domingo, 16 de agosto de 2015

Percepción (Tres de tres)

(Nota del autor: Me alegro muchísimo de terminar esto. Siento como si hubiera crecido algo como escritor con esta historia. Si has leído las otras dos hasta ahora, gracias.)

III

«Despierta, Kit»

Una luz tras mis ojos. 

Un olor a calles mojadas. 

El tacto de suaves sábanas limpias. 

Vivo. 

Pensando.

Percibiendo. 

¿Cuándo? 

¿Dónde? 

Abro los ojos lentamente y un familiar color azul claro que no había visto en eones me da la bienvenida. Entre borrones comienzo a distinguir anaqueles con libros, estanterías cerradas, la cuna de madera de mi cama. 

Me acomodo y miro las persianas medio abiertas por las que franjas de luz allanan el cuarto. Me quedó allí, asimilando el hecho de que estoy en la casa de mis padres. Y en mi habitación, específicamente. 

Ya había tenido sueños así. Pero son como sustancias diluidas en el mar de mis memorias. Solo logró mirar alrededor de la habitación y ahí despierto. Esta vez, no ha sido así.

Una chica de unos... joder, no lo sé. Sentada con las piernas cruzadas en una esquina de la cama. Vestía ropas de cuero negro y maquillaje del mismo color. Un símbolo cómo un hilo suelto estaba pintado a un lado de su ojo, haciendo una espiral. Su atuendo me recordó a Siouxsie Sioux. 

«Es mi inspiración de vestimenta.» dijo la chica sonriendo sin mover la boca para hablar. Su cabello era desordenado y tenía pequeños ganchos esparcidos para mantener el «estilo» que tenía. 

Me di cuenta que había hablado dentro de mi mente y me sobresalté. La miraba con fascinación y algo de miedo. ¿Quién era está chica? ¿Qué estábamos haciendo en mi habitación? ¿Qué ha... 

La última respuesta me llegó como un rayo. Todo lo que ocurrió hasta ahora surgió de la memoria con violencia. La noche con Nina y mi carrera por vivir hasta que me desparrame en el suelo del último rellano a mí apartamento. La chica me observaba mientras recuperaba el sentido con un dolor de cabeza. 

«Para responder una de las dos preguntas: estamos en tu habitación de infancia -un lugar seguro en tu mente- para que medites un poco lo que viene.»

«¿Meditar qué? Casi me muero de un infarto.» dije acidamente apretándome el puente de la nariz. 

«No. Casi no.» 

Sentí un vacío en el estómago cuando dijo eso. Cómo un puñetazo. 

«¿Quieres decir que...?»

«Sí Kit. El tren ha hecho su última parada.»

Nos quedamos callados unos minutos solo mirándonos el uno al otro. No lograba asimilar lo que había dicho. Me miré las huesudas manos con algunas arrugas y las uñas cortadas. Treinta años y ya había pasado a mejor vida. Vaya. 

«Tuviste dos infartos.  Uno en las escaleras y otro dentro de la ambulancia. Ahí sí te moriste por unos 43 segundos sin chances de nada. Pero lograste caer en un coma con tu muy débil pulso.» dijo la chica de negro 

«O sea que sigo vivo.» respondí.

«Ese término es ambiguo. Si lo estuvieras, yo no estaría aquí.»

La observé de arriba a abajo. A esta chica la conocía. Y no siempre es una chica. Ha sido el hombre que se quedó echando tierra en el funeral de mi tío. Ella es el “¡Fuego!” que sale de las cuerdas vocales de un soldado en una ejecución. Es los restos carbonizados de un incendio. El sonido de una corneta antes de atropellar un venado. Me había encontrado con esta chica siempre, y la había evadido hasta el momento en que no pude seguir corriendo y ella se acercó con pasos lentos. 

«¿Qué sigue ahora? » pregunté en un susurro, tragando saliva.

«Bueno, lo que sigue en casos normales es evaluar tu... digamos puntaje. Este puntaje determina a donde irías, dependiendo en lo que creas. Esto no se aplica a todos. En realidad es más como algo de "elige tu veneno."»

«¿Y cuáles son los venenos a elegir?» 

«No puedo decírtelo. Esa respuesta se encuentra dentro de ti y es tu responsabilidad decidir como proceder con ella.» sentí cómo me bajaban las lágrimas mientras ella hablaba sin abrir la boca, jugando con un cordel de sus botas. «Aunque Kit, sí hay algo de lo que quería hablar contigo.»

La miré otra vez, cabizbajo mientras ella me tomaba con ternura las mejillas. Tenía la piel tibia. 

«Sé que has estado pasando por momentos en donde crees que ya todo lo que va a ocurrir ya ha ocurrido. Momentos difíciles en los que sientes como si ya todo se hubiera vaciado o que estuviera pasando fuera de la pequeña burbuja en la que vives. Nina también ha estado allí. Eras de personas han estado allí. Maldición, hasta yo he pasado por ahí en toda la historia de la existencia.» 

A pesar de que esta chica sea algo malo, a pesar de que casi todo el mundo podría terminar odiándola; yo sentía un sentimiento cálido hacía ella. Un sentimiento maternal, de seguridad y cariño. Hasta el momento que alejé mi mente por un nanosegundo, no me di cuenta que estábamos los dos acostados en la cama y ella me abrazaba con fuerza. 

«Todo lo que tu vida fue estaba planeado por un sistema de azar. Este sistema jamás cambiará. Pero la alegría de él, es que nunca lo verás y puede ser lo que tu quieras que sea. Una canción relajada, un destello sudoroso, una serie de respiraciones llenas de sueños. La existencia está marcada por el placer de que siempre es y será desconocida aunque traten de encontrar su significado. Aún yo, solo hago un tras bastidores de una obra sin fin.»

Nos quedamos en silencio sin decir nada por una eternidad. Pensé en todo ese tiempo lo que conocía, lo que recordaba y todo lo que no estaba allí en mi cabeza. 

En una fantasía casi inducida me encontré conmigo mismo en un desierto blanco. La imagen de mí era yo justo antes del infarto, saludándome con energía. En un flash me acerque a mi rostro y me hice la pregunta del millón de dólares. 

¿Qué quieres hacer ahora? 

Volví la cabeza a la chica que me abrazaba y puse mi frente contra la suya. Su mirada decía que ya sabía que era lo que estaba pensando. Sonreímos en complicidad.


Entre los traqueteos metálicos del metro, Eli miraba la ventana con extrañeza, alejada de dónde estaba sentada con una bolsa que respondía a los metales que chocaban debajo.

Eli vio desde los rieles del puente la ciudad más allá, los autos en el eterno trafico y las personas que caminaban a paso rápido por las calles con ropas de colores vivos y otros débiles. Veía como las luces ya empezaban a encender con la ida del sol que se escondía entre los edificios del horizonte. Volteó para chequear a la tripulación del metro: mujeres mayores con miradas alejadas como la suya, chicas de su edad enfrascadas en conversaciones superficiales, un par de hombres metidos en sus mundos encapsulados por la música que sale de unos audífonos o las palabras que se apostan de un libro sin nombre. 

Fuera del pequeño conjunto de «personas de utileria» cómo los llamaba ella, una chica se agarraba de uno de los postes del metro, cerca de la puerta. Su cabello largo y rubio descendía por sus hombros y su figura esbelta se paraba relajadamente contra el poste. La chica volteó a su vez para ver a Eli con sus ojos zafiro.

Con su ojo derecho, en el que tenía una clase de tatuaje en espiral, le guiño a Eli con alguna clase de complicidad que ella parecía desconocer. 

El tren se detuvo y Eli se paró mientras la chica desaparecía por las puertas automáticas y hacia la multitud que ya esperaba en la estación. Eli trató de seguirla pero solo logró perderse entre las muchas caras que pasaban a su lado. 

Cuándo logró separarse del rebaño humano, Eli se preguntó por qué la chica parecía familiar. 

Del bolsillo de su chaqueta, una vibración emergió y Eli sacó el móvil para responder la llamada. 

«¿Hola? »

«¿Vienes cerca, hija? » preguntó una voz de mujer, observando la ventana de un apartamento hacia la ciudad que iba cayendo en una luz rosa. 

«Sí, voy saliendo de la estación. Conseguí las medicinas.»

«Genial. Me sigo preguntando después de todos estos años, por qué él sigue tomandolas si el doctor le dijo que ya no era necesario. Aunque, bueno... »

«Sí, ya me sé esa historia. Le voy a pedir que me la vuelva a contar.»

«¿Y eso?»

«Algo me la ha recordado. Nos vemos en unos minutos.»

Eli colgó el celular con un leve bip. Mientras subía las escaleras, la noche tomó lugar y Eli logró empezar a ver la luna sin brillo. 


A ella le encantaba ver los colores y pensar en ellos, ya que había crecido con su padre percibiendo cada imagen como si fuera la primera vez. 

lunes, 3 de agosto de 2015

blur

Lo primero que podría describir desde donde estoy parado es el pálido sol que me mira a la expectativa entre más nubes que delgadas pinceladas de azul cielo. Cómo el olor a grama recién regada flota por mi sentido del olfato. Los graznidos leves de los pájaros a una distancia considerable, creando a su misma manera un silencio pacífico y cálido.

Parado afuera de la casa de mi infancia, veo llegar un auto para mí, un conductor con aspecto común y despreocupado me abre la puerta. Su sonrisa es hasta reconfortante. Entro al auto, sin maletas, sin pertenencias y sin expectativas. Los neumáticos aplastan pequeñas piedras bajo su peso y empieza un viaje que solo me concierne a mí. Un viaje que no va hacia ninguna parte en realidad.

Empiezo a acostumbrarme al movimiento del auto y miro por la ventana en nostalgia de alguna cosa, cómo he hecho en muchos viajes ya. Nostalgia de momentos que ya han ocurrido hace, lo que parece ya, mucho tiempo. Exhaladas de imágenes en mi mente que quedan asentadas con persistencia. 

Por la ventanas veo la ciudad que he recorrido la mayoría de mi vida, tantas memorias de caminatas con personas que alguna vez quise y nunca dejaré de querer en el fondo de mí mismo. Edificios de todos los colores opacados por el tic-tac de un reloj natural, calles grises y autopistas donde ya muchas almas que pude haber conocido y que nunca conoceré han transitado, sintiendo toda emoción posible.

Lugares que me traen los recuerdos más enterrados dentro de mi cabeza. Amigos, conocidos, familiares acompañándome. Amores olvidados, rivales apagados. Tristeza, felicidad, soledad y otras personificaciones de todo lo que soy me miran desde el otro lado de la ventana del auto. Saludándome, despidiéndome.

De alguna manera que va más allá de mi humano entendimiento, veo todos los lugares a los que alguna vez he viajado y he estado. Varias playas con un respirar salado, bosques con hilos de luz infinitos, campos interminables de verde y gris, un desierto sin final de montañas de arena.

En un momento determinado me dejo llevar por el casancio que me brinda esta nostalgia y empiezo a soñar. En el sueño me veo a mí mismo haciendo varias decisiones de mi vida, todas en pantallas multiples; todos los yo de en esas pantallas dicen cosas diferentes a las que yo alguna vez dije, moviéndose diferente, haciendo mis gestos de manera diferente. Todas las pantallas llevan a escenarios diferentes de lo que pudo ser mi vida.

Mejor, peor, diferente.

Eso es lo divertido de las decisiones ya hechas, si pensarás en volver a esos momentos y decir o hacer algo diferente, no serías tú. Sino alguien diferente, preguntando cosas diferentes, llevándolo a resultados que no son los tuyos ni nunca lo serán. La vida bajo el microscopio está llena de giros y cruces inesperados, pero fuera de él es solo una línea recta de una ramificación de muchas otras.

No sé por cuanto duermo pero parece una eternidad—tal vez lo fue.

El conductor me mira desde el retrovisor y puedo ver en sus ojos todas aquellas personas que amé y dejaron de existir. El conductor es todos ellos y cuando me doy cuenta me brinda una sonrisa cálida y honesta.

El carro se detiene frente a una gran casa blanca rodeada de jardines llenos de vida. Mientras camino hasta el porche me pregunto si todo el viaje fue en realidad una metáfora de mi vida y el conductor, aquel personaje que parecí conocer toda mi existencia muy dentro de mi alma, es la muerte.

Las preguntas se quedan en suspensión y la puerta de la gran casa se abre con un chirrido de madera.

Rooms for Tourists, por Edward Hopper