Miró
rápidamente al reloj de luz roja que brillaba solitariamente en la mesa junto a
sus lentes.
“11:30 PM”
Había dormido
por espacio de tres horas, aun así se sentía abatido. Por espacio de dos
minutos, Neal se quedó en silencio, sin hacer un ruido y sin pensar en nada
particular. Nada más que el sueño que acababa de tener.
-
Si yo escogí ésta vida, será
mejor que la emplee. – exhaló en un susurro, mirando a la penumbra que lo
envolvía.
Fue al baño,
encendiendo la luz miró a la persona con mirada cansada en el espejo, se
arregló un poco su cabello, abrió el grifo y lleno sus manos de agua,
sumergiéndose en ellas. Abrió el compartimiento que había detrás del espejo,
unas aspirinas que usaba para mantenerse alerta corrieron por su garganta junto
con agua del grifo que tomó para ingerirlas más fácilmente. Aunque nunca lo ha
sido.
Apagando la
luz del baño, secó su cara con una toalla y se dirigió a su armario, tomando
una camisa blanca de mangas largas, un pantalón de gabardina negro y un
cinturón de cuero. El uniforme del oficio.
Poco tiempo
después se había cambiado completamente, con cierto esfuerzo uso sus dedos para
abrir sus ojos y colocarse sus lentes de contacto. Abrió una gaveta de color
ocre, tomó dos pistolas Glock con tres rondas de balas para cada una, su
cuchillo, y sus guantes de cuero. Si necesitaba más armas, seguro que las
encontraría allá.
Saliendo a la
puerta tomó su saco del perchero y salió como una sombra sin encender ni una
luz más. Sin decir ni una palabra más.
Pasando del
desolado recibidor sin Robert presente, se adentró a la lluvia con sus solapas
levantadas, el bar quedaba solo a unas calles y quería entrar sigilosamente.
Caminó por las
grises calles con la mirada clavada en la grava que se hacía del pavimento.
Pies de plomo silencioso hacían huellas de agua con las gotas de lluvia. Miles
de estrategias, miles de escenarios en los que podría evitar terminar herido o
muerto pasaban por su cabeza, esperando cualquier cosa que pudiera venir.
Observó el
edificio de ladrillos rojos mojados, un condominio pequeño de apartamentos de
segunda. Decidió que lo mejor sería subir por la escalera de incendios y entrar
por las escaleras de arriba, nadie sospecharía de alguien que vive arriba y
baja al bar por un trago de medianoche.
En solo
cuestión de minutos había entrado al pasillo del segundo piso, con gris
semblante y oscuro silencio, se movió asimilando el sigilo de una serpiente,
pasando las puertas sin número o nombre. Analizó el pasillo con detenimiento.
Notó que algunas bombillas de las lámparas se habían quemado y otras estaban
plagadas de polvo, habían grietas en el suelo que podrían haber liberado a una
criatura escamosa de dos metros y a Neal no le hubiera sorprendido. Las paredes
tenían varices de pintura vieja y algunas señas de vandalismo, Neal se preguntó
quién en su sano juicio haría vandalismo en un lugar cómo este. Este
pensamiento le causó gracia.
Al final del
pasillo se encontraba una barandilla frágil que daba escaleras abajo, se veía
recientemente usada. Neal pasó su mano cuando escucho ruidos que provenían del
primer piso. Pasos. Voces. Dos personas. Hombres. Hombres fornidos, de pasos
pesados.
-
… Te digo, cuando habíamos
llegado, él ya estaba en el suelo, plomo en el cerebro.- Dijo uno con un acento
italiano y voz irritante. Sonaba a fumador.
-
Debió de ser algo rápido.
Bastardo hijo de puta..., ya quiero que venga aquí para molerle los testículos
a palos con mi porra –Respondió el otro, con una diversión sádica y una voz más
grave.
Neal se
agachó, y esperó a que pasaran de la escalera. Se puso detrás de ellos y los
siguió en silencio, agachado aún. Eran los colegas de Tim, que seguramente
habían escuchado todo cuando Neal lo acorraló, lo estaban esperando. No se
veían muy jóvenes, pero tampoco parecía que tuvieran mucho que perder. Y si lo
tenían, era mucho más fácil para Neal el reclamar sus vidas, las clases de
escorias que dejan todo lo que tienen por un poco más de dinero qué gastar eran
sus favoritas. En esta ciudad, es muy raro que encuentres a alguien que trabaje
honorablemente y por la noche a la vez, y más aún dando porrazos a testículos.
Tomó el mango
del cuchillo que llevaba en el cinturón y lo tensó, viendo el momento para
jalar al de voz irritante por su gabardina. Desenfundó el cuchillo y en un
movimiento rápido e indoloro, rasgó el cuello de su víctima, su sangre salió a
borbotones en cuestión de milisegundos.
Su compañero
reaccionó al instante y tomó el mango del bastón que llevaba, era de los
electrificados. Neal empujó al primer hombre a un lado y dio un puñetazo en los
riñones al segundo, haciéndolo encogerse por un momento sobre sí mismo, impactó
su codo contra su mandíbula, haciéndolo caer. Tomó el bastón descubierto de la
funda del hombre y lo lanzó lejos de él. El hombre se lamentaba mientras se
tocaba la mandíbula y el labio roto, un diente en el suelo.
-
Grita y vas a perder un par más.
– Dijo Neal en advertencia. - ¿Dónde está tu jefe?
El hombre lo
miró enfurecido, fue a levantarse cuando Neal le propinó un puntapié en las
costillas, haciéndolo toser sangre y bilis. Sacó la pistola de su chaqueta y la
apuntó a su frente mientras presionaba su pie en sus costillas, manteniéndolo
en el suelo.
-
Respóndeme si no quieres que sea
yo el que acabe con tus testículos.
-
Ah…, está abajo, pero nunca vas a
poder llegar a él. Te matará como a un cerdo. - Dijo el hombre, esforzándose
por respirar.
-
Lindo. ¿Cuántos están con él?
-
Cinco, todos armados. Todos
esperándote con galletitas y té.
Neal lo miró con
escepticismo, soltó una risa ácida.
-
Es bueno que mantengas tu sentido
del humor. No lo hace tan difícil. – Cuando dijo esto, jaló el gatillo a
quemarropa para esconder el ruido seco.
Neal
fue a retirar su pie de las costillas de
su víctima cuando sintió vibrar algo en su chaqueta. Era un comunicador. Apretó
el botón de contestar.
-
Pierce, ¿qué coño pasa allá
arriba? Les dije que no se duraran más de diez minutos. Besuquéate con tu
compañero en tu tiempo libre. – Dijo una voz con impaciencia. Sonaba tenso,
pero en su tono también sonaba rutinario.
Neal apagó el
comunicador y lo dejó encima del cadáver, miró al otro con frialdad. Al tacto
ya se sentía frio, su sangre seguía esparciéndose en el suelo. Neal se abrochó
la chaqueta hasta arriba, escondiendo la salpicadura. Miró el reloj de su
muñeca. 12:30 A.M.
Desde el
rellano al principio de las escaleras del primer piso al bar de abajo, Neal
pudo oír el revuelo de varios hombres caminando, moviendo sillas, cajas y qué
no. Si era verdad lo que había dicho el tal Pierce, él nunca podría solo contra cinco
hombres, y menos armados. Buscó alguna clase de distracción, algo que pudiera
ponerlos tensos y engañarlos.
Entonces lo
olió. Gas. Venía de las tuberías que rodeaban las esquinas del techo. Era una
idea bastante peligrosa, pero lo único que tenía. Su primera idea fue activar
la alarma contra incendios, pero al verla la palanca ya baja, supo que no iba a
funcionar. Era su única oportunidad de distraerlos y llegar al jefe.
Sacó la
pistola y la apuntó a la tubería más lejana, al otro extremo del pasillo, se
había propuesto para entrar en el cuarto de mantenimiento mientras que vinieran
a revisar el ruido. Al menos vendrían dos, y podía acabarlos uno a uno si no
podía ignorarlos. Con la mirada indecisa, quitó el seguro.
-
Nunca tengo el control sobre mí,
¿eh, Verónica? – Dijo para sí, mientras el gatillo cedió.
Abajo, el
pánico entró en escena.
-
¿¡Qué diablos fue eso!? –
Preguntó sobresaltado uno de los hombres más viejos.
-
La compañía. – Respondió otro con
frialdad – Viene de arriba. Vayan a ver qué es. Si es una explosión, tendremos
que sacar todo de aquí y llamar transporte.
El
hombre sobresaltado y otro más adormilado salieron con rifles en la mano, rumbo
al primer piso. Los otros empleados se habían sumido en murmullos sobre lo que
podía haber ocurrido arriba, y en cuál sería el siguiente movimiento. El hombre
de las ordenes se quedó sentado, el revólver plateado en su mano firme. Ya
había rechazado a la muerte antes. Siempre quiso matar a alguien de la compañía
C&C desde que entró en el negocio. Y más si era quién creía que era.
-¿Qué
pasó aquí…? – Pregunto el hombre más adormilado. La tubería del final del
pasillo estaba exhalando fuego contra la esquina de la pared. Los muros se
habían manchado de hollín y los vidrios de las ventanas yacían en el suelo. Llamas
de la explosión residían pequeñas en ciertos lugares del suelo y las paredes.
Al
otro extremo del pasillo, en el cuarto de escobas Neal tensó sus músculos, la
mano puesta en el picaporte, la otra en la pistola Glock sin seguro. Su mirada
en la rendija, esperando el momento perfecto para reclamar otra vida a sus
expensas. Para cortar otro hilo de historia personal, usando una bala como
tijera. Para borrar otra línea de tiempo, para perder el control sobre sí mismo
de nuevo.
Neal
abrió la puerta.