lunes, 3 de agosto de 2015

blur

Lo primero que podría describir desde donde estoy parado es el pálido sol que me mira a la expectativa entre más nubes que delgadas pinceladas de azul cielo. Cómo el olor a grama recién regada flota por mi sentido del olfato. Los graznidos leves de los pájaros a una distancia considerable, creando a su misma manera un silencio pacífico y cálido.

Parado afuera de la casa de mi infancia, veo llegar un auto para mí, un conductor con aspecto común y despreocupado me abre la puerta. Su sonrisa es hasta reconfortante. Entro al auto, sin maletas, sin pertenencias y sin expectativas. Los neumáticos aplastan pequeñas piedras bajo su peso y empieza un viaje que solo me concierne a mí. Un viaje que no va hacia ninguna parte en realidad.

Empiezo a acostumbrarme al movimiento del auto y miro por la ventana en nostalgia de alguna cosa, cómo he hecho en muchos viajes ya. Nostalgia de momentos que ya han ocurrido hace, lo que parece ya, mucho tiempo. Exhaladas de imágenes en mi mente que quedan asentadas con persistencia. 

Por la ventanas veo la ciudad que he recorrido la mayoría de mi vida, tantas memorias de caminatas con personas que alguna vez quise y nunca dejaré de querer en el fondo de mí mismo. Edificios de todos los colores opacados por el tic-tac de un reloj natural, calles grises y autopistas donde ya muchas almas que pude haber conocido y que nunca conoceré han transitado, sintiendo toda emoción posible.

Lugares que me traen los recuerdos más enterrados dentro de mi cabeza. Amigos, conocidos, familiares acompañándome. Amores olvidados, rivales apagados. Tristeza, felicidad, soledad y otras personificaciones de todo lo que soy me miran desde el otro lado de la ventana del auto. Saludándome, despidiéndome.

De alguna manera que va más allá de mi humano entendimiento, veo todos los lugares a los que alguna vez he viajado y he estado. Varias playas con un respirar salado, bosques con hilos de luz infinitos, campos interminables de verde y gris, un desierto sin final de montañas de arena.

En un momento determinado me dejo llevar por el casancio que me brinda esta nostalgia y empiezo a soñar. En el sueño me veo a mí mismo haciendo varias decisiones de mi vida, todas en pantallas multiples; todos los yo de en esas pantallas dicen cosas diferentes a las que yo alguna vez dije, moviéndose diferente, haciendo mis gestos de manera diferente. Todas las pantallas llevan a escenarios diferentes de lo que pudo ser mi vida.

Mejor, peor, diferente.

Eso es lo divertido de las decisiones ya hechas, si pensarás en volver a esos momentos y decir o hacer algo diferente, no serías tú. Sino alguien diferente, preguntando cosas diferentes, llevándolo a resultados que no son los tuyos ni nunca lo serán. La vida bajo el microscopio está llena de giros y cruces inesperados, pero fuera de él es solo una línea recta de una ramificación de muchas otras.

No sé por cuanto duermo pero parece una eternidad—tal vez lo fue.

El conductor me mira desde el retrovisor y puedo ver en sus ojos todas aquellas personas que amé y dejaron de existir. El conductor es todos ellos y cuando me doy cuenta me brinda una sonrisa cálida y honesta.

El carro se detiene frente a una gran casa blanca rodeada de jardines llenos de vida. Mientras camino hasta el porche me pregunto si todo el viaje fue en realidad una metáfora de mi vida y el conductor, aquel personaje que parecí conocer toda mi existencia muy dentro de mi alma, es la muerte.

Las preguntas se quedan en suspensión y la puerta de la gran casa se abre con un chirrido de madera.

Rooms for Tourists, por Edward Hopper

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