domingo, 28 de diciembre de 2014

Embrionico

Seguimos levantándonos al sonar del reloj.

Amagando los ojos al sol que entra por la gris ventana. 

Exhalando el sueño fuera.

Respirando las expectativas de un día con nada especial. 

Al mirar un cuaderno y el lápiz en la mano, o el ordenador y su frío responder entrecortado. 

Imaginamos a otro yo.

Viviendo las fantasías que no viviremos. 

Amando a las personas que no nos pertenecen.
Teniendo lo que no necesitamos.

Pero miramos a nuestro alrededor y observamos. 

A todos esos que solo conversan en la superficie. 

O a esos que se sienten igual que nosotros.

O a aquellos que solo no quieren existir. 

Tomamos cuenta de nuestra continuidad de espacio y tiempo. 

Y nos sentimos como polvo en el aire. 

Flotando sin ser nada. 

Apareciendo como invisible. 

Solo un espectador más.

Solo otro par de ojos. 

Otra caja cerrada desde dentro. 

Otro frasco sin destapar. 

Un pincel que ataca al lienzo en blanco. 

Llenándolo de sus colores y líneas. 

Dándole sentido a la vida con solo buscar al mismo. 

lunes, 15 de diciembre de 2014

CRÍMENES (ULTIMA PARTE)



Asesinatos: Parte III  [Parte I] [Parte II]

En la presencia del fuerte olor de la lejía y otros químicos que Neal no llegó a reconocer, una maza que nuestro asesino notó al salir se encontraba a un lado de la puerta, ya era muy tarde para moverla, pero Neal no se preocupó por ello aún, ya habría tiempo, se dijo a sí mismo.

Neal considero sus opciones respecto a los dos hombres con rifles que se encontraban de espaldas frente a él; podría matar a uno y dejar al otro relativamente vivo y hacer más preguntas, pero eso causaría que sus compañeros se alarmaran y vinieran a por él. La otra alternativa era amenazarlos con el tubo de gas que tenían a su lado, disparando y liberando esa inflamabilidad que no tardaría en derretir sus caras, pero estaba la posibilidad de que no reaccionara al instante y en esa milésima de segundo le dieran un té y galletitas hechos con pólvora y balas. Neal tomó uno de cada uno.

El sonido del abandono del seguro de la pistola fue tragado por el golpe del mango de la maza en el suelo. Adiós ataque sorpresa, pensó Neal, apuntando antes de que pudieran voltearse.

 -  Un movimiento en falso y el gas se desprende, volviéndolos cena de navidad, muchachos. – Anunció Neal mientras se acercaba al ensordecedor y asfixiante calor de la llamarada de la pared.

Los hombres permanecían de espaldas, acatando la orden. Los dos sudaban como si estuvieran metidos en una olla.

 -   Se van a quedar muy quietos mientras responden a esto: ¿Cuánto material inflamable hay allá abajo? – Neal empezaba a sudar también. Deseaba haberle cobrado a una carnicería y que ese pasillo fuera un congelador. 

El hombre de la derecha trago saliva y respondió con un débil tartamudeo.

 -  Barriles de vino. Creo que diez o doce.

 -  Imagino que su jefe no tiene pensado pagarme esta noche, por el tamaño de esos ri--

Neal lo oyó como si estuviera lejos, pero el barrido del hierro en el tope de la maza contra el suelo fue claro. El silbido de algo pesado cayendo y el esfuerzo de unos músculos.

No hubo dolor ni ruido, solo obscuridad. Murmullos sonaron en su cabeza llevados de la mano con un aturdimiento negro.

Un poco de color empezó a llenar su visión, junto con unos recortes de siluetas hablando entre sí.

Neal sintió el impacto de una bola de demolición contra su mandíbula, luego un poco más arriba de ella, y luego en el pozo acido que tenía por estomago en el momento. Se hizo el inconsciente mientras los impactos seguían llegando. “Déjalos que se frustren y se cansen. Conseguirás que se vayan, de momento.” Se dijo Neal.

Pero la negrura se hacía más pesada y el más aletargado. Este era su final, por fin pagaría todas sus deudas en el infierno; sabía que acabaría así, en un trabajo cualquiera, acabado por unos matones en un edificio de contrachapado de los años de la guerra fría que olía a meados. Neal no sabía si lo observaban pero forzó una sonrisa destruida y se dejó llevar.



“Con tus cargos dudo que te asignen a un lugar tan cerca del cielo como el infierno, cariño.”

Verónica.

Neal dio un débil respingo y su corazón empezó a latir con más fuerza, obligó a sus parpados a que se abrieran y empezó a sopesar la situación.

Se encontraba solo en un cuarto con pared de ladrillos y una puerta de metal, sin candado. Principiantes. Sus manos y pies, estaban atados con una cuerda de alambre delgado a una silla de plástico con respaldo y todas sus pertenencias habían sido removidas a excepción de su ropa llena de sangre y bilis. Neal empezó a balancearse en la silla y logró caer de espaldas sobre el respaldo.

Empezó a forcejar con el alambre, dándose cuenta que la única manera de desembarazarse de él era rompiéndolo. Recordó haber leído en un artículo que la fuerza toma un aumento sobrehumano si se liga a sentimientos, como la rabia; decidió comprobarlo.

Había una sola cosa que le podría causar una ira como para hacer algo de tal magnitud.

Verónica.

Su casa destrozada, sus padres y su hermano descuartizados en el suelo de porcelana mientras ella sollozaba en un rincón de la habitación, desnuda y empapada en sangre.

Verónica.

Las veces que él trataba de apartarla de su oficio y las veces que los encontraban, culpándose a sí mismo por dejarla que le tuviera cariño.

Verónica.

Cuando se la llevaron y le hicieron cortes en los muslos mientras él observaba. La última vez cuando le sonrió y el cañón ladró en su sien. Su cuerpo inerte y los hombres riéndose como unas asquerosas hienas.

Neal rompió el alambre sin darse cuenta que tenía las muñecas ensangrentadas por el desgarramiento de su piel.

No tardó mucho en quitarse los de los tobillos; mientras se levantaba, la cabeza le pesaba diez veces más que cuando había empezado a caminar por primera vez. Examinó la parte de atrás, donde encontró barriles vacíos y botellas a medio terminar. Tomo una de whisky y se la bebió, mitigando el porvenir del desprendimiento de sus muelas y el dolor de los pedazos de su nariz esparcidos, sin mencionar los negros hematomas que saldrían pasado el mediodía.

Presionó la puerta para que no se oyera como rompía la botella contra el suelo, adhirió el oído y comprobó que los tipos estaban borrachos como cubas, hablando un sinsentido, pero llevando todavía sus armas, que tintineaban mientras se movían. Empezó a abrir la puerta y por la fisura avistó el bar con sus mesas y colección de bebidas, siendo eclipsadas por un hombre de una contextura parecida a la de un refrigerador de tres pisos.

En un movimiento lento y sigiloso se acercó al hombre, que se mantenía quieto y con una Uzi en la mano, Neal rogó para que estuviera lo suficientemente cargada.

  - ¡Gordo, cuidado! – Gritó un hombre al diagonal de él.

“Gordo” recibió las puntas de la botella en su yugular en lo que Neal arrancaba la Uzi de los panes redondos que tenía por manos. Neal se refugió en la ancha espalda de Gordo mientras la lluvia de plomo caía sobre él, solo dos o tres balas lograron traspasar el torso, rozando su chaqueta.

Los pasos del hombre que exclamó antes se acercaban, lanzando el cadáver de Gordo al hombre, Neal se lanzó encima de los dos, despidiendo una ráfaga de balas que impactaron en torsos, hombros y piernas. El hombre de más abajo se había asfixiado hace unos dos segundos en su vomito.

Neal se levantó con cierto hastío cuando noto aún un cañón que apuntaba a él.

  -   De verdad eres un profesional, Winters. Aguantar una paliza de esa magnitud y todavía querer seguir. Yo me hubiera dejado morir. – Comentó el hombre a su izquierda, Magnum en mano.

  -   Y yo que pensé que los altos jefes le dejaban el trabajo sucio a sus lacayos. Ser el héroe es un trabajo en solitario. – Respondió Neal con acidez al dueño y gerente del bar donde trabajaba Tim.

  -   No sé para qué te molestas por un montón de billetes del cual ni verás menos de la mitad.

  -   Podemos dejar esto así, Richards. Solo dame el dinero y me iré sin causar daños irreparables a tu recinto de mala muerte. Podemos olvidar el seguro dental que me debes.

Neal encendió un cigarrillo mientras el hombre apuntaba, su pistola no temblaba y sabía que aclararía todo antes de siquiera quitar el seguro. Un profesional, por supuesto.

  -  El que necesita irse eres tú, antes de que te llene esa bocaza de plomo. – Escupió Richards

  -   Yo que tú con el dinero que no me vas a pagar compraría un camión para llevar la mercancía en un solo viaje. – Dijo Neal calmadamente mientras miraba al vacío

  -   ¿Qué…?

Lo que Neal estaba viendo era en realidad un barril que había recibido un balazo y ahora chorreaba alcohol, lanzo un guiño a Richards y lanzó la colilla en dirección al suelo cercano a ese barril y los demás a su lado.

El fuego empezó a engullir los barriles uno por uno, se fue esparciendo rápidamente por la pared, en la que había sido derramada todo tipo de bebidas, y luego a la colección que ahora goteaba.

Neal fue a disparar la Uzi, la cual respondió con un clic vacío. Mientras Richards se reía, los disparos impactaron en el hombro derecho y abdomen de Neal.

Se lanzó detrás de la caja registradora que quedaba cerca de él donde los impactos infinitos de la Magnum resonaban en sus oídos. Busco respuestas, una salida que creyó que no existía.

Entonces oyó cómo se abría la cámara de balas.

Neal realizó una embestida hacia Richards, lanzándolo al suelo mientras este recargaba. Ningún profesional es perfecto.

El bar empezaba a despedazarse y el calor empezaba a asfixiar a Neal. Logró encajar dos puñetazos en su garganta antes de que el hombre fuera por la suya.

Los dos hombres se encontraban en un aferro por la vida de uno y la muerte del otro, cortándose sus respiraciones mientras sus uñas se clavaban dolorosamente en el cuello del otro.

No vieron la viga que estaba por abalanzarse sobre los dos.



Jean lanzó un último resoplido, habiendo terminado su turno por fin de secretaría nocturna, mientras bajaba por el solitario ascensor se abrigó en su gabardina violeta.

Empezó a sacar sus llaves mientras elaboraba su plan de comer algo e irse a dormir. La niebla del estacionamiento era bastante espesa pero podía divisar su Chevrolet en la distancia, caminó con prisa por su descanso y porque nunca sabes que te puedes encontrar a las 6 AM en esta ciudad.

Notó una silueta escondida en la niebla que la observaba, Jean desenfundo la pequeña pistola en su tobillo y apuntó a la niebla.

  -  No quieres robarme el auto amigo, te lo advierto. – Exhaló a la silueta.

Escucho una risa y avistó el punto naranja en la boca de la silueta que brillaba.

  - ¿Tienes hambre, querida? – Neal se adelantó con su rostro manchado de hollín y su chaqueta llena de sangre, ofreciendo una bolsa de un restaurante a Jean.

  - ¡Neal! ¿Qué te ha pasado? ¡Estás sangrando! Vamos, te llevo a mi casa, en un hospital harán muchas preguntas.

Jean tomó a Neal por el brazo y lo introdujo al auto, dio la vuelta rápidamente a la puerta del conductor, le puso su gabardina y encendió el motor.

  - No te atrevas a morirte aquí. – Dijo Jean con nerviosismo.
Neal tomó la cara de Jean y rozó sus labios con los de ella, mientras la abrazaba, susurró:

  - ¿Creo que necesitaré vacaciones después de esto, ¿te gustaría acompañarme?

Jean miró al camino y suspiró con cansancio:

  - Eres un idiota, Neal. – esta vez fue ella la que tomó su rostro.

La ciudad sin nombre se levanta una vez más, sus calles vacías al alba, y el sonido de unos cauchos contra el asfalto quiebra el silencio; la noche se deja olvidar y el día coloca una página nueva para ser derramada de sucesos.

Crímenes, específicamente.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Dark Souls (Almas Obscuras)

«La tierra húmeda y gris es mi horizonte. La lluvia expulsa un rugido de salvajismo, las gotas atacan al suelo como lanzas.

Mi arma y atavios me pesan, mis piernas están cansadas y mi entusiasmo quebrado.

Por alguna razón sigo explorando estás tierras, desafiando bestias, reviviendo cadáveres, llenando la hoja de mi espadón de sangre y sudor.

La llama se alza ante mi mirada, cálida, agradable, solo un recordatorio de porqué estoy aquí. La fogata descansa en paz con mi regreso.

No creo en la palabra de nadie, y aún cuestiono la mirada en sus ojos cuando clavo la gran hoja en sus pieles y huesos. Demencia, prudencia, misericordia de estas llanuras y edificios.

La débil antorcha ilumina solo un cuarto de la pared, éste lugar está tan frío como mis intenciones.

Me adentro en busca de un desafío: jefes mayores, monstruos que valgan la pena, un cuarto sin luz a la emboscada de bandidos, en donde mi guante se enciende y comienza mi placer.

La hoja ya está oxidada y yo también. El trono ya lo tengo, pero no he ganado nada más. Qué recompensa más repulsiva por un recorrido tan extenuante.

El mar se presenta inquieto desde este arrecife, en donde sería tan fácil lanzarse y terminar. Pero renacer es morir un millón de veces. Tal vez más.

Quitarle las pertenencias a un cadáver es sólo otra tarea, no confiar siquiera en los tesoros que susurran secretos prohibidos: los pasados de sus antiguos dueños.

La historia se presenta como un recuerdo distante, la memoria es solo polvo acumulado al fondo de un jarrón.

Estos tragos de elixir me mantienen con vida, los anillos me proveen protección. Pero todo es subjetivo, y mí subjetividad es escéptica y amarga.

Desgarra la carne, toma el alma, vuelvanse cenizas al aire. La fogata los espera y la profecía también.»

Estos son los pensamientos de un guerrero sin nombre frente a un sombrío bosque que ya ha visitado. Los no muertos vienen en su dirección, pero ya él ha desenfundado el guante y ha elegido su piromancia favorita.

La profecía se cumple, y sigue su camino. Un trono de huesos en un coliseo vacío le aguarda.

El alma obscura se mantiene en victoria de un mundo destrozado, una y otra vez.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Vuelvo

Vuelvo a ese lugar una vez más 
donde soy nadie.
Un fantasma con problemas de realidad,
una bala sin objetivo, 
un eco del sentimiento pasado.


Una vez más vuelvo,
pensando que tal vez,
los reflejos no me recuerden 
y el aire no me reconozca;
creyendo que soy víctima 
de la amnesia auto inducida,
la cual es mi más grande mentira. 


Vuelvo a escribir estas palabras,
reviviendo imágenes tullidas, 
dando vida a fantasías del desvarío,
nadando en lagunas mentales. 


Vuelvo a levantar la cabeza,
a enfrentar esa luz del futuro, 
a escuchar las voces fuera de mi mente,
a dibujar un horizonte de posibilidad,
a tener esperanza de lo mejor del porvenir.


Vuelvo a sentir la calidez del día,
el descanso de la tarde, 
y las calmadas aguas de la noche. 


Vuelvo a ser yo mismo, 
vuelvo a ver esa hoja caer,
vuelvo a sentir el tiempo pasar,
y vuelvo a creer. 

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Botellas de alquitrán III (Sin título)

Por un momento todo se diluye en el silbido del viento que muerde la piel con delicadeza. 
Por un momento, todo lo que eres desaparece.

Una manada de nubes cobijan el cielo con un color gris, destellos de luz hacen fugaces apariciones en ellas.

Las hojas de papel sobrevuelan el suelo destinadas a nunca existir, jamás leídas. La emoción puesta en ellas se escurre por la alcantarilla.

Calla.

La calle empieza a apestar a esa esencia tan familiar. Esa esencia que traspasa las rejas, las ventanas y las puertas.

Se te olvida qué hora es, pretendes que tu reloj se ha detenido para no quebrar esos preciados minutos congelados.

Todo sigue allí, ese ruido, ese cansancio del día a día, esos monstruos que te acompañan a todos lados y que solo tú puedes ver.

La noche se acerca.

No quieres decir nada, no tienes nada pensado qué decir. Serían solo engaños.

Sabes que no has hecho nada para merecerlo. No has sufrido lo suficiente.

En tu propio infierno de preocupaciones te consumes todo el tiempo. Pero esta es tu bombilla parpadeante, tu estrella fugaz.

No pienses. Déjate llevar.

Fluyes como una partícula de agua en un río de tranquilidad. Solo hay movimiento del silencio.

No quieres abrir los ojos, solo quieres estar enterrado en la cálida obscuridad.

Las gotas empiezan a caer sobre ti, las nubes se tornan de un color marrón en contraste con el negro cielo.

Sólo sostenme.

Eres el olvido. Y ella también. Son insignificantes.

Su gesto solo tiene sentimiento. Se desarman estando de pie. Se disuelven estando de una sola pieza.

El olor de su cabello te embelesa, te hace desear sólo la eternidad.

Sólo…

El mundo se podría estar incendiando mientras no miras. Mientras no sientes.

Solo hay negrura a tu alrededor. Solo la unión de dos almas es lo único que permanece.

Las pesadillas se desprenden de las paredes y se ciernen sobre ustedes.

La tormenta abre su boca para engullirlos.

Pero en ese lapso nada importa.

El mundo no parece tan aterrador ahora.

…sólo abrázame.




viernes, 31 de octubre de 2014

El miedo mismo

Otra vez ese sentimiento de vacío que hace un nudo en mi garganta y mi estómago. Esas ganas de vomitar pero no querer hacer ruido.

Otra vez esa necesidad de luz para asegurarme que no hay nada en la esquina de la habitación, quieto, observándome. Ese temor de la luz por ver qué es lo que realmente se posa allí.

Debajo de mis sabanas estoy en mi fortaleza de seguridad, nada puede tomarme aquí. Pero a cubierto, oigo pasos en la penumbra azabache.

 Oigo el acercamiento de mi muerte, el acercamiento de perder todo lo que conozco. Me ahogo en mis gritos de ayuda y el mar se hace de mi sudor frio.

La mano se contrasta contra las azules sabanas, se extiende para tomarla y descubrirme para su placer. La nausea aumenta, se me aguan los ojos y quiero gritar, quiero correr.

Tengo seis años y sollozando en el hombro de mi madre mientras solo venía a revisarme cuando se sobresaltó al verme escondida bajo las coberturas. He pasado la noche junto a la armonía de estar dormida junto a mi madre.

Pasan los años, años en donde he visto sombras y siluetas en mi reojo que nunca son nada. He creído sentir toques, pero me mantengo escéptica debido a mi traumatizante experiencia.

Me he asustado otras veces, pero el sueño me ha salvado de seguir imaginando cosas que no existen en mi habitación.

He oído historias de terror que se me olvidan al siguiente día, le he creído a mi madre de que no hay nada allí en las noches.

Tengo dieciocho y soy lo suficientemente independiente para andar sola por la calle; camino confiada, cautelosa. Mirando, escuchando todo a mi alrededor.

Siento el hierro frio que se posa en mi nuca y me detengo en seco. La voz extraña me ordena entrar en el auto y no hacer ruido. Debe de haber estado escondido, o hubiera oído sus pasos.

Me hace llamar para pedir ayuda y llamo a mi familia, en donde exige un rescate de alto precio. Me introduce en un cuarto sucio y me quita mi celular bruscamente. Dice que si pasan dos días y nadie viene, me matará.

Pero no estoy asustada, solo algo nerviosa. No he llorado no porque no quiera, sino porque no me ha surgido el llanto. No he gritado porque no lo he necesitado; para ser un secuestrador, no me ha maltratado físicamente.  

Me acuesto en la polvorienta cama de su escondite, “al menos tiene cobijas” pienso para mis adentros.

Después de media hora en vela, el sueño me rapta también bajo las coberturas. Despierto sobresaltada.

Hay alguien en la habitación.

Tal vez es el hombre de antes, para chequearme ya que no hago ruido. Pero por el silencio noto que no es él.

El hombre de antes tiene una respiración pesada, de fumador tal vez.

Por primera vez en doce años vuelvo a sentir miedo de verdad, se me erizan los vellos de la piel y comienza la orquesta de la náusea.

Sudo a través de mis axilas, observando la esquina del cuarto, a la familiar silueta oscura.

Ninguno de los dos nos movemos por lo que parece una eternidad, cierro los ojos un momento y le oigo acercarse a la cama. Sus pasos de polvo como en nuestro primer encuentro hacen un ruido seco en el suelo de concreto.

Otra vez, la mano se acerca a las sabanas; mi madre no está aquí para protegerme, y soy lo bastante consciente para saber que no estoy imaginando todo esto. La mano afilada se acerca a los hilos y se forma para agarrar algo.

Cierro fuertemente los ojos y siento una caricia en mi cabello. La mano solo se posa sobre mi cabeza de forma afectuosa.

El sol sale lentamente a través de la pequeña ventanilla cercana al techo. Los cielos de la noche son engullidos por un naranja resplandor.

La mano se ha ido, el disparo ha sonado y ya la policía me ha encontrado sentada con la mirada perdida bajo las sabanas. Me llevan agarrada, asumiendo correctamente que estoy débil.

Paso por el recibidor del escondite mientras colocan una sábana encima a mi secuestrador. La sangre que emana del orificio en su sien forma un charco bajo su cabeza.

Mis padres y la policía me han dicho que el hombre se ha suicidado por la culpa que sentía. Me han dicho también que todo saldrá bien y me darán sesiones para un psicólogo público.

Pero yo sé lo que ha sucedido a ciencia cierta, la silueta me ha salvado de terminar muerta. Me ha salvado para lo que tenga pensado para mí.

Quizá el hombre no pudo con la náusea y el sudor.

Quizá él sí encendió la luz.


domingo, 19 de octubre de 2014

Presente

Me muevo hacia adelante, no pienso parar. Por mí, no puedo detenerme.

Dejando atrás eso que quise, lo que desagradé, lo que sané.

El dialogo del próximo acto se presenta ante mi persona, pero me diagnostican ciego a las largas distancias.

Solo cuando lo tengo al frente, sintiendo su aliento en mi cara, su sonrisa burlona al saber lo que yo desconozco. El destino no se controla a sí mismo, ni sus giros del porvenir que termino averiguando.

Pero a veces no deduzco ni eso, mi futuro, el camino ramificado que me toca tomar. El asfalto más negro, un reflector que representa solo el punto en donde estoy parado.

El escenario del tiempo espera mi acto, expectante. ¿Perderé la sanidad? ¿Tomaré un camino de melancolía?

¿O solamente me lanzaré al vacío?

Mi actuación, calmada, cautelosa. Pasos precisos, mirando mi caer.

En una de todas, caigo, más bajo que otras ocasiones. El juicio del tiempo espera que no me levante, que solo permanezca hasta que me engulla la medianoche de otra luna.

Lentamente me levanto del suelo, pensando solo en mí. Yo, quien debe alzarse de nuevo, enfrentar a la cegadora luz otra vez.

Los actores de mi vida, esos que ya están en escena. Mis antagonistas, mis compañeros, mis personajes de reparto.

Esos que ya se sientan en el público, a no ser vistos de nuevo, aquellos que esperan tras bastidores, a reaparecer o a sorprender a una nueva trama.  

Los diálogos de ayer han volado hacia a mi memoria, para nunca ser olvidados.

Los diálogos de mañana son borrosos, se contrastan al acercarse.

Los diálogos de hoy son tan inexactos como siempre, dictados por el destino que en realidad es mi subconsciente.

Siendo yo todo esto, no puedo detenerme de seguir la obra de mi vida. 

lunes, 22 de septiembre de 2014

En las sombras oscuras.

A través de un lente, se puede ver, la despreocupación que llevo encima, un lente de cinismo. Camino por la calles, en el ojo de la tormenta de mi mente llena de pensamientos y recuerdos, todos se desvanecen tan pronto como aparecen. El concreto hace que resuenen mis pasos. Uno, dos, uno, dos.

Deambulo sin dirección ni sentido, pero con un destino. Las ventanas de los edificios reflejan el cielo oscuro de estrellas, el aire frío muerde las cornisas sin ganas. Siempre me ha gustado más ser escrito en las noches, ser relatado en la oscuridad y el silencio. Me calma, a mí y al lector, que a veces acaba siendo yo mismo.

A lo lejos, en un salón con puertas transparentes, puedo ver a una mujer danzar en la penumbra, al ritmo de la serenidad. Se mueve grácilmente, como si fuera la única en este mundo y lo único que le queda fuera eso. Imagino que le gusta pensar así.

El asfalto se ve como un pozo de aguas azabaches, mi reflejo rehuye de mí. Las manijas de un reloj grande que forma parte de un muro se quedan trabadas en una hora y minutos exactos. Así como todo lo demás.

Perdí el interés por muchas cosas: guerras, políticas, sociedades, entre otras cosas. No es como si ganara algo más que acercarme a la muerte más rápido, haciéndola ver más atractiva cada vez. Por eso camino por estas calles, sin ton ni son, engullidas por la noche. Bajando por la garganta de una ciudad en la que pretendo ser un fantasma sin ganas de dejar este páramo de realidad, si es que hay otro.

Seres con máscaras sin rostro suelen pasar por mi lado, no hablan a mis oídos, no me prestan atención. Mi alma es la que camina, mi cuerpo solo es un peso atado con cadenas a un prisionero. La soledad nunca me ha pesado, siempre ha sido parte de mí, me sentiría incompleto sin ella. En mi tiempo libre, nado en ella. Con auriculares puestos, se vuelve un mar bajo techo de sonido. Quieto y frío.

Faroles encendidos que no producen calor iluminan el camino, su luz me da nauseas. Huelen a aceite mezclado con gasolina. Lejos de los faroles inflamables, en un callejón entre dos edificios, enciendo un cigarrillo. La nicotina entra a mis pulmones como un visitante frecuente, mi aliento gris apesta frente a mí, se hace amiga de mis ropas. El humo calma la tormenta de mis pensamientos y la vuelve nada, el placer de su sabor atenúa mi locura. Mis miedos, mis ansiedades, todo mi mal mental se desvanece con un mal habito que nunca me fue una preocupación.

Paso otro par de calles y por fin llego a mi destino, el edificio se alza ante mí, la mayoría de sus luces apagadas o quemadas. Subo por la recepción y los pisos que huelen a desinfectante con un olor artificial que me da ganas de comer caramelos muy dulces. Al fin llego a mi puerta, la abro con parsimonia. Los dientes de la llave hacen ruido con la cerradura y giro el picaporte. Una bocanada de aire me roza la cara.

No me apetece encender ninguna luz, paso a la habitación en cuestión de segundos y me desvisto en la penumbra. Con ropas ligeras me acuesto en la cama enfrentando a la ventana con persianas cerradas. Me sumerjo en un letargo sin sueños.

Solo soy una silueta negra en una ciudad de cemento y ladrillos, un conjunto de nombres en un papel. Por eso las caminatas son tan placenteras, me encanta ser nadie, un espectro transparente.

domingo, 7 de septiembre de 2014

CRÍMENES

Asesinatos: Parte II

Se levantó con un susto, entre gotas de sudor que bajaban por su frente. No se había movido ni un centímetro desde que se recostó, las lágrimas todavía tibias en sus mejillas.

Miró rápidamente al reloj de luz roja que brillaba solitariamente en la mesa junto a sus lentes.

“11:30 PM”

Había dormido por espacio de tres horas, aun así se sentía abatido. Por espacio de dos minutos, Neal se quedó en silencio, sin hacer un ruido y sin pensar en nada particular. Nada más que el sueño que acababa de tener.

-          Si yo escogí ésta vida, será mejor que la emplee. – exhaló en un susurro, mirando a la penumbra que lo envolvía.

Fue al baño, encendiendo la luz miró a la persona con mirada cansada en el espejo, se arregló un poco su cabello, abrió el grifo y lleno sus manos de agua, sumergiéndose en ellas. Abrió el compartimiento que había detrás del espejo, unas aspirinas que usaba para mantenerse alerta corrieron por su garganta junto con agua del grifo que tomó para ingerirlas más fácilmente. Aunque nunca lo ha sido.

Apagando la luz del baño, secó su cara con una toalla y se dirigió a su armario, tomando una camisa blanca de mangas largas, un pantalón de gabardina negro y un cinturón de cuero. El uniforme del oficio.

Poco tiempo después se había cambiado completamente, con cierto esfuerzo uso sus dedos para abrir sus ojos y colocarse sus lentes de contacto. Abrió una gaveta de color ocre, tomó dos pistolas Glock con tres rondas de balas para cada una, su cuchillo, y sus guantes de cuero. Si necesitaba más armas, seguro que las encontraría allá.

Saliendo a la puerta tomó su saco del perchero y salió como una sombra sin encender ni una luz más. Sin decir ni una palabra más.

Pasando del desolado recibidor sin Robert presente, se adentró a la lluvia con sus solapas levantadas, el bar quedaba solo a unas calles y quería entrar sigilosamente.

Caminó por las grises calles con la mirada clavada en la grava que se hacía del pavimento. Pies de plomo silencioso hacían huellas de agua con las gotas de lluvia. Miles de estrategias, miles de escenarios en los que podría evitar terminar herido o muerto pasaban por su cabeza, esperando cualquier cosa que pudiera venir.

Observó el edificio de ladrillos rojos mojados, un condominio pequeño de apartamentos de segunda. Decidió que lo mejor sería subir por la escalera de incendios y entrar por las escaleras de arriba, nadie sospecharía de alguien que vive arriba y baja al bar por un trago de medianoche.

En solo cuestión de minutos había entrado al pasillo del segundo piso, con gris semblante y oscuro silencio, se movió asimilando el sigilo de una serpiente, pasando las puertas sin número o nombre. Analizó el pasillo con detenimiento. Notó que algunas bombillas de las lámparas se habían quemado y otras estaban plagadas de polvo, habían grietas en el suelo que podrían haber liberado a una criatura escamosa de dos metros y a Neal no le hubiera sorprendido. Las paredes tenían varices de pintura vieja y algunas señas de vandalismo, Neal se preguntó quién en su sano juicio haría vandalismo en un lugar cómo este. Este pensamiento le causó gracia.

Al final del pasillo se encontraba una barandilla frágil que daba escaleras abajo, se veía recientemente usada. Neal pasó su mano cuando escucho ruidos que provenían del primer piso. Pasos. Voces. Dos personas. Hombres. Hombres fornidos, de pasos pesados.

-          … Te digo, cuando habíamos llegado, él ya estaba en el suelo, plomo en el cerebro.- Dijo uno con un acento italiano y voz irritante. Sonaba a fumador.

-          Debió de ser algo rápido. Bastardo hijo de puta..., ya quiero que venga aquí para molerle los testículos a palos con mi porra –Respondió el otro, con una diversión sádica y una voz más grave.

Neal se agachó, y esperó a que pasaran de la escalera. Se puso detrás de ellos y los siguió en silencio, agachado aún. Eran los colegas de Tim, que seguramente habían escuchado todo cuando Neal lo acorraló, lo estaban esperando. No se veían muy jóvenes, pero tampoco parecía que tuvieran mucho que perder. Y si lo tenían, era mucho más fácil para Neal el reclamar sus vidas, las clases de escorias que dejan todo lo que tienen por un poco más de dinero qué gastar eran sus favoritas. En esta ciudad, es muy raro que encuentres a alguien que trabaje honorablemente y por la noche a la vez, y más aún dando porrazos a testículos.

Tomó el mango del cuchillo que llevaba en el cinturón y lo tensó, viendo el momento para jalar al de voz irritante por su gabardina. Desenfundó el cuchillo y en un movimiento rápido e indoloro, rasgó el cuello de su víctima, su sangre salió a borbotones en cuestión de milisegundos.

Su compañero reaccionó al instante y tomó el mango del bastón que llevaba, era de los electrificados. Neal empujó al primer hombre a un lado y dio un puñetazo en los riñones al segundo, haciéndolo encogerse por un momento sobre sí mismo, impactó su codo contra su mandíbula, haciéndolo caer. Tomó el bastón descubierto de la funda del hombre y lo lanzó lejos de él. El hombre se lamentaba mientras se tocaba la mandíbula y el labio roto, un diente en el suelo.

-          Grita y vas a perder un par más. – Dijo Neal en advertencia. - ¿Dónde está tu jefe?

El hombre lo miró enfurecido, fue a levantarse cuando Neal le propinó un puntapié en las costillas, haciéndolo toser sangre y bilis. Sacó la pistola de su chaqueta y la apuntó a su frente mientras presionaba su pie en sus costillas, manteniéndolo en el suelo.

-          Respóndeme si no quieres que sea yo el que acabe con tus testículos.
-          Ah…, está abajo, pero nunca vas a poder llegar a él. Te matará como a un cerdo. - Dijo el hombre, esforzándose por respirar.

-          Lindo. ¿Cuántos están con él?

-          Cinco, todos armados. Todos esperándote con galletitas y té.

Neal lo miró con escepticismo, soltó una risa ácida.


-          Es bueno que mantengas tu sentido del humor. No lo hace tan difícil. – Cuando dijo esto, jaló el gatillo a quemarropa para esconder el ruido seco.

Neal fue a retirar su pie de  las costillas de su víctima cuando sintió vibrar algo en su chaqueta. Era un comunicador. Apretó el botón de contestar.

-          Pierce, ¿qué coño pasa allá arriba? Les dije que no se duraran más de diez minutos. Besuquéate con tu compañero en tu tiempo libre. – Dijo una voz con impaciencia. Sonaba tenso, pero en su tono también sonaba rutinario.
     
Neal apagó el comunicador y lo dejó encima del cadáver, miró al otro con frialdad. Al tacto ya se sentía frio, su sangre seguía esparciéndose en el suelo. Neal se abrochó la chaqueta hasta arriba, escondiendo la salpicadura. Miró el reloj de su muñeca. 12:30 A.M.

Desde el rellano al principio de las escaleras del primer piso al bar de abajo, Neal pudo oír el revuelo de varios hombres caminando, moviendo sillas, cajas y qué no. Si era verdad lo que había dicho el tal Pierce, él nunca podría solo contra cinco hombres, y menos armados. Buscó alguna clase de distracción, algo que pudiera ponerlos tensos y engañarlos.

Entonces lo olió. Gas. Venía de las tuberías que rodeaban las esquinas del techo. Era una idea bastante peligrosa, pero lo único que tenía. Su primera idea fue activar la alarma contra incendios, pero al verla la palanca ya baja, supo que no iba a funcionar. Era su única oportunidad de distraerlos y llegar al jefe.

Sacó la pistola y la apuntó a la tubería más lejana, al otro extremo del pasillo, se había propuesto para entrar en el cuarto de mantenimiento mientras que vinieran a revisar el ruido. Al menos vendrían dos, y podía acabarlos uno a uno si no podía ignorarlos. Con la mirada indecisa, quitó el seguro.

-          Nunca tengo el control sobre mí, ¿eh, Verónica? – Dijo para sí, mientras el gatillo cedió.

Abajo, el pánico entró en escena.

-          ¿¡Qué diablos fue eso!? – Preguntó sobresaltado uno de los hombres más viejos.

-          La compañía. – Respondió otro con frialdad – Viene de arriba. Vayan a ver qué es. Si es una explosión, tendremos que sacar todo de aquí y llamar transporte.

El hombre sobresaltado y otro más adormilado salieron con rifles en la mano, rumbo al primer piso. Los otros empleados se habían sumido en murmullos sobre lo que podía haber ocurrido arriba, y en cuál sería el siguiente movimiento. El hombre de las ordenes se quedó sentado, el revólver plateado en su mano firme. Ya había rechazado a la muerte antes. Siempre quiso matar a alguien de la compañía C&C desde que entró en el negocio. Y más si era quién creía que era.

-¿Qué pasó aquí…? – Pregunto el hombre más adormilado. La tubería del final del pasillo estaba exhalando fuego contra la esquina de la pared. Los muros se habían manchado de hollín y los vidrios de las ventanas yacían en el suelo. Llamas de la explosión residían pequeñas en ciertos lugares del suelo y las paredes.

Al otro extremo del pasillo, en el cuarto de escobas Neal tensó sus músculos, la mano puesta en el picaporte, la otra en la pistola Glock sin seguro. Su mirada en la rendija, esperando el momento perfecto para reclamar otra vida a sus expensas. Para cortar otro hilo de historia personal, usando una bala como tijera. Para borrar otra línea de tiempo, para perder el control sobre sí mismo de nuevo.

Neal abrió la puerta.