viernes, 16 de enero de 2015

Ventiscas

Mientras me siento con las rodillas cercanas a la cara, sobre esta cornisa en la azotea observo el puntillismo de luces que llena la ciudad. Resplandores que permanecen y se mueven impredecibles a través del laberinto de colores distantes. 

Desde aquí observo la insignificancia de la existencia, observando pequeños a esos otros como yo que se mueven como hormigas alteradas. Cada uno con una cabeza llena de pájaros que vuelan en patrones diferentes. En la superficie somos todos idénticos.

Humanos. 

Pero a medida que se desciende en ese océano personal, logramos observar hasta donde se extiende la banda elástica que es esa psicología humana.

Desde aquí arriba observo al cielo que sangra un violeta sobre el naranja, como las nubes se van decolorando como si estuvieran hechas de tela. Como mi aliento se refleja en el frío que asola esa azotea del edificio. 

De repente mi propia historia entra en escena en mi pantalla mental. Despuntan imágenes contemporáneas y antiguas; hojas con textos extensos, juguetes esparcidos en una alfombra,  lapiceras mordisqueadas en mis viajes cósmicos internos, las risas de una chica que alguna vez me creo una taquicardia con una mirada. 

Me miro las manos, leyendo las líneas que el reloj me ha ido escribiendo así mismo como yo acribillo de letras este espacio en blanco. La inspiración llega como una ventisca, estocadas de aire contra mi rostro que me hacen adoptar un semblante callado e hipnotizado. 

Y como siempre el cigarrillo se extingue y es tiempo de volver a casa. Me encojo de hombros frente al puntillismo y a las hormigas. Esperando otra vez que esa ventisca vuelva a poseer mi imaginación y me haga plasmarme a mí mismo. 

Una ráfaga de viento errante. 

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