viernes, 11 de noviembre de 2016

Noches en el laberinto. (I)

Las historias comienzan de muchas maneras.
En el rompimiento de un amor, en la llegada de alguien nuevo, al perder a alguien, cuando te dan un artefacto raro o luego de que ocurra un evento insignificante que haga un efecto de bola de nieve en donde ocurrirá todo.

Este...no comienza tan cotidianamente. O quizá sí, si lo vemos desde el punto de vista de nuestro dormido protagonista. Vamos a llamarlo... Nico. 

La alfombra se siente picosa contra su cara y tiene un olor extraño. Todo tiene un olor extraño. Nico es un obsesionado con la limpieza, y a partir de esta característica, es que siente que no está en su hogar.

Nico lentamente abre los ojos y lo primero que ve es una bombilla de color amarillo, colgando del techo, que está al borde de fundirse. La bombilla empieza a parpadear en intervalos de milisegundos, dando sus últimos minutos. El techo es de un color blanco amarillento, parece que nadie lo ha pintado en mucho tiempo; le han empezado a salir escamas. Nico recuerda dónde está y le molesta haberse quedado dormido.

“Al menos no manché el techo” piensa Nico, "Esa no me pasa siempre."  

Se frota los ojos, se apoya en su mano izquierda y se sienta en el suelo, que fue dónde despertó. Hacía calor y la bombilla aún trataba de aferrarse a la vida. Cuando miró hacía la puerta, el objetivo de su contrato estaba en el lugar donde lo había dejado, con una bala en la cabeza, sentado en la única silla decente del apartamento. Nico suspira en alivio, pero hay un borrón raro en su reojo. Hay algo más de lo que el sueño lo despista; gira la cabeza ante el borrón y casi, casi se asusta. La mujer, novia del objetivo, estaba de espaldas a unos metros de distancia de él. Una hemorragia bastante fea salía de la parte posterior de su cabeza. Si levantabas la mirada, verías algunas ráfagas de sangre en la pared, llevando a un punto singular ya seco; que era el punto de impacto de la hemorragia de la mujer.

Nico puso en orden los eventos que llevaron a esa pintoresca escena.

Eran las 8:00 PM cuando había dejado su casa y tardo 20 minutos en llegar allá. Había llegado a este edificio de mala muerte cuya recepción estaba totalmente vacía con un olor a cloro industrial. Uso el ruidoso ascensor para evitar encuentros,  forzó la puerta del apartamento 321 y encontró a su objetivo haciendo maletas. Trataba de escapar antes de ser encontrado. Lo miró como si hubiese visto al diablo mismo. Nico tomo la ventaja del factor sorpresa y lo aturdió antes de que pudiera responder. Lo echó en la silla, lo inmovilizó con un zapato en su entrepierna, y mientras cargaba la pistola lo oyo pedir disculpas y piedad a gritos. A Nico no le podía importar menos, porque sabía que este hombre había matado una familia de tres en un golpe a la casa de un ex-policía por unos billetes ensangrentados, el mismo que firmó contrato con él para no ensuciarse las manos. "Astuto, sí señor." reflexionó Nico. 

"¡Por favor! ¡Le devuelvo la plata, me entrego a la cárcel! ¡Pero no quiero mo-"

Un grito cortado a la mitad, un fogonazo silenciado y un cuerpo poniéndose tieso. Eso era todo. El trabajo estaba hecho. Nico bajo su pierna, lo miró unos segundos y suspiró cansado.

Pero escuchó el sonido de unos pies arrastrándose tras él y sabía que la noche iba a ser larga.

Se le echó encima, y es casi como si la hubiera dejado hacerlo. Solo por ver que pasaba. Logro quitársela de encima y vio que era una mujer de unos treintaytantos, con un montón de maquillaje. Cuando la lanzó al suelo de la cocina de ese apartamento tan pequeño, ella tomo un cuchillo y empezó a tratar de cortarlo. Nico retrocedía mientras le hacía cortecitos en los antebrazos. No fue hasta que se tropezó con una mesa que ella le abrió un tajo en la piel de las costillas, largo pero superficial; junto con los otros pequeños en sus brazos que sintió adoloridos al despertar. Nico cayó al suelo y ella se le lanzó otra vez.

Había tomado terreno e intentó una estocada a la carótida, arrodillada en la alfombra con Nico deteniendo su brazo y la punta de la hoja muy cerca de su cuello. Sus ojos eran de pura locura, pura rabia, eso le dio un repelús interno.Sintió el contacto entre su pie y el vientre de ella y la lanzó contra la pared con una patada.

Hay un tritono de sonidos secos y ella está boca abajo en el suelo y hay un punto ensangrentado que gotea por la pared. Solo quedan los resoplidos de Nico rompiendo el silencio, y es cuando se da cuenta de que ella no va a levantarse, que se acuesta en la alfombra. "Eso estuvo cerca" 

Dura con los ojos abiertos por 40 segundos nada más. Estaba tan cansado. Llevaba buscando a este tipo dos semanas enteras, tratando diferentes fuentes y lugares hasta que dio con él.

Tan...cansado.

El sueño sobre esa alfombra vino como una mujer en una noche gélida y sin luna. 

Ahí estaba el masivo punto rojo de sangre con sus gotas ya secas. Los cortes en la chaqueta y camisa de Nico, y aquel otro que comenzaba a molestar un poco demasiado en el tórax. No sabe qué hora es, pero igual no hay tiempo que perder. Pone su mano en la misma mesa que lo hizo caer.

Se levanta, mira a los cuerpos y se sacude las ropas. Pasa por encima de la mujer y enfrente del hombre.

El foco muere de repente. Oscuridad morada con la luz de luna que entra por la ventana de la cocina.

Y cuando iba a tocar el pomo de la puerta, al otro lado hubieron toquidos, o más bien intentos de derrumbar la puerta.

Nico no quería saber en absoluto.

Retrocedió y empezó a buscar otra salida. La ventana aleteaba sus cortinas con el viento hacia la oxidada escalera de incendios.

No era una salida glamorosa. Pero trabajas con lo que tienes.

/////

Pausa. 

Solo hay negro. El mundo es negro. 

Calidez en mi mente. Frío en mi cuerpo.

Hay frío. Y olor a tóner. Y un poco a mi saliva.

Espera, ¿qué?

Me... quedé dormida. Otra vez. La luz de la pantalla fríe mis ojos con ayuda de las del techo. Levanto la cara (con dificultad) y veo el documento que hice con una montaña de puras A porque dejé un dedo en el teclado. Un papel se me pega a la cara cuando me incorporo y mi aliento huele horrible. 

—¿Se despertó? - oigo la voz de Lila, la conserje de este piso. Me estiro y volteó mi silla hacia ella.

Ahí está, con su uniforme gris y el pelo recogido en una cola. Sus ojos jade brillan aún a la distancia.

— Sí, señora Lila. Disculpe hacerla preocupar. ¿Qué hora es? - respondo entre bostezos.
—Son casi las 11 niña. Deberías estar en casa. Tanto trabajo no hace bien a la mujer.
—Señora Lila, estamos las dos aquí a la misma hora, ¿y soy la que trabajo mucho?

—Ah, pero tú no te tomas descansos entre cada hora y te robas las donas de la sala de descanso.

—Bueno, resuelto el misterio del ladrón de chucherías.

Las dos nos reímos con fuerza. Veo el paso del tiempo en la cara de Lila y recuerdo que es la única que me ha tratado mejor que cualquier basura elitista/sexista en este edificio. Mejor que los se hacían mis amigos y disimuladamente me agarraban el culo. Si yo trabajara para ella, ni siquiera dudaría. 

—Tranquila, Lila. Primero muerta y sin maquillaje que a delatarla. Y sabemos que no hay micrófonos.

—Por ahora. Mija, en serio váyase a su casa. La calle no está para salir tan tarde y menos si no se divierte. Yo me iré detrás de usted cuando mi esposo me busque.

—Muy bien, suena justo. - recojo mis cosas mientras Lila pone las cosas en el cuarto de suministros más cercanos - Buenas noches, señora Lila.

-Buenas noches, Alexandra. Dios me la bendiga.

Camino al ascensor mientras la oigo tararear una canción y también deseo que mi esposo me viniera a buscar. Pero no tengo esposo. Ni vale la pena que me busquen.

Pongo la llave magnética para presionar el botón de estacionamiento y empiezo a descender. 

De alguna manera, la canción que tarareaba tiene un recuerdo que me agarra con dulzura. Es "Bésame Mucho" y recuerdo que fue la primera canción que baile con mi padre, parada encima de sus pies.

La bailé también en un evento de caridad con un chico lleno de acné y dos pies izquierdos. Tenía 15.

La última vez fue en mi matrimonio a los 24. Era joven, entusiasta y creía que si tenía alguien a mi lado todo iba a ser un éxito. Sus ojos azules me hablaban al alma y me decían que nunca me iban a abandonar.  Ni siquiera se inmutaron cuando firmaron el contrato de divorcio. O cuando les pedí que se quedarán, tantas veces. Que podía cambiar.

Tengo ahora 28 y lo recuerdo todo como si acabase de pasar. Y que no puedo cambiar. 
28 años y no he hecho más que trabajar desde los 25. Sin amigos, sin pareja a la que recurrir, y mi padre (mi único apoyo) se murió hace tres meses. Me deja sola, y sus últimas palabras fueron que necesitaba ser más feliz. Ni siquiera estuve cuando las dijo, y aunque sea la enfermera tenía buena memoria. Egoístamente, pienso que debí haber muerto yo y que alguien cargase con mi peso por una vez.

Ni siquiera sé para quién trabajo, y tampoco tengo el valor de suicidarme. O al menos no le veo el sentido por si la muerte es peor.

Sé que sueno cínica, pero tengo mis razones. No hay miseria como aquella de la que nadie sabe.
Y ya no puedo contenerme y me derrumbó a lágrimas en el elevador. No queda un alma en el edificio y bajo directo. Siempre es buena decisión usar maquillaje impermeable, decía mi tía. 

Me sorbo la nariz, me quito las lágrimas con mi manga izquierda y la puerta se abre en el estacionamiento. Me aferro a mi pequeña navaja en el bolsillo derecho del pantalón, aunque sé que no duraría ni un minuto forcejeando. Entró al auto y pienso que no quiero dormir aún. Solo quiero sumergirme en mi miseria, un poco más.

El motor ruge con la llave y me siento más intranquila a cada momento. Cometo un error.

Perdón señora Lila. Necesito esto.

///////

Nico estaba algo amargado.

Había caminado 10 cuadras y la verdad es que su rabia no había bajado por dormirse y dejarse de esa mujer. Era más profesional que eso y lo sabía. ¿Cansancio? ¿Un colega se salva de una viga en llamas al hacer una limpieza en un bar y él se queda dormido? ¿Qué dirían en la organización?

Revisa su celular. La aplicación de la policía no presenta anomalías en la zona del contrato. Parece que a nadie le importa, y menos a quién quería derribar la puerta. A lo mejor le hizo un favor. 

Se detuvo frente a una vidriera y miró a su reflejo. Tenía ojeras, y sus ojos estaban un poco inyectados. Su piel estaba pálida y su cabello revuelto. Se veía como basura.

No ayudó mucho que le cayera una gota en el ojo. Genial.

Corrió buscando algún local abierto en la tempestad por cinco minutos. Las luces de los semáforos parpadeaban en la penumbra, y sus zapatos en los charcos quebraban los silencios de la calle.

Nico se detuvo en seco (mojado) un momento.

Unas luces llegaban de un portal que leía "Laberinto, Bar" le llamo la atención el nombre y se dijo que al menos entraría en calor con un whisky. Tocó la puerta y un hombre entrado en años apareció. 

"¿Qué busca, forastero?" dijo el viejo. Nico se quedó algo confundido pero respondió a tiempo.

“Solo busco entrar en calor." 

"Ha venido al lugar correcto. Pero es noche popular y la entrada cuesta un poco más." 

Nico le pago sin problemas y entró. Era un lugar de luces bajadas de tono y conversaciones susurradas. Se escuchaba el jazz por unos altavoces en las paredes de madera. Nico estaba encantado y el viejo lo notó.  

"Es usted un hombre calmo." 

Nico se sienta en la barra y el hombre le sirve un whisky de marca como lo pidió. Doble. "Para los amantes de buenas bebidas y caras amigables, la primera es gratis." dice. Nico se apoya en la barra y el ardor entra en su garganta agusto. Su alma se asienta un poco.

Se permite mirar por el bar, y ve series de parejas, gente bebiendo sola y solo un grupo numeroso de jóvenes que hablan un poco fuerte para el lugar, pero están en una mesa lejana. El viejo es un sabio zorro. 

Pero la puerta se abre otra vez. Y Nico la ve por primera vez.

////////

— ¿Qué busca, forastera? — un anciano abre la puerta como si fuera un cuento Disney. No me da tiempo.

—¿Eh? 

Me cierra en la cara. Tocó de nuevo y vuelve con la misma pregunta.

—Me busco a mí misma en un vaso de cristal. — Toma eso, anciano de cuento.

—No se encontrará jamás. Pero aquí puede intentarlo. 

Le pago la entrada y me hace una seña a la barra. Mis tacones en el suelo de madera y tomó un banquillo para sentarme. Al final, veo que no soy la única en la barra. 

—¿En qué desea ahogar sus penas? —dice el anciano. Mierda, ni siquiera sé que tomar. 

—¿Qué recomienda usted? 

—Discúlpeme si me excedo, pero las almas solitarias como las de usted parecen adaptarse más al whisky. Ya lo comprobé.

El viejo apunta al hombre del final de la barra con un vaso de whisky. Por su expresión, lo está disfrutando. Tomo asiento y miro al anciano llenando el vaso de whisky, en menos de un minuto me lo hace doble y me guiña el ojo con una sonrisa sorprendentemente adorable. 

Maldita sea, este whisky sí está bueno. Excelente elección, hombre de la chaqueta negra. 

Y como si leyera mis pensamientos, mira en mi dirección. Se queda un rato estudiándome para hacer una media sonrisa y decir "Brindo" en silencio. Le respondo su brindo y ambos tomamos. La verdad es que es algo apuesto, pero me imagino que también se sumerge en su miseria. Siento esta extraña vibra de él, como si se ocultase de lo demás y lo dejo ser.
Miró a una de las mesas y hay otro muchacho poniéndome el ojo, por las razones equivocadas. 

Me siento incómoda y aparto la mirada a la ventana llena de lluvia.

En otra vida, había sido fotógrafa. Una toma así de simple no valdría nada, pero para mi las memorias de ventanas son lo más mágico que existe. Cómo podemos ver la vida más allá del marco, ver cómo en los pabellones de maternidad, a un mundo que respira constantemente, llora y hasta tiembla de terror por lo que le hagan.

Huelo mi bebida, y me la tomo hasta terminarla. Alexandra through the looking glass.

Alguien toca mi hombro, y presiento ya una conversación hipócrita de lo bella que soy me espera. Suspiro disimuladamente antes de voltearme.

Suenan los hielos del whisky. Y su mirada parece genuinamente interesada en la ventana. No se ve más viejo que yo y... ¿es que acaso está nervioso? El hielo tiembla un poco más de la cuenta. Oculta algo. Pero...

—Mi abuela... solía decir que puedes saber cómo es una persona por su actitud respecto a la lluvia. 

—¿Y cómo funciona? - se la juego un momento a ver qué pasa.

—Si les gusta, valen la pena. Si no...bueno, esa parte la dejaba así.

Sonrío y cuando tomo el vaso, veo que su chaqueta está rasgada en los antebrazos. Pero siento que no es momento de preguntar. Observo el asiento a mi lado y él coge la indirecta correctamente. Pero su cuello está tenso.

—¿Piensas que valgo la pena? — le comento.

—Pienso que necesitaré mucha suerte. —responde, y sus ojos marrones parecen brillar un poco al mirarme por fin— Pero al final, tengo una corazonada de que todo saldrá bien.



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