domingo, 27 de diciembre de 2015

Arrival

(Nota del autor: Esto fue producto de un reto pero diré que me he divertido haciéndolo. Alegró al escritor que sigue postergando, pero que no quiere irse.)

De veras, a veces no sé qué estoy haciendo. Es la misma rutina cada aniversario nuestro, cada cumpleaños de cada uno, cada momento extremadamente cálido que se ha quedado en los engranajes de mi mente y que por alguna tonta razón debo conmemorar. Siempre es lo mismo y siempre termino en nuestro auto (mío ahora, supongo), sola, triste y muy, pero muy cansada. 

Han pasado cuatro años ya. Y este camino de vuelta al cementerio a las afueras de la ciudad me recuerda cómo su vieja amiga.  La falta de luces y la total oscuridad ayudan a decorar mi humor. No me gusta pensar que él ha sido mi única luz, pero, siento también que yo escapo de la realidad. 

La vida se ha sentido como una carga estos últimos años. Solo trabajo, solo sonrisas tristes y la esencia de su recuerdo en mi piel. 

Pero en mí, justamente esta noche, ha surgido una nueva sensación. Algo que no puedo describir. Me cuesta concentrarme y salir del auto y esquivar las tumbas hasta la de él. He sentido como si todo estuviese desplazado un centímetro a la derecha. Cómo si se estuviera esperando algo. Algo que no pasa siempre. Hasta su fría placa se sentía un poco tibia. 

El camino está como la boca del lobo. Y miro a los dos lados antes de entrar de vuelta en el auto, cuándo mi mano se queda paralizada en la manija. Mi cuerpo entero se congela en el acto cuando me quedo mirando al cielo. Y lo veo como un sueño. 

Un destello. Una luz que alarga solo milímetros la silueta de mi sombra. Un viento que sopla rozando las 2 A.M con un silbido debil. Y no desaparece. Pero mi sombra se hace más alta y el punto blanco de luz más amplio. Tragándose la noche en el cielo, absorbiendo todas las estrellas y a la luna. El débil silbido ya se vuelve un zumbido en mis oídos. 

Y se detiene sobre mí. Me baño en el alba de aquella luz, lleno mi ser enteramente de aquella vibración que comienza en mi pecho, que se extiende por mis huesos y podría rompermelos todos.

Y ya no hay noche. Solo espacio. Ya no hay materia, ya no hay masa. Ya no hay nada por lo que la ciencia haya trabajado en toda la historia. Solo esta voz que no logra asimilar lo que está pasando. Esta voz que dice palabras que ahora perdieron todo significado. Una transición, una abducción a algún lugar.

Me cuesta despertar. Es difícil el solo sentir que vivo. Siento que me rozan y me observan. Pero no hay sombras ni luz. No hay oscuridad. No hay calor o frío que pertenezcan a los roces.

Sería incorrecto decir que oigo. Percibo algún tipo de comunicación. No entiendo ninguna cosa transmitida, siento que está más allá de mi compresión. Mierda, de la compresión humana.

Hasta que los roces se vuelven contacto.

Por lo que puedo traducir en mi primitivo pensamiento, uno de los contactos es cálido y de bienvenida. Noto como el mío es abrupto e incluso agresivo por una respuesta a estas nuevas sensaciones y la falta de otras.

El ser me tranquiliza. Me dice que no debo preocuparme, que no me harán daño. Y siento su honestidad y su inocencia. Su fascinación.

¿Quiénes son?, pregunté. Serenidad, desconcierto.

Me responde otro ser con la misma serenidad pero con un toque serio. Son un grupo de investigación. Unos buscadores. Pero al llegar, se han enterado de que han encontrado un lugar muy por detrás de ellos.

¿Al llegar adónde? les pregunto.

A la tierra.

Noto mi sentimiento de sorpresa violenta. Un escalofrío sin piel para sentirlo. Les pregunto de donde vienen. Y uno hace un plano en mi mente. No logro entenderlo del todo, pero veo lo que parece ser el sistema solar y los billones de estrellas. Y como al parecer, más allá de todo aquello, hay otra galaxia que comprende más vida de la que nunca nos imaginamos.

Aún mirando el mapa interestelar, me quedan muchas interrogantes y tal vez que nunca llegue a responder, una surge como una burbuja. El por qué.

¿Por qué yo? Desconcierto. Tristeza.

Y el primero que me contactó me responde con calma y que si los tuviera, ojos que me miran con consuelo. Me dice que no hay ninguna razón. Que no hay señal que los haya llevado hasta allí, ni la casualidad de que hayan pasado por el cementerio. Me dice que hay un paradigma universal que dictó que yo debía ser estudiada. Que necesitaba aquel despoje de masa y materia. Su único objetivo era llegar a mí. Aunque fuese un contacto mínimo que no percibiera.

Y sentí su abrazo y el de toda su especie. Que yo era la luz que ellos buscaban. Sentí la calidez en toda mi existencia y fui feliz.

Eternamente.

Qué ya no había necesidad de búsqueda ni tristeza.

Qué el paradigma estaba completo y no habría más que satisfacción.

Que ellos habían llegado.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Nostalgia

(Nota del autor: El otro día pensé en dejar de escribir. El solo pensamiento me aterrorizó por la idea de que pudiese pasar. Pero siempre me queda algo que contar, y eso es una sensación que nunca se va.)

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¿Por qué me parece, que ha pasado una eternidad?


¿Por qué me parece, que ha sido solo una noche en vela?

Huele a plástico viejo y a memorias llenas de polvo. El pasar de los años puedo sentirlo en mis dedos, me da tristeza sentir en mis manos a todas esas cosas que he llegado a olvidar y que en un momento de mi vida parecían lo único por lo que vivía. Una cajón abandonado, cerrado porque cada vez que abre no puede mantenerse. Un castillo de cartas que se bambolea con el tic-tac de un reloj.

Es todo un simbolismo. Es todo para hacerme entender que hay que abandonar aquello del ayer y solo poner atención a lo que es hoy. Libros con las páginas amarillas como las hojas en otoño. Manchas en las estructuras que parecen dibujos de flores marchitas. Fotos descoloridas como las calles de ayer, con solo la impresión de que todo era mejor.

Una canción suena en la distancia y grita solo que me he abandonado entre los momentos de antes y después. Fantasmas irreales parados en las esquinas de una casa que es la representación de mi zona de confort. La grabadora que suena en la mesa de noche con una cinta que recita los eventos que nunca pasaron más allá del término Imaginación.

Aún hago las mismas caras bobas en el espejo. Me reviso cada centímetro de la cara y encuentro arrugas que solo parecían un mito en mi piel joven. Miro los ojos de ese reflejo, aquellos que se llenaban de emoción con la misma descarga de electricidad que hoy solo me parece un leve contacto. La bombilla parpadea, incitando el cambio.

Aunque hay cosas que nunca he perdido. Aquel sentimiento a gusto de quedarse a solas con los pensamientos y los recuerdos. Qué bien se siente dejarse llevar por la corriente de la ilusión de que las cosas hubieran sido diferentes si hubiese ido por otro sendero. ¿Hubiesen sido las cosas mejores? ¿Hubiese sabido lo que sé hoy? ¿Me hubiese sentido, como me siento ahora que dejo a mi alma expresar estas palabras en un espacio vacío?

¿Hubiese sido yo otra persona?

En aleatorio suenan melodías que me parecen un monumento al pasado. Un monumento a un estado de animo, al miedo de no saber lo que vendría, un monumento a esas ellas que una vez me robaron una alteración de la respiración con dirigirme la palabra, aquellas que solo son vagos nombres y esbozos de una cara incierta en un archivero desordenado de una mente hecha un tornado. Un brindis al abrazo de esa persona que sí se ha ido para siempre y su foto no le hace honor. Un suspiro de cansancio a los granos de arena que bajan por el segundero, a las palabras que se escriben en un libro que tal vez no llegue a existir pero sí pueda leer.

Aquellos tiempos, desvanecidos en el agua del recuerdo de un recuerdo. Aquellos tiempos, que surgen como burbujas recurrentes.

La luz sigue iluminándome igual el rostro y me enceguece, mientras oigo los llamados de alguien actual.

Mi viejo yo me anima a seguir con la esperanza de que si todo es diferente, que sea diferente para bien. Consciente de que yo tal vez nunca vuelva a ser él.

Muy lejos, o tal vez muy cerca, oigo el saludo de alguien nuevo. Alguien que me cambia la vida para siempre.

domingo, 11 de octubre de 2015

CRÍMENES II (2/3)

(1/3)  (3/3)

Robos. (2/3)

Bajo reflectores.


¿Y ahora qué?


Escondida entre los arbustos y los puntos ciegos de los guardias alarmados por la flashbang, considero mis opciones a seguir. Para empezar, no podría mezclarme en la multitud, tengo un conjunto de combate puesto y puedo llamar la atención. ¿Robar un uniforme de los guardias? Son más grandes que un armario y se notaría mucho que no me queda.


Mientras cavilo comiendome las uñas, salen dos individuos de camisa blanca y pantalón de gabardina. Meseros, probablemente contratados para el servicio de bocadillos y bebidas. Un hombre joven y flaco y una mujer casi de la misma edad, más pequeña y esbelta. Salen de la casa entre gemidos y besos asfixiados, recorriendo a gran velocidad sus cuerpos con las manos bajo el porche.


Los miro sin hacer ruido y espero el descuido del chico, ya que las mujeres no haríamos lo que viene a continuación. La apoya a la pared frente a mí y empieza a quitarse los pantalones, mientras la mujer le desabotona la camisa con prisa, riendo y gimiendo de placer con cada botón hasta tirarla a un lado. Las embestidas del hombre y los gritos de placer de su compañera quedan ahogados por todo el bullicio de la fiesta adentro y afuera.


Con dos grandes zancadas tomo la camisa y me escondo en otro arbusto con un grito de trasfondo. Cambio la chaqueta por la camisa y la cuelgo en una rama con dolor material. Dejé mis cosas pero solo me regresarían. Minutos pasan y la pasión empieza a desvanecer de los gemidos, me muevo con paso apresurado a la puerta trasera de la casa y entro en la cocina de superficies de mármol blanco y negro que relucen en la proyección de los faros del techo. Los meseros se mueven con agilidad llevando platos y copas esquivando a sus compañeros sin dejar de moverse.


Alguien me toca el hombro y me volteo a esperar la señal para golpear en la quijada a alguien y salir pitando por los pasillos. Un hombre fornido y calvo me grita con una voz ronca:


—¿Por qué coño no llevas nada? ¿No ves que estamos contra el reloj aquí? ¡Carlo pasa una de champaña a esta vaga!— Un joven con acné trae una bandeja con copas y el calvo la empuja hacía mí, casi derramando el contenido en mi pecho— Ve a la sala y circula, si se te cae sales de la nómina. Pelirroja tonta.


Si no hubiera estado encubierta le hubiese partido con una patada esa estúpida calva.


Entro en la sala y analizo a la multitud de trajes y vestidos apretados, manos en culos y lenguas entrelazadas en un gusto a alcohol. Humo y cenizas de no solo tabaco llena el aire. Sonidos sin ningún rastro de música llenan la sala.


Me muevo con agilidad suficiente para que se me vacíe la bandeja de copas y llegar con unas cuantas hasta los pasillos que llevan al resto de salas en la casa. En mi caminar alguien me rodea con un brazo y pone una mano en uno de mis pechos. Huelo su aliento a whisky con desde antes que se acercara.


—Preciosa, ¿no te gustaría estar sirviendome whisky en mi habitación? Prometo que esté servicio especial no quedará ignorado. —el hombre grande y gordo me mira con un azules ojos ebrios y excitados mientras habla mostrando sus amarillos dientes— Te juro que nunca he visto una mesera con unas tetas tan buenas.


—Bueno, una chica tiene sus encantos. —dije, tragando vómito. La colonia que llevaba encima perforbaba como mortecina. Dejé la bandeja en una mesa y le agarre un brazo en caricia falsa— Se ve que un tipo grande cómo tú merece un trato especial.


Le tomo del brazo y empezamos a caminar por los pasillos de la mansión. Dejamos por detrás gemidos y gritos de ambos sexos en las habitaciones y actos que no llegaron a ellas. El hombre abre una puerta con naturalidad y entramos en una habitación de paredes rosas y una cama desordenada en el medio. Doy un paso adelante mientras el pone el cerrojo. O eso pienso yo cuando uno de sus brazos como vigas tira un puñetazo que logro esquivar por poco.


Empieza a lanzar ráfagas de ganchos a mi rostro a diestro y siniestro mientras los evado. Se cansa y embiste contra mí. Me agarra entre las vigas y me pone contra la pared con una mano en el cuello.


—¿Creías que me podías engañar, zorra? ¿Crees que no te vi tomar las ropas del muchacho por la ventana? Todos los otros podrán ser unos inútiles pero yo no. — me grita mientras se me empieza a acabar el oxígeno. Le escupo en un ojo pero no me deja ir— No le temo a los rasguños de una gata.


Lo bueno de los hombres es que se ponen en un pedestal tan alto que olvidan que hacen, aunque solo sea por un milisegundo. Afloja lo suficiente mi cuello para que pueda pensar e impacto una patada en su vientre, apuntando más abajo. Suficiente para que retroceda y contacte mi codo contra su hígado y caiga al suelo. Me toma por la pierna mientras voy saliendo y empieza a arrastrarme hacia él. Agarro algo que estaba debajo de la cama y le pego en los ojos. Es un látigo y agradezco a dios por los masoquistas.


Empiezo a correr por los pasillos buscando las escaleras a arriba. Dos guardias se paran a cada lado de ella mientras logro cubrirme antes de que volteen en mi dirección. Detrás de la pared oigo al guardia de la fiesta venir corriendo.


—¿Han visto a una perra pelirroja corriendo? —les grita adolorido, no oigo respuesta— ¿Tienen contacto? Pongan el estado de alerta. Esa maldita pelea demasiado limpio, no es cualquiera.


— Pendientes todos, Rafa dice que hay una tipa pelirroja escondida en la mansión y que parece ser una profesional. El que la agarre y se la lleve al jefe obtiene un ascenso. —dice uno de los centinelas en la escalera con un chasquido en el intercomunicador. Al menos mi cabeza tiene precio.


Reviso las ventanas sin éxito de que estén abiertas. Las puertas cerradas a cal y canto pasan a mi lado y no me entero cuando alguien me agarra del brazo y me jala a una.


El cuarto está a oscuras y es pequeño, como un cuarto de escobas. Aferro la mano que me toma del brazo y noto que es de una mujer. Recorro su brazo y me quedo pálida al ver su rostro. La reconozco pero no sé de dónde, pero ella no comparte la reacción.


—Shh. No hagas ruido o alguien saldrá a revisar. Están alerta porque te escapaste de Rafael. Si te agarran, preferirás estar muerta. — Su voz dulce huele a perfume caro y a maquillaje. En la oscuridad veo sus grandes ojos marrones reflejándose en los míos y su cabello bronce. Su brazo de piel morena sigue agarrándome.— Está bien, a mí tampoco me gusta, pero tenemos que trabajar y estoy segura que tienes tus razones.


—Yo no... —Me tapa la boca con una mano y oímos pasos pesados afuera. Una sombra pasa por la línea de luz del suelo hacia la izquierda y se desvanece entre nuestras respiraciones silenciosas.


Al quitarme la mano de la boca veo una cicatriz redonda en el dorso y los recuerdos me pegan como agua fría.


—¿...Sara...?—balbuceo y no se inmuta pero veo sus músculos tensarse. Se agacha y saca una llave de su prominente escote. Desempolva con la mano una puerta pequeña en la pared y la abre dejando salir una luz amarillenta. Me digo a mí misma que no tengo más opciones y me pongo en cuatro patas para seguirla. Como Alicia cayendo por la madriguera.


Al levantarme veo unas 20 mujeres en lo que parece ser un tocador. Desnudas, en lencería extravagantes o con vestidos ajustados pasan por nuestro lado yendo a quién sabe dónde. Es alguna clase de sala de preparación, con reflectores en los espejos y un olor a plástico.


Ella saca una llave y abre la puerta delante de nosotras. Dentro, una mujer mayor y llena de maquillaje me mira con cinismo. Empiezo a balbucear algo y me detiene con un gesto de la mano.


—Sé a qué vienes, niña, — su voz sonaba estirada e imponente, pero no me pareció que estuviese en mi contra— eres la de los mercenarios. Creed y yo ya hemos trabajado juntos antes. Lo que buscas está en la habitación de los portones en el tercer piso. Es imperdible.


—¿Por qué me ayudas? Claude me contó que quizá te vería, que proporcionabas la diversión sexual en la ciudad. Dudo que te beneficie en algo ayudarme, si no es que te daña. —La miré duramente mientras sus empleadas rodeaban la habitación como vigilantes. Ella era Van Helena. Era casi una leyenda del mundo de las prostitutas y el sexo anónimo. Aunque cada mes sin falta, al menos dos de sus empleadas eran encontradas muertas en unos callejones al azar. Me volteó la cara y sus arrugas se tensaron en el cuello.


—Chiquita, he hecho muchas cosas malas en mi vida. Creía que nunca volvería a tener una noción de moral. —Destilaba un olor a Chanel y sus labios se agrietaron en una señal de asco.— Hasta que empecé a ofrecer servicios a Durand. Paga como el demonio, pero no puedo dormir pensando en lo que pasa con la chica que siempre se lleva en privado a su cuarto en las fiestas. ¿Sabes que dos de mis chicas siempre mueren al mes? Al menos una siempre viene a renunciar y tiene ojeras, como si no hubiese dormido pero soñado demasiado. Pesadillas. Nunca he identificado sus cuerpos, pero que se me lave la cara con vinagre si esas chicas no tienen indicios de suicidio.

A este punto, las otras chicas se pusieron también tensas, algunas con miradas distantes, con miedo. Todas jóvenes, desesperadas y con mucho, mucho miedo. Apreté los dientes en solo pensar lo que hacia Durand. O lo que no hiciese.

—¿Cuál es tu nombre? — me preguntó.

—Layla.

—Layla..., lo que haya allá arriba no puede salir a la luz. Es demasiado repugnante. Pero tienes que acabar con él y recuperar las cintas. Por tus compañeras en la cuerda floja. Por la vanidad de ser mujer.

Asentí gravemente a la ahora derrumbada líder frente a mí. Y salí cuando una chica me había dado la chaqueta que había dejado fuera con las cosas que era un error que casi me costó la vida abandonarlas. Era Sara, que me acompañaba a la puerta trampilla de la pared de nuevo. Todas las otras mujeres me miraban con atención.

Antes de salir ella me detuvo por la muñeca.

—Danos un aviso que lo has hecho y saldremos pitando de aquí como ratones. Somos buenas en eso. — Era la que menos maquillaje llevaba y era más bella que las demás. Miré su quemadura y la garganta se me reseco al hablar.

—¿Aún te duele? — Me miró confundida.— Donde te aplastaba los cigarros.

Se vio la mano y parecía recordar algo. Pero no duró mucho.

—Yo no..., disculpa, ¿nos conocemos?

No aguanté más y la besé tomando su perfil. Sabía a memorias y cosas que no había sentido en años. No se resistió y cuando una lágrima bajaba por mi mejilla me solté.

—Solo me recuerdas a alguien. A alguien que nunca volví a ver. — Alguien había dejado una ventana abierta en el pasillo donde estaba el armario y olí el aire de la noche pesado por la abertura de la puerta. Corrí y me aferré a la cornisa debajo ya estando afuera, mojándome con la lluvia ahora más leve. Me agarre a una enredadera y comencé a trepar.

Subiendo por las oscuras cepas, la memoria de mi yo pasado no dejaba de acompañarme a cada paso.

domingo, 16 de agosto de 2015

Percepción (Tres de tres)

(Nota del autor: Me alegro muchísimo de terminar esto. Siento como si hubiera crecido algo como escritor con esta historia. Si has leído las otras dos hasta ahora, gracias.)

III

«Despierta, Kit»

Una luz tras mis ojos. 

Un olor a calles mojadas. 

El tacto de suaves sábanas limpias. 

Vivo. 

Pensando.

Percibiendo. 

¿Cuándo? 

¿Dónde? 

Abro los ojos lentamente y un familiar color azul claro que no había visto en eones me da la bienvenida. Entre borrones comienzo a distinguir anaqueles con libros, estanterías cerradas, la cuna de madera de mi cama. 

Me acomodo y miro las persianas medio abiertas por las que franjas de luz allanan el cuarto. Me quedó allí, asimilando el hecho de que estoy en la casa de mis padres. Y en mi habitación, específicamente. 

Ya había tenido sueños así. Pero son como sustancias diluidas en el mar de mis memorias. Solo logró mirar alrededor de la habitación y ahí despierto. Esta vez, no ha sido así.

Una chica de unos... joder, no lo sé. Sentada con las piernas cruzadas en una esquina de la cama. Vestía ropas de cuero negro y maquillaje del mismo color. Un símbolo cómo un hilo suelto estaba pintado a un lado de su ojo, haciendo una espiral. Su atuendo me recordó a Siouxsie Sioux. 

«Es mi inspiración de vestimenta.» dijo la chica sonriendo sin mover la boca para hablar. Su cabello era desordenado y tenía pequeños ganchos esparcidos para mantener el «estilo» que tenía. 

Me di cuenta que había hablado dentro de mi mente y me sobresalté. La miraba con fascinación y algo de miedo. ¿Quién era está chica? ¿Qué estábamos haciendo en mi habitación? ¿Qué ha... 

La última respuesta me llegó como un rayo. Todo lo que ocurrió hasta ahora surgió de la memoria con violencia. La noche con Nina y mi carrera por vivir hasta que me desparrame en el suelo del último rellano a mí apartamento. La chica me observaba mientras recuperaba el sentido con un dolor de cabeza. 

«Para responder una de las dos preguntas: estamos en tu habitación de infancia -un lugar seguro en tu mente- para que medites un poco lo que viene.»

«¿Meditar qué? Casi me muero de un infarto.» dije acidamente apretándome el puente de la nariz. 

«No. Casi no.» 

Sentí un vacío en el estómago cuando dijo eso. Cómo un puñetazo. 

«¿Quieres decir que...?»

«Sí Kit. El tren ha hecho su última parada.»

Nos quedamos callados unos minutos solo mirándonos el uno al otro. No lograba asimilar lo que había dicho. Me miré las huesudas manos con algunas arrugas y las uñas cortadas. Treinta años y ya había pasado a mejor vida. Vaya. 

«Tuviste dos infartos.  Uno en las escaleras y otro dentro de la ambulancia. Ahí sí te moriste por unos 43 segundos sin chances de nada. Pero lograste caer en un coma con tu muy débil pulso.» dijo la chica de negro 

«O sea que sigo vivo.» respondí.

«Ese término es ambiguo. Si lo estuvieras, yo no estaría aquí.»

La observé de arriba a abajo. A esta chica la conocía. Y no siempre es una chica. Ha sido el hombre que se quedó echando tierra en el funeral de mi tío. Ella es el “¡Fuego!” que sale de las cuerdas vocales de un soldado en una ejecución. Es los restos carbonizados de un incendio. El sonido de una corneta antes de atropellar un venado. Me había encontrado con esta chica siempre, y la había evadido hasta el momento en que no pude seguir corriendo y ella se acercó con pasos lentos. 

«¿Qué sigue ahora? » pregunté en un susurro, tragando saliva.

«Bueno, lo que sigue en casos normales es evaluar tu... digamos puntaje. Este puntaje determina a donde irías, dependiendo en lo que creas. Esto no se aplica a todos. En realidad es más como algo de "elige tu veneno."»

«¿Y cuáles son los venenos a elegir?» 

«No puedo decírtelo. Esa respuesta se encuentra dentro de ti y es tu responsabilidad decidir como proceder con ella.» sentí cómo me bajaban las lágrimas mientras ella hablaba sin abrir la boca, jugando con un cordel de sus botas. «Aunque Kit, sí hay algo de lo que quería hablar contigo.»

La miré otra vez, cabizbajo mientras ella me tomaba con ternura las mejillas. Tenía la piel tibia. 

«Sé que has estado pasando por momentos en donde crees que ya todo lo que va a ocurrir ya ha ocurrido. Momentos difíciles en los que sientes como si ya todo se hubiera vaciado o que estuviera pasando fuera de la pequeña burbuja en la que vives. Nina también ha estado allí. Eras de personas han estado allí. Maldición, hasta yo he pasado por ahí en toda la historia de la existencia.» 

A pesar de que esta chica sea algo malo, a pesar de que casi todo el mundo podría terminar odiándola; yo sentía un sentimiento cálido hacía ella. Un sentimiento maternal, de seguridad y cariño. Hasta el momento que alejé mi mente por un nanosegundo, no me di cuenta que estábamos los dos acostados en la cama y ella me abrazaba con fuerza. 

«Todo lo que tu vida fue estaba planeado por un sistema de azar. Este sistema jamás cambiará. Pero la alegría de él, es que nunca lo verás y puede ser lo que tu quieras que sea. Una canción relajada, un destello sudoroso, una serie de respiraciones llenas de sueños. La existencia está marcada por el placer de que siempre es y será desconocida aunque traten de encontrar su significado. Aún yo, solo hago un tras bastidores de una obra sin fin.»

Nos quedamos en silencio sin decir nada por una eternidad. Pensé en todo ese tiempo lo que conocía, lo que recordaba y todo lo que no estaba allí en mi cabeza. 

En una fantasía casi inducida me encontré conmigo mismo en un desierto blanco. La imagen de mí era yo justo antes del infarto, saludándome con energía. En un flash me acerque a mi rostro y me hice la pregunta del millón de dólares. 

¿Qué quieres hacer ahora? 

Volví la cabeza a la chica que me abrazaba y puse mi frente contra la suya. Su mirada decía que ya sabía que era lo que estaba pensando. Sonreímos en complicidad.


Entre los traqueteos metálicos del metro, Eli miraba la ventana con extrañeza, alejada de dónde estaba sentada con una bolsa que respondía a los metales que chocaban debajo.

Eli vio desde los rieles del puente la ciudad más allá, los autos en el eterno trafico y las personas que caminaban a paso rápido por las calles con ropas de colores vivos y otros débiles. Veía como las luces ya empezaban a encender con la ida del sol que se escondía entre los edificios del horizonte. Volteó para chequear a la tripulación del metro: mujeres mayores con miradas alejadas como la suya, chicas de su edad enfrascadas en conversaciones superficiales, un par de hombres metidos en sus mundos encapsulados por la música que sale de unos audífonos o las palabras que se apostan de un libro sin nombre. 

Fuera del pequeño conjunto de «personas de utileria» cómo los llamaba ella, una chica se agarraba de uno de los postes del metro, cerca de la puerta. Su cabello largo y rubio descendía por sus hombros y su figura esbelta se paraba relajadamente contra el poste. La chica volteó a su vez para ver a Eli con sus ojos zafiro.

Con su ojo derecho, en el que tenía una clase de tatuaje en espiral, le guiño a Eli con alguna clase de complicidad que ella parecía desconocer. 

El tren se detuvo y Eli se paró mientras la chica desaparecía por las puertas automáticas y hacia la multitud que ya esperaba en la estación. Eli trató de seguirla pero solo logró perderse entre las muchas caras que pasaban a su lado. 

Cuándo logró separarse del rebaño humano, Eli se preguntó por qué la chica parecía familiar. 

Del bolsillo de su chaqueta, una vibración emergió y Eli sacó el móvil para responder la llamada. 

«¿Hola? »

«¿Vienes cerca, hija? » preguntó una voz de mujer, observando la ventana de un apartamento hacia la ciudad que iba cayendo en una luz rosa. 

«Sí, voy saliendo de la estación. Conseguí las medicinas.»

«Genial. Me sigo preguntando después de todos estos años, por qué él sigue tomandolas si el doctor le dijo que ya no era necesario. Aunque, bueno... »

«Sí, ya me sé esa historia. Le voy a pedir que me la vuelva a contar.»

«¿Y eso?»

«Algo me la ha recordado. Nos vemos en unos minutos.»

Eli colgó el celular con un leve bip. Mientras subía las escaleras, la noche tomó lugar y Eli logró empezar a ver la luna sin brillo. 


A ella le encantaba ver los colores y pensar en ellos, ya que había crecido con su padre percibiendo cada imagen como si fuera la primera vez. 

lunes, 3 de agosto de 2015

blur

Lo primero que podría describir desde donde estoy parado es el pálido sol que me mira a la expectativa entre más nubes que delgadas pinceladas de azul cielo. Cómo el olor a grama recién regada flota por mi sentido del olfato. Los graznidos leves de los pájaros a una distancia considerable, creando a su misma manera un silencio pacífico y cálido.

Parado afuera de la casa de mi infancia, veo llegar un auto para mí, un conductor con aspecto común y despreocupado me abre la puerta. Su sonrisa es hasta reconfortante. Entro al auto, sin maletas, sin pertenencias y sin expectativas. Los neumáticos aplastan pequeñas piedras bajo su peso y empieza un viaje que solo me concierne a mí. Un viaje que no va hacia ninguna parte en realidad.

Empiezo a acostumbrarme al movimiento del auto y miro por la ventana en nostalgia de alguna cosa, cómo he hecho en muchos viajes ya. Nostalgia de momentos que ya han ocurrido hace, lo que parece ya, mucho tiempo. Exhaladas de imágenes en mi mente que quedan asentadas con persistencia. 

Por la ventanas veo la ciudad que he recorrido la mayoría de mi vida, tantas memorias de caminatas con personas que alguna vez quise y nunca dejaré de querer en el fondo de mí mismo. Edificios de todos los colores opacados por el tic-tac de un reloj natural, calles grises y autopistas donde ya muchas almas que pude haber conocido y que nunca conoceré han transitado, sintiendo toda emoción posible.

Lugares que me traen los recuerdos más enterrados dentro de mi cabeza. Amigos, conocidos, familiares acompañándome. Amores olvidados, rivales apagados. Tristeza, felicidad, soledad y otras personificaciones de todo lo que soy me miran desde el otro lado de la ventana del auto. Saludándome, despidiéndome.

De alguna manera que va más allá de mi humano entendimiento, veo todos los lugares a los que alguna vez he viajado y he estado. Varias playas con un respirar salado, bosques con hilos de luz infinitos, campos interminables de verde y gris, un desierto sin final de montañas de arena.

En un momento determinado me dejo llevar por el casancio que me brinda esta nostalgia y empiezo a soñar. En el sueño me veo a mí mismo haciendo varias decisiones de mi vida, todas en pantallas multiples; todos los yo de en esas pantallas dicen cosas diferentes a las que yo alguna vez dije, moviéndose diferente, haciendo mis gestos de manera diferente. Todas las pantallas llevan a escenarios diferentes de lo que pudo ser mi vida.

Mejor, peor, diferente.

Eso es lo divertido de las decisiones ya hechas, si pensarás en volver a esos momentos y decir o hacer algo diferente, no serías tú. Sino alguien diferente, preguntando cosas diferentes, llevándolo a resultados que no son los tuyos ni nunca lo serán. La vida bajo el microscopio está llena de giros y cruces inesperados, pero fuera de él es solo una línea recta de una ramificación de muchas otras.

No sé por cuanto duermo pero parece una eternidad—tal vez lo fue.

El conductor me mira desde el retrovisor y puedo ver en sus ojos todas aquellas personas que amé y dejaron de existir. El conductor es todos ellos y cuando me doy cuenta me brinda una sonrisa cálida y honesta.

El carro se detiene frente a una gran casa blanca rodeada de jardines llenos de vida. Mientras camino hasta el porche me pregunto si todo el viaje fue en realidad una metáfora de mi vida y el conductor, aquel personaje que parecí conocer toda mi existencia muy dentro de mi alma, es la muerte.

Las preguntas se quedan en suspensión y la puerta de la gran casa se abre con un chirrido de madera.

Rooms for Tourists, por Edward Hopper

jueves, 9 de julio de 2015

CRÍMENES II (1/3)

(2/3)  (3/3)

Robos. (1/3)

Introducciones lluviosas. 


Ah, la ciudad sin nombre otra vez.


 Sus oscuros callejones. Sus cegantes anuncios de neón en cada negocio. Sus mojadas calles por la incesante lluvia. Los pocos transeúntes en las calles con muy malas intenciones. Las ventanas y las puertas de los edificios cerradas a cal y canto. Las oxidadas escaleras de incendios. Los balcones con plantas a punto de ahogarse. Un frenar que chilla en un lugar lejano. Los faros traseros de un auto, distantes que dejan una estela roja. Más lejos aún, un arma se dispara. 


La ciudad parece una linda pintura, si no pudieras percibir todo eso. Eso es lo que pasa con lugares cómo este, no los conoces realmente hasta que creces y envejeces dentro de uno. Hasta que te vuelves parte de ella. Hasta que... 


Disculpa, un minuto. Me suena el celular. 


...


Suspiro bajo el pequeño techo de un portal. Me veo reflejada en una ventana a mi costado. Mi cabello pelirrojo suelto, opacado por la sombra; la chaqueta de cuero en la que siempre vivo y los pantalones (también de cuero, obviamente) que se ciñen a mí cómo una segunda piel. Las botas empiezan a romper charcos infinitos en el suelo.


La lluvia impacta como brazos de agua gigantes desde el cielo. Lanzó la colilla de cigarrillo a la oscuridad y me acercó unos pasos hasta el callejón dónde está mi moto. La enciendo y el motor empieza a rugir. Empieza a vibrar bajo mi peso. Sacó un impermeable azul oscuro y me lo pongo encima. 


Dios, amo el olor del smog a medianoche. 


Piso el pedal y salgo disparada a la negrura. Las calles se vuelven solo líneas. Mis costados son borrones. En mi periferia brillan a la luz de los rayos mis manos aferrándose a los puños de la motocicleta.  


Mi mente se deja ir y pienso en los cruces que ha tomado mi vida. 


Cómo ya dije, he vivido aquí desde que nací. Soy una adicta a la tranquilidad y al soñar despierta. Es verdad. Pero con esa descripción nunca me reconocerías en la calle. Ni aunque fueses mi madre. Y ella está muerta. 


Tranquilidad, qué no la maté yo. Se mato ella sola con las drogas y las calles. Nunca estaba en casa. Cuando era niña, solía creer que ella era un mal sueño. No llegó ni a verme a los diez. Eso derivó a que yo llevará mucho tiempo en las nubes, creando barreras mentales. 


Me crié en un lugar para niños desamparados. Curiosamente, estaba a un lado de la biblioteca municipal. Yo amaba los libros. Y lo sigo haciendo. Me leía desde como arreglar un horno hasta Moby Dick sin perderme una frase. De vez en cuando la encargada del refugio traía un libro para ella, en las noches yo lo robaba y lo leía de cabo a rabo. Sin dormir. La biblioteca no permitía entrar a niños qué no estudiasen en una escuela. 


Ahí empezó mi historia. Allí fue dónde conocí a Claude. La parte pragmática de C&C.


La biblioteca tenía ductos. Si sabias trepar las tuberías de la parte de atrás podías meterte por el ducto de la azotea y terminar en las rejillas de la pared de la sección de física tomando los giros correctos. 

Nadie pasaba nunca por allí así que era relativamente fácil meterse y leer libros escondida en un rincón. Aunque tenias que hacerlo en el día porque la biblioteca no tenía luces artificiales. 

Un día seguí mí rutina de siempre. Y me encontré unas piernas en pantalones elegantes, recorriendo las hileras de libros de física. Se le cayó uno enfrente de la rejilla por dónde yo miraba y a mí se me cayó el corazón. 


Un hombre joven y atractivo con rasgos algo duros me miro desde el otro lado, con sus ojos verdes. Me sonrió. 


—Hola, chiquilla. - Su voz sonaba profunda y calmada. Su aliento desprendía menta. - ¿No estas algo incomoda allí? 


Estaba muerta del miedo. Si le decía a la bibliotecaria ella le diría a la encargada del refugio y me caería un castigo. Y el próximo en la lista de los muchos que he recibido era ser dejada en la calle. 


—No. - Respondí con voz temblorosa. Me estaba tragando las lágrimas de la vergüenza. 


—Vamos, te saco. El polvo de allí es malo para tus pulmones. 


Sus fuertes brazos me sacaron del ducto cómo si fuese una muñeca. Lo miré desconcertada. Llevaba un traje negro elegante y olía a colonia cara, aunque no era capaz de determinar ese olor en ese momento. 


Note que habían leves cicatrices en su cara. Él se arrodillo a mí lado y me ofreció su mano enguantada en cuero negro.


—Me llamo Claude. Soy empresario. Me gusta la metafísica. ¿y tú eres? 


Estreché su mano tratando de seguirle la corriente, esperando lo peor. 


—Me llamo Layla. Soy huérfana. Me gustan las historias de barcos. 


No era del todo mentira. No sabía quién era mi padre. 


—Qué lindo nombre. ¿Sabias que Layla significa «Bella noche»? - Los ojos le sonreían. 


—N-no. - Apenas podia pronunciar palabra. 


— Hagamos algo. Dime qué libro quieres y te lo regalaré. 


Hasta este día aún guardo ese libro cómo si fuera mi alma. Guardo esos momentos. Y su sonrisa. Fue la primera que alguien me había dedicado con sinceridad. 


Empecé a ir por él. A veces tomaba mejor ropa de otras niñas e iba por el ducto para que me encontrara. Siempre me sonreía cómo si fuese hermosa, y así me sentía. 


Para hacer la historia corta, Claude aceptó adoptarme al pasar unos meses de nuestros encuentros. Dijo que había estado muy solo últimamente. Ahora suena algo raro, ¿no es así? 


Pasada una noche en el apartamento de Claude (que a mí me pareció una mansión en miniatura) él me despertó y me trajo el desayuno a la cama. Se sentó frente a mí en su traje de chaqueta, camisa y corbata, y me miró muy serio. Observándome mientras comía. 


—Layla, ¿te gusta tu nueva vida? - Me pregunto en una calma imperturbable. 


—¡Sí papi! - dije sonriendo con migas de pan en las comisuras de la boca. Estaba eufórica. Claude me sonrió otra vez.


—Puedes tener esto para siempre. Y mucho más. Pero necesitaré que hagas algo por mí. - lo miré asustada, parando de masticar.— Necesito que seas mi alumna para que trabajes conmigo. 


—¿Y de qué trabajas? 


Claude sonrió de nuevo. Pero esta sonrisa era nueva. De placer y seguridad. 


—Trabajo cómo un ladrón. 


De esa frase derivaron años de entrenamiento y trabajos en dónde estuve apunto de morir incontables veces. Pero Claude siempre estaba allí. Cuidándome. Viéndome madurar. Me volví una de las ladronas más eficaces del C&C. Junto a los asesinos y los otros ladrones. Todos eramos hijos de Claude y Creed. Todos reclutados o por elección propia. Todos...


Y ya he llegado a mí destino. Veo las hileras de rejas adelante, perforando la noche. Se ha acabado el tiempo de divagar. Los vidrios de toda la casa proyectan las luces encendidas dentro. Se oyen los murmullos de una multitud encendida a los alrededores de la casa. Hay una fiesta y yo no estoy invitada. 


Me detengo a una esquina de la mansión y saco unos binoculares de la guantera de la moto. Cuento cerca de 5 guardias en todas las entradas y algo cerca de 15 cubriendo los jardines. 


Tampoco es que me gusten las misiones fáciles. 


Dejo la moto escondida en un callejón y veo mis posibilidades de acercarme. Entre los rayos de la tormenta logró observar una escalera de incendios al punto de derrumbarse. Tomo un bote de basura, me subo y logró aferrarme. 


Después de varias «casi caídas» llegó a la azotea. Empieza a correr por los techos de los edificios, rodeando la mansión. La lluvia me dispara al cuerpo. El viento mojado azota mi cara. 


Pero mí objetivo es claro. Y ni siquiera un diluvio me detiene. 


Llego a un edificio cercano. Los guardias con tendencias de gorila se hablan entre sí con rifles y pistolas en mano. 


Mi concentración se intensifica. Y veo las luces de un rayo qué está a punto de caer. Del impermeable saco la granada «flashbang» y calculo el tiempo. Saco el seguro y la lanzó a los guardias al mismo tiempo que el rayo impacta en un lugar desconocido. 


Entre luces, confusión y gritos, solo yo me muevo en silencio por la oscuridad. 

sábado, 20 de junio de 2015

Percepción (Dos de tres)

(Nota del autor:Me lamento a mi mismo que esto haya llevado tanto tiempo en ser publicado. La vida me ahogó un rato por así decirlo. Pero estamos aquí y es lo más importante. Otra vez, es una entrada bastante larga.)

II


Sus ojos deslumbran en el marco de la puerta. Su cuerpo en un vestido negro me quita el aire como un vórtice. Huele a la lluvia de medianoche en un sueño. 

«Feliz cumpleaños, octogenario.» 

«Nina...»

”No digas más. Sé que no me dijiste que era tu cumpleaños para que no gastara energías en venir. Pero me he acordado en el taxi una vez que vi tu cédula pagando un café. Y me dije que era un desperdicio no usar este vestido con alguien que me gustara que lo viera. Además, esta caja de vino grita que se la beban.»

Me asaltó la sospecha no infundada de que la razón que me hubiera dejado más temprano fuera el irse a arreglar para mí. Fue una sospecha agradable que no pude evitar sonreír más. 

«La verdad es que no recordaba que hoy era mi cumpleaños. Y si lo hubiera hecho, lo hubiera ignorado.» Entre cierto tartamudeo logré articular esas palabras. Aún aturdido de su repentina aparición. 

Entre cierto trasteo logré desempolvar unas copas que me dieron mis padres cuando me mudé. Me deshice de la botella antes de que la viera, pues no quería parecer más patético. 

«¿Tomas pastillas? » Su tono sonaba preocupado a mi espalda. 

No me di cuenta que aún el frasco sonaba en mi mano con cada movimiento como una maraca. Las deje en su lugar habitual y me volteé, tomando una botella de la caja que había tomado sin darme cuenta también.  

«Ah, sí. Son para el corazón. Tengo arritmia desde pequeño.»

«Ah. Lo siento.» Miró a otro lado, fingiendo no pensar que me gustaban los narcóticos. Fingiendo no estar avergonzada. No es la primera vez que piensan eso de mí.

«No tanto como yo. No puedo correr por mi vida, pero al menos nadie que haya encabronado me busca.» tratando de aligerar el ambiente, me fui en picada. 

Nina suspiro y dejó caer su mirada a la ventana. 

«Tienes un lindo lugar.» Le pasé una(recién lavada)copa de vino y se sentó en el sofá de cuero de la sala y se dio un tour visual por el cubículo noir que era mi sala de estar. La mesa solitaria con tres sillas, pegada a la pared. El sillón frente a la television disque-moderna. La cocina más limpia porque no la uso que por aseo. Y la ventana, que me parece es la atracción principal de mi hogar. 

Me senté en el otro extremo del sofá. Tragándome la incomodidad como si fueran hojillas bajando por mi garganta con el vino. 

«Sabes, estaba pensando en lo que dijiste hace unas horas. Lo de quedarse atrás.» Nina se dirigía a mí, pero desde otro punto de vista, pudo estar hablando con la noche llena de luces que se iban desvaneciendo. Se empezó a beber la copa.

«Ah, sí. Es algo tonto, a decir verdad.» Me sentí apenado, como si fuera algo que me hubiera guardado por mucho tiempo. 

«No... no es tonto. De hecho tiene mucho sentido. Siempre has estado calculandolo todo. Viéndolo todo como si fuera la primera vez. Para ti, la vida es un solo momento que debe ser contemplado con extremo cuidado.»

Me mantuve en silencio y deje que continuara. Extrañamente identificado. 

«Cuándo era pequeña, siempre me imaginaba haciendo algo exitoso, siendo alguien en un anuncio en Nueva York, llevando la cara de alguien que todos reconocerían; ahora pienso en lo qué diría la pequeña Nina de entonces si me viera hoy. Todos mis amigos han creado vida con pilares de piedra. Todos han encontrado el centro de su vida y yo ni siquiera he empezado a vislumbrar ese concepto. Todos me habían dejado atrás. Me pregunto si la pequeña yo estaría decepcionada. De una mujer que trabaja todo el día para volver a un apartamento con puertas que crujen, ventanas que son pinturas de lluvia y una cama que colecciona bufidos de cansancio por un sueldo. Me doy cuenta que... no me reconocería. Y me negaría a hacerlo. »

La miré con cierta tristeza. Nunca me imaginé que alguien cómo Nina guardará tales sentimientos tan desoladores. Todos solo parecen mantener todo en orden. 

«Kit... dime algo. » Nina no había volteado hasta ese momento para verme con esos azules ojos que me alegraban todas las tardes, si no la vida entera. 

«¿Por qué repetimos la misma rutina por tres meses? ¿Por qué después de tantos cafés, tan solo se ha limitado a eso? Ni siquiera tengo tu numero de teléfono. Averigüe tu dirección porque se lo pregunté al chico de las recados en la oficina. Y tuve que seducirlo a que me lo dijera.» Tomo otro sorbo de la copa y me clavo la mirada mientras lo hacia. No parecía enojada, sino más bien expectante. De lo que yo tuviera que decir, como si fuera un misterio que ella estaba por resolver. 

Me quedé sin palabras. A decir verdad yo tampoco lo sabía con certeza. Sin haberme dado cuenta estaba más cerca de ella y eso me puso algo nervioso. Me sentía como en primaria cuando la niña que me gustaba se sentaba en el pupitre a mi lado. 

Suspiré, buscando la respuesta en un fondo de mi mente que era obvio y que había ignorado. 

«Te quiero, Nina. Te he querido desde que te vi por primera vez. Y no he dejado de quererte. Todos los días a las 3 PM, yo entraba en un oasis. Un estado de paz dónde ya todo lo demás se volvía solo un sueño. Sin ti, todo era como estar pegado con cemento. Siempre sentía que el tiempo era una ola y yo no podía ser arrastrado. Todo se limitaba. Hasta que llegaste tú y ya no me importaban los tic-tacs. Eres mi obra de arte favorita y no quería involucrarte en mis colapsos internos. No quería que te sintieras como yo.» 

Fue como vomitar. Vomitar mi corazón. 

Sentí la mirada impresionada. Estaba seguro que ella sabía que la quería, pero nunca lo expresé hasta decir que era lo que realmente se alojaba en la punta de mi lengua cada vez que ella se despedía de mí. Ahora miraba al suelo y también temia mirarla y que no sintiera lo mismo. 

Jugué con la copa por un minuto o dos que me parecieron horas y me atreví a mirarle. Su cuello de porcelana se movió en mi dirección y con una mano me obligó a mirarla al rostro. Un rostro que parecía pintado. Un rostro que representaba soledad y curiosidad. Mi mano se posó en su perfil del rostro y lentamente se acercó y susurró dentro de mi ser completo. 

«Yo también te quiero, Kit. »

Mi mente se fue en blanco los próximos ciento veinte minutos. Una sensación intensa en mis labios. Un roce de cuerpos que se volvian una sola silueta en las sombras proyectadas en la pared. Un choque de alientos en una cama. Un formateo completo dominado por el sentir. Me sentía nuevo. Una dilatación de pares de pupilas que se miraban entre sí en miradas de éxtasis. Me sentía hecho. 

Me sentí completo por primera vez. 

Fui capaz de volver a pensar claramente a las tres de la mañana. Mirando su cuerpo inhalando y exhalando por lo que parecía una eternidad. Viéndola dormir tan plácidamente, como si supiera que debía de estar en el lugar correcto, en el momento correcto. No me hubiera dormido si pudiera, pero el cansancio me dio un gancho que me dejo noqueado y yo también caí en el sueño. 

Me desperté unas horas después. Observé el desastre de ropas que ahora era la habitación con mis pesados párpados. Me deshice de su abrazo sin que se diera cuenta, me vestí y salí a la calle a comprar algo de comer. Antes de irme me volví y la vi en el lecho. Todo se sentía correcto.

Caminé en las multitudes breves hasta una cafetería que frecuentaba cuando no me provocaba la idea de hacer nada con mis manos. El cielo era como un mar de cabeza y las nubes nadaban como peces ralentizados. El sol brillaba sobre mi rostro de manera refrescante. La gente parecía casi radiante. El aire se hacía una caricia de diosa. 

Llegué a la cafetería, uniendome a una fila de tres personas. Estaba tan perdido en mis pensamientos que perdí toda noción de tensión. 

Y con eso, una noción de tiempo. Había un reloj en una pared que pintaba las 11 a.m.

Cuando repare en la hora, levanté una ceja. Eran pasadas las 6 a.m y por una vez en mucho tiempo logré dormir de un tirón hasta tarde. Por una vez en mucho tiempo me sentía descansado. 

Pero eran las once de la mañana y pensé que el mundo se detenía por un segundo. 

No.

Por favor, no ahora. No me hagas esto. 

Como si mi cuerpo hubiese actuado a la vez que mis pensamientos, el pecho empezó a darme puntadas. Mis manos comenzaron a temblar y mi brazo izquierdo se entumeció de dolor. Comencé a correr por las aceras, ajeno al tembleque que llevaba en las piernas. Tenía que llegar al apartamento. 

Corrí por las calles y tomé mis riesgos. Resulta que mi chiste se había vuelto una tortura. Las manos me temblaban aún más a medida que me acercaba. El nerviosismo era como gasolina en un incendio. Avivando más las puntadas. Empujaba a cuanto conseguía y me lleve blasfemias de marinero. 

No importaba, no podía permitirlo. 

Subí las escaleras estrujando mi camisa mientras me agarraba el pecho.

Llegué al último rellano y me paré en seco. 

Pude oír mis rodillas impactar y mi cabeza encontrando el suelo. 

Empecé a respirar más entrecortadamente por la falta de oxígeno en mis pulmones. La sangre se empezaba a detener en mis venas. Mi respirar era muy lento para mi acelerado pulso. Sentí como si fuera a vomitar mi corazón. Literalmente, esta vez. 

Y luego se detuvo. Ya no lo escuchaba en mis oídos. Ya no tronaba en mi pecho. Si corría algo por mis venas se había parado por completo y solo quedaba terror. 

Moriría aquí. En un suelo frío. Como cualquier extra mal pagado. Como cualquier nombre en una lista de algo que nadie leerá nunca. Como cualquier corona de flores sobre una tumba de mármol. Como cualquier títere del destino. 

Malditas pastillas. 

Maldita arritmia. 

Maldito seas, Kit. 


Te trabaste y la noche ya alcanzó al tren de tu vida.