Me muevo hacia adelante, no pienso parar. Por mí, no puedo
detenerme.
Dejando atrás eso que quise, lo que desagradé, lo que sané.
El dialogo del próximo acto se presenta ante mi persona,
pero me diagnostican ciego a las largas distancias.
Solo cuando lo tengo al frente, sintiendo su aliento en mi
cara, su sonrisa burlona al saber lo que yo desconozco. El destino no se controla a sí mismo, ni sus giros del
porvenir que termino averiguando.
Pero a veces no deduzco ni eso, mi futuro, el camino
ramificado que me toca tomar. El asfalto más negro, un reflector que representa
solo el punto en donde estoy parado.
El escenario del tiempo espera mi acto, expectante. ¿Perderé
la sanidad? ¿Tomaré un camino de melancolía?
¿O solamente me lanzaré al vacío?
Mi actuación, calmada, cautelosa. Pasos precisos, mirando mi
caer.
En una de todas, caigo, más bajo que otras ocasiones. El juicio
del tiempo espera que no me levante, que solo permanezca hasta que me engulla
la medianoche de otra luna.
Lentamente me levanto del suelo, pensando solo en mí. Yo, quien debe alzarse de
nuevo, enfrentar a la cegadora luz otra vez.
Los actores de mi vida, esos que ya están en escena. Mis
antagonistas, mis compañeros, mis personajes de reparto.
Esos que ya se sientan en el público, a no ser vistos de
nuevo, aquellos que esperan tras bastidores, a reaparecer o a sorprender a una
nueva trama.
Los diálogos de ayer han volado hacia a mi memoria, para
nunca ser olvidados.
Los diálogos de mañana son borrosos, se contrastan al
acercarse.
Los diálogos de hoy son tan inexactos como siempre, dictados
por el destino que en realidad es mi subconsciente.
Siendo yo todo esto, no puedo detenerme de seguir la obra de
mi vida.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario