenas. Es aquí donde se encuentra el estado más
común de la mente de un adolescente promedio con problemas promedio o de una
persona que viva a diario con el “¡Siempre estás serio/a!”. “Oye, vuelve a la
tierra.” Yo también estoy aquí, tratando de volver a la superficie.
¿Pero qué tiene que ver el mar
con la manera de pensar?
Imagínate que estás varado en el
mar, en un tira y afloja eterno a causa de las muchas corrientes. El agua
representa todos tus pensamientos, recuerdos, emociones, etc. Puedes nadar sin
problemas si estas calmado, tomar un pensamiento y darle forma, o es más,
representarlo en la realidad.
Ahora imagina que alguien te hace
enojar. Mucho. ¿Cómo se vería el mar?
Tormentoso, con unas corrientes
que te podrían arrancar las extremidades de lo fuertes que son. No tienes
flotador. Ahogándote de tus propios pensamientos movidos por la ira. Quizá
hasta con un cielo de color rojo sangre si te gustan esas cosas.
El mar tormentoso no se da solo con
la ira. La ansiedad y el miedo, hacen también de catalizadores. Pero diferentes
sentimientos tienen diferentes efectos en las aguas. La tristeza por ejemplo,
hace diferentes olas. Aquí todas vienen del tamaño de un edificio y debido a tu
animo, te lanzas de cabeza hacia ellas, queriéndote ahogar en tu lastima (este
también sería el tipo de mar de una persona con depresión al punto de que solo
ve lógico dejarse llevar a las profundidades). La felicidad es algo parecido a
ser un niño feliz estando en una piscina por primera vez, revoloteando sin
ponerle atención a nada. La inseguridad, cuando todo está tranquilo pero crees
que ves aletas de tiburón en tu periferia.
Es bueno que el mar viva
cambiando, pero siempre es impredecible, un estado de mente para cuando no
necesitas o no tienes que preocuparte de muchas cosas.
Es sano a veces también solo
flotar y pasar de lo demás.
Pero, el siguiente estado le trae
a uno más atributos, una mente más arreglada. Algo que se basa más es la
rutina, la categorización, etc. Un punto medio, si quieres llamarlo así.
El bosque de voces escondidas.
Los nombres suenan rebuscados,
pero aguántame esas.
El cambio de escenario de algo
tan impredecible como el mar al bosque no es tanto un “upgrade” como es solo un
estado más puro de tranquilidad, pero también de frialdad.
Aquí estás tú, en medio de un
bosque. Los arboles son altísimos y no hay caminos. Solo las voces de los animales que te rodean,
un millón de aves (me gustan las aves, no sé) unos cientos de venados, uno que
otro oso; más los peces de un río en un algún lado. No los puedes ver, ellos
son las voces escondidas que se traducirían como tus pensamientos, sentimientos
y conocimientos.
No hay mucha diferencia del mar,
solo que estás seco. Hasta que caiga lluvia (ya vuelvo a eso). Pero hay una
cosa que considerar ahora. Nadie puede conocer el mar, pero un cazador puede
tener una percepción bastante amplia del bosque. Y si es más sabio, sabrá aislar
los sonidos de modo que su presa no se escape, sepa encontrar un río o alejarse
del territorio de un oso.
Así pues, en el nivel del bosque,
significaría una manera de que se dejasen flotar los pensamientos pero con la
habilidad de localizar lo que quiere considerar. Recordar lo que quiere
recordar y hacer marcas en el suelo o en los arboles para que no se le olvide
nada.
Esto deja a un margen los
errores, ya que el cazador entra en un estado de concentración tal que calcula
cada pisada o rastro que deja. Siempre alerta pero no deja lugar a la
relajación total.
Las emociones tienen menos poder
aquí en el bosque. O al menos, el cazador no se deja llevar tanto porque
arruinaría su sistema. La ira sería un lapso al frente de la fogata tratando de
buscar calma y una solución a sus problemas. La felicidad, un día soleado de
esos de cuentos para niños. La tristeza, una lluvia bajo que la cual el cazador
se sienta sin pensar nada, y sabe que le hace bien. La inseguridad, una noche
muy oscura en donde busca puntos iluminados o un escondite de algo, soluciones
rápidas a su problema.
Pero aquí, la calma mental
tomaría tal vez el nombre de desolación. Cazar es una actividad lánguida y
solitaria, de énfasis en cual es el siguiente movimiento.
Si el bosque llegase a llenarse
de voces que ahogan todo como un torbellino, el cazador gritaría muy fuerte y
pondría todo en silencio. Nada escapa de su control y el mismo no alteraría su
calma con sus propios sentimientos.
¿Poner los sentimientos a un
lado? ¿Es eso posible? Personalmente, no lo creo. Creo que como humanos estamos
“condenados” a tener emociones, porque es lo que nos hace seres vivos, como los
animales, porque no somos nada más que una especie que se siente superior a las
demás.
Una pequeña anécdota mía para
saltar al último estado que quiero tratar de explicar lo mejor posible.
Cuando era niño, era muy susceptible
a historias de terror; a pesar de que aún hoy me encantan. Solía pasar noches
sin fin tratando de dormir, creyendo que algo me miraba desde las sombras o
algo me agarraría si bajaba la guardia. Cuando crecí un poco más y este trauma
retrocedió, me vi en la misma situación de no poder dormir por haber comido
mucha azúcar. Y como el cerebro tiene sus horas más activas antes de dormir,
recordaba esos momentos de miedo. No sé cuando, ni en qué momento la inventé,
pero desde entonces me ha servido bastante bien para dormir, pensar y calmarme.
La habitación blanca.
La habitación blanca es al mismo
tiempo el lugar que más sentido tiene y el que más me cuesta explicar. Recurriré
de nuevo a una escena.
Un personaje de algo, desea ir o
viaja a un espacio que es lo que un dibujante o guionista vería como “la nada”.
Un espacio infinito con solamente un fondo blanco. Así como un lienzo, o estas páginas
virtuales en las que escribo sandeces.
Es un lugar donde nada importa.
Un lugar donde puedes sacar cualquier pensamiento sin distracciones, desarrollar
una idea o darle cuerda a una fantasía.
A diferencia de los otros dos, la
habitación blanca no es un estado permanente, pero más zen. Que requiere más
concentración. Es nuestro lugar feliz, nuestro santuario mental. Y la
simplicidad está en que es la nada. El espacio sideral, un desierto, una
carretera infinita.
Aquí, a diferencia del cazador,
evaluamos nuestras emociones en vez de apartarlas para llegar a nuestra meta. Evaluándolas
de diferentes ángulos. ¿Debería sentir esto? ¿Es correcto? ¿No lo confundo por
otra sensación diferente que no puedo identificar ahora mismo?
Nuestras metas se toman con calma
aquí, observando todas las posibilidades y resultados que puedan tomar lugar a
partir de nuestras decisiones.
Aquí estoy mientras explico esto,
dando vueltas de aquí a allá pensando en mi siguiente argumento, mi siguiente
comentario.
Y es en este párrafo donde acaba
su descripción porque no hay más que contar. Si has llegado a este estado o
algo parecido, sabes de lo que hablo. Y si no lo has sentido, de verdad no
puedo desarrollarlo más.
Mi propósito es que este ensayo
sea otra ave en tu periferia mental, que si leiste esto, quieras considerarlo
más y hagas tus propias conclusiones. Quizá lo consideres verdadero o erróneo,
pero con meterte esta idea en la cabeza me basta.
Es posible que haga otro ensayo
de esta naturaleza, sobre otros temas que he pensado hasta ahora
.
Pero por ahora; buenas noches, y
buena suerte en tu travesía.